Capítulo 23

1 0 0
                                    

Por primera vez después de días y semanas de mañanas frías y opacas, esa había sido diferente, así que Víctor había agarrado a Lizzie del brazo y la había sacado al jardín, donde una brisa fina agitaba la hierba. Hacía sol, y Víctor había visto a Lizzie elevar el rostro al cielo y cerrar los ojos, dejando que la cálida luz la calentara.

Luego se habían dirigido al árbol, un gran bayán australiano que alguien debió plantar antes de que Víctor hubiera nacido. Su padre había colocado un columpio colgando de éste, y en su infancia, lo había usado incontables veces hasta que lo había aborrecido. Ahora éste había salido por motivos de trabajo, como era normal, así que no había demasiado peligro en que Lizzie le enseñara algo de magia al aire libre.

Habían pasado dos días desde que en medio de la noche había recibido una llamada de socorro, y aunque Víctor no quería nada más que coger a Ross por la camisa y obligarle a que le contara lo que estaba pasando, sabía que era mejor que no lo hiciera. Si solo lo presionaba, se alejaría. Aún así, seguía enfadado, y preocupado.

Luego estaba Olivia, quien en un principio le había parecido una chica corriente, más de lo que Ross jamás lo había sido. Pero cuando le había pedido a Jorge que fuera a por Ross, éste no había estado solo, eso le había dicho éste mismo cuando había confesado estar con ella.

Víctor no entendía nada, ya que creía que apenas se conocían, pero al parecer, ahora guardaban el mismo secreto, uno que él desconocía.

Así que Víctor, un poco celoso de que ahora se guardaran secretos entre ellos, no le había hablado de Lizzie ni de sus encuentros en el tejado.

Ahora estaba sentado en el césped, a pocos metros del árbol, justo frente a Lizzie. Éste tenía sus manos encima de las de la chica, y los ojos entrecerrados, lo suficientemente abiertos para poder verla aún así. El pelo le caía por encima de los ojos, y tenía una expresión serena.

Lizzie llevaba ropa oscura... Víctor se había dado cuenta en los pocos días que llevaba en la casa, que Lizzie no vestía con nada que no fuera monocromático, o blanco, o negro. Sin embargo, no pudo evitar admitir que le sentaba bien, como anillo al dedo. Daba igual lo que fuera, sudaderas, jerseys o vestidos, era como si todo se ciñera a ella. Era un pensamiento estúpido, lo sabía, ya que era su ropa, y era de su talla, pero era como si la ropa no la hiciera a ella, sino al revés. Lizzie podía convertir una sudadera vieja y rota en nuevo hito de la moda. Lo sabía.

—Te noto mirándome —dijo Lizzie con voz cantarina. Víctor cerró los ojos con fuerza, y Lizzie los abrió—. No me estás haciendo caso —dijo.

—No es verdad —afirmó él. Segundos después, volvía a entreabrir los ojos. Los de Lizzie brillaban, ya fuera por su magia o por la molestia en su expresión. Lizzie arqueó una ceja nada más él la miró disimuladamente, fingiendo que aún los tenía cerrados. Viendo que era imposible que siguiera creyéndole, los abrió.

—Si no haces lo que te digo, no va a funcionar.

—Pero es que es aburrido...

—¿Quieres o no quieres hacer magia? —Víctor exhaló pesadamente—. Eso creía. Cierra. Los. Ojos —Víctor los cerró y esta vez, Lizzie quitó las manos de debajo de las suyas. Su ceño se frunció—. Mantenlos cerrados.

Víctor la escuchó y por una vez, siguió sus indicaciones.

Sintió los dedos de Lizzie acariciar sus brazos, que estaban descubiertos debido a que se había arremangado la camisa. Su piel se puso de gallina y Lizzie hizo que le cosquilleara. Intentó no apartarlos ni reírse, mantener la concentración, pero pronto, lo único que sintió fue a Lizzie. Las yemas de sus dedos por su piel, la energía que ponía de punta el vello de sus brazos.

Witchcraft: El último alientoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora