En cuanto Abril abrió el portón, su hermano la recibió con una avalancha de reproches, advertencias y regaños. Ella entró sin dirigirle la mirada y en silencio. Su pálido rostro resaltaba sus brillantes ojos cafés. La humedad en sus pestañas delataban llanto. Salvador exasperó.
—¡¿Se puede saber en dónde estabas?!
Abril evitó la mirada de su hermano enfocando su atención en las botas que portaba aquel día. Respiró y dejó salir el aire violentamente.
—Te lo dije, tenía pendientes que resolver.
Salvador observó atentamente las facciones de Abril y suspiró. Su cara delataba culpabilidad pero más que nada, albergaba desolación en sus ojos. Abril, dispuesta a huir del retén que le proporcionaba su hermano, empezó a caminar hacia las escaleras, pero Salvador la alcanzó.
—Escúchame —dijo tomándola por el brazo haciendo que girara en sí y le prestara atención—. Vuélveme a hacer una jugarreta de éstas y vete olvidando de que te encubra a ti y a tus salidas clandestinas. ¿Quedó claro?
—Clarísimo —dijo sonriendo falsamente. Dirigió su mirada al agarre de su hermano y luego a sus ojos—. ¿Es todo lo que tienes que decirme?
—Sí, es todo —afirmó Salvador posando sus ojos verdes en la lágrima que escapó por la mejilla de Abril. Aligeró su mano hasta soltarle.
—Bien. Estaré en mi cuarto —dijo dándole la espalda y empezando a subir las escaleras.
Salvador sólo se dedicó a observarla alejarse conforme iba subiendo. Abril emanaba un sin ánimo que deprimía a quien la mirase. Él más que nadie entendía ese sentimiento de soledad, de fallar en la misión, era algo que muy pocas personas entenderían en aquellas remotas épocas de sexo y alcohol.
Cerró la puerta con pestillo. Sabía que su hermano le reprimiría más tarde pero quería soledad total. Se dejó caer en su cama y rompió en llanto. Se deshizo de la chaqueta de cuero café y la aventó con furia hacia la pared. Se recostó y abrazo a sí misma en un vano intento de reconfortar su alma. Se quedó observando las fotos que ella tenía en su pared. Su familia, sus amigos, G... ¡no!
Giró su cuerpo hacia la derecha dándole la espalda al muro con las fotografías. Aquel abrazamiento a ella misma no funcionaba. Tomó una almohada y la estrechó hacia sí misma con fuerza. Apretó los ojos reprimiendo más lágrimas pero aquello le dolía demasiado. En cuanto cerraba los ojos, los recuerdos abordaban su mente. Palabras, promesas, silencios, sensaciones, aromas, sonrisas, miradas, sentimientos... todo aquello no importa cuando dos manos se alejan, los alientos cesan y el corazón deja de latir por otro.
Escondió su lloroso rostro en la almohada que sostenía. Olvidar era su propósito inicial. Callar el silencioso dolor que ardía en su interior. Alcanzó el mando de la televisión que estaba en su buró, y la encendió. En la pantalla sintonizaban un paseo para recordar. Limpió sus lágrimas y se dedicó a observar la pantalla, trasladando su mente a un total estado en blanco. Así fue hasta que se quedó dormida.
(...)
Ligeros golpes en su puerta la despertaron. Tomó asiento en su cama y esperó a que volvieran a tocar. Se colocó las pantuflas y se dirigió hacia la puerta. Retiró el seguro y abrió. Su hermano estaba al otro lado del marco. Abril entrecerró los ojos aún aturdida por el sueño y aguardó a que su hermano hablase, pero Salvador sólo se dedicó a mirarla dudando entre callar o no.
—¿Qué pasa? —preguntó en un fallido intento por evitar que la voz se le quebrace.
—Alguien vino a verte —habló con cuidado, como si las palabras fueran cortes y tratara de aminorar el sufrimiento.
—¿Quién es?
Salvador torció la boca y Abril entendió. Estaba en un dilema. ¿Hablaba o no con él? Ella fue muy cobarde al dejarle una nota en vez de armarse de valor y discutirlo de frente. Lo pensó mientras se quedaba estática viendo sus manos. El querer huir la estaba absorbiendo cual esponja al agua. Tomó una decisión.
"Arriésgate".
—Dile que bajo en cinco minutos —habló por fin. Salvador asintió en silencio y se retiró de su habitación.
Abril se dirigió al lava manos y se observó en el espejo. Las manos le temblaban, tenía miedo a lo que pudiera pasar. Tomó su cepillo de dientes y la pasta dentífrica. Comenzó a cepillar sus dientes mientras observaba su despeinado cabello en el reflejo. Escupió el exceso que se había formado y siguió limpiando. Algo le raspó la encía y su lengua sintió algo duro y puntiagudo. Escupió en su mano observando con pavor un diente. Enjuagó su mano y prosiguió con su boca. Podía sentir la sangre en su paladar. Empezó a tomar y escupir agua. Tomar y escupir. Tomar y escupir. Tomar y escupir. Escuchó algo duro golpeando el lavabo a demás del agua. Bajó su mirada y observó más dientes cayendo de su boca mientras escupía el agua que tenía en la boca. Observó nerviosa su sonrisa incompleta y soltó un estruendoso grito vacío.
Abrió los ojos de golpe sintiendo la adrenalina correr a galope por sus venas. Tomó asiento de golpe mareándose ligeramente. Corrió descalza hacia el cuarto de baño y observó su sonrisa. Estaba completa, todo había sido una pesadilla. Soltó el aire que tenía contenido en sus pulmones. Sintió su cara dura por el llanto seco. Lavó su rostro y recogió su cabello en una coleta. Suspiró con fastidio y regresó a su alcoba.
Se tiró en la cama y se dedicó a observar el techo mientras iniciaba en busca de la felicidad. Dirigió su mirada a la pantalla, pero luego su antiguo móvil le llamó la atención. Aquel artefacto le regresaba a la nostalgia. Se estiró hacia la izquierda y sacó un cargador de su buró. Lo conectó y empezó a recargar el celular.
Encendió el móvil y comenzó a recorrer cada archivo, cada aplicación, cada mensaje. Cruzó sus piernas en posición india y centró toda su atención en el masoquismo. Lo que Abril aún no sabía era que recordar y sufrir era esencial para poder dar vuelta a la hoja y comenzar un nuevo capítulo.