Capítulo cinco: Diana.

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Gregorio.

  Cincuenta y cuatro. Cincuenta y cinco. Cincuenta y seis. Cincuenta y siete. Cincuenta y ocho. Cincuenta y nueve... Sesenta.

  Terminó las sesenta abdominales y se acercó a la computadora. Pulsó play a la lista de reproducción de Poyo Segovia. Luego, subió a la caminadora y pulso la velocidad media.

  La perfecta solitaria.


  Que bella estás, tan radiante y tan presente.

  ¿Quién podría apostar que todo va a cambiar?

  Pues quiero terminar, mi corazón no puede más.

  Estoy cansado de esperar, un cambio que jamás llegará.


  Aumentó la velocidad.


   Jamás lloré como lo hice contigo,

  Y jamás grité hasta perder mi voz.

  No quiero vivir, otra vez aquí en lo mismo.

  No quiero caer otra vez en el abismo.


  Empezaba a cansarse, pero pulsó la velocidad máxima.


   Eres bella por fuera, tienes todo para ser perfecta.

  Eres casi para un poema, ojalá que nada te faltara.

  Fuiste mía y fuiste clara, no puedes estar con solo un hombre a la vez.

  Pero tranquila, no todo es malo como lo ves.


  Resopló fastidiado. Apagó la caminadora recuperando el aliento.

  Borracho de dolor.

  Se dirigió a la puerta, quitó el seguro y la abrió. Era su hermana menor.

  — ¿Qué?

  — ¿Qué haces?

  —Estaba haciendo ejercicio. ¿Qué pasa?

  —Dijo mi papá que me lleves a los scouts.

  — ¿No te puede llevar mamá?

  —No. Dijo que tú me llevaras.

  —A ver... ¡mamá!

  Greg salió de su cuarto en busca de sus padres. Su hermana lo siguió detrás. La miró de reojo. Ella iba como si nada, mirándose las botas mientras caminaba. Llegó a la sala en dónde estaban sus padres.

  — ¿Ustedes quieren que lleve a Diana al bosque para los scouts?

  —Sí, Greg. Iremos a ver a tus tíos y vamos a llegar algo tarde. Así que llévala y espérala.

  Greg hizo una mueca de lado.

  —Bueno, ¿nos dan dinero para el autobús?

  —Sí —dijo el padre de Greg sacando un billete de su cartera y entregándoselo.

  —Se van con cuidado.

  —Sí mamá —afirmaron ambos hijos.

  Greg regresó a su cuarto. Diana lo volvió a seguir.

  — ¿A dónde vas? Ya voy tarde.

  —Sí, Diana. Nada más me voy a cambiar.

  Diana puso los ojos en blanco y bajo a la sala con sus padres. Greg cerró la puerta con seguro.

  Confesiones de un fiel enamorado.

  Se metió a su baño y se dio una ducha rápida. Cepilló sus dientes, se vistió y se peinó. Tomó su guitarra y su celular. Quitó la música y salió de su habitación. Bajó las escaleras y agarró las llaves que sus padres habían dejado sobre la mesa.

  — ¡Ya vamos muy tarde!

  — ¡Ya sé, Diana! ¿Me ves sentado o qué? —dijo guardándose las llaves en el bolsillo del pantalón y saliendo de la casa. Diana le siguió y Greg cerró la puerta.


(...)

  — ¿A qué hora se acaba esto?

  —A las siete.

  —Bueno, vete ya.

  Su hermana corrió hacia el grupo de scouts infantil y él se dirigió a una banca solitaria pero cómoda. No quería pensar en nada, no quería pensar en ella, ni en la gritona, ni en qué estaba haciendo con su vida. Claro, no se arrepentía de lo que llevaba de ella. Él avanzaba por la vida sin arrepentirse de sus acciones, jamás cambiaría eso. Sacó la guitarra acústica de su funda y sacó la plumilla. Se decidió por algo liberador...

  Te dedico lo que ojalá me dediques.

  Permitió que sus dedos se dejaran llevar por los acordes. Incluso, de momento cerraba los ojos para saborear la melodía y la sensación que sentía al tocar su guitarra. Podía sentir la mirada de la gente, lo observaban como a los mendigos que tocan por un poco de dinero que los ayude a ganarse la vida, pero realmente no le importaba. Hacía mucho que a Greg le había dejado de importar lo que la gente pensará sobre él. Siguió así hasta el final de la canción, mientras la tarareaba en su mente. Siguió con otra de sus favoritas.

  Cenizas.


(...)

  Su tarde concluyó pacífica. Quizás para muchos, lo más des estresante es fumarse un cigarrillo, pero él no lo necesitaba. La guitarra era más que suficiente. Ni siquiera su hermana pudo alterarlo en el camino de vuelta a casa.

  Greg le acercó a Diana lo necesario para que se preparara un plato de cereal con leche. Él entró a su cuarto y cerró la puerta con pestillo. Reprodujo la música y entró a Minecraft. Estaba tranquilo y no quería alterarse, por tanto, no se conectó en Facebook, ni activó los mensajes en el móvil. Sólo quería seguir distrayéndose.

  Antes de colgar.

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