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Casa Hogar Buena Esperanza, Toluca de Lerdo (MEX).





Una preciosa niña de ojos verdes aceitunas se encontraba bajo un árbol en el patio de aquella institución echándole un ojo a unos libros infantiles de dibujos que les habían dejado unas señoras que ayudaban a la Casa Hogar. Ella nunca había llegado a tratar con ellas pero sabía por sus compañeras de hogar que se trataban de dos señoras mayores muy adineradas que estaban interesadas en mejorar la vida de aquellos niños.

Ella intentaba no emocionarse por los planes que según muchos se preveían en aquel lugar pero era imposible no hacerlo, jamás nadie se había preocupado por aquellos huérfanos y sinceramente ella era una de las muchas niñas que estaba cansaba de estar en aquel lugar. A sus cortos ocho años aceptaba ser una niña recogida que seguramente tuvo padres que no podían hacerse cargo de ella. O eso es lo que su corazón con fuerza quería creer.

No es que en aquella casa fuera muy infeliz pero no quería aceptar que aquel sería su hogar hasta que tuviera la mayoría de edad porque sabía que ella jamás sería adoptada por nadie. Nunca entendió por qué si ella juraba que cuando era más pequeña recibía muchas visitas de parejas pero al final estos siempre se decidían por otros niños. ¿Qué había de malo en ella?

Hacia casi ocho años desde que aquella niña de cabello rubio y carita de ángel había llegado a aquel lugar tan crudamente cruel.

Aquel lugar aparentemente era un lugar perfecto para todos los niños huérfanos pero la verdad es que ella creía que el odio de aquella institución era únicamente dirigido hacia ella y ella no es que hiciera tampoco el esfuerzo en mejorar las cosas. Alguna vez en su corta vida lo intentó pero ella ya estaba cansada de intentar cambiar un destino que ya le estaba impuesto por la vida por lo que se resignó. Solamente le quedaba vivir y seguir.

No es que ella fuera una niña muy fácil de domar. Lo cierto es que aquella niña era berrinchuda, testaruda, posesiva y con un temperamento muy fuerte. Era el vivo retrato de alguien más.

Ella no lo sabía ni tampoco su mayor pero eran tan parecidas que podrían ser una misma.

Como alguna vez antes llegaron a ser. Como Valentina siempre anheló ser con su pequeña.

De aquella pequeña bebé no quedaba nada, ni tan siquiera el nombre que alguna vez llevó en honor a su fallecida (y desconocida) abuela.
Ya no quedaba nada de Cecilia Montesinos Villalba. Ahora solamente existía María Paula Hogaza.

María Paula era una niña risueña, contenta y alegre. La más curiosas de todas las niñas de su edad. Era una personita muy inquieta y activa, jamás paraba quieta y siempre tenía ideas rondando en su mente. Pero tal como niña pequeña, era muy traviesa y cómica aunque nadie le quitaba sus arranques de ira cuando algo le molestaba o no le gustaba. Pero lo que más destacaba de ella era su gran y enorme corazón, siempre estaba dispuesta a ayudar a todos y a lograba empatizar mucho con la gente.

Eso lo había heredado de su padre y de su no biológico abuelo.

Físicamente era una mezcla perfecta de ambos. De su progenitor había heredado el cabello lacio, las pestañas largas y pobladas, los hoyuelos en la sonrisa y sobre todo la intensidad que reflejaba su mirada. El color de piel de la pequeña era una perfecta mezcla entre el moreno de su padre junto al tono claro de su madre creando un bronceado permanente en ella.

Sí, había heredado cosas de José Miguel pero era la viva imagen de Valentina al heredar de ella todo lo demás.

Desde el cabello color castaño rubio a tener unos ojos grandes de color verde aceituna que si bien no eran heredados de su madre, sí lo eran de la difunta madre de Valentina. Había heredado de su hermosa madre la nariz en forma de botón, una hermosa sonrisa que era capaz de iluminar mil universos enteros y un brillo resplandeciente en su cara. Si bien su mentón y quijada era puro ADN Montesinos, los pómulos eran puramente ADN Villalba. La altura media de la niña también era a causa de la altura de su madre quién tenía una estatura normal.

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