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Cuadros. Folios. Telas de algodón manchadas de negro.

El taller de Alhaitham estaba tapizado con eso y más. El caótico desorden en el que se desenvolvía artísticamente tenía, en parte, su atractivo; "entre la basura hay belleza, y solo se encuentra belleza en, bueno, la basura".

Esa era la forma en la que el joven artista justificaba su pésima iniciativa de mantener su lugar de trabajo en orden. No se consideraba un poeta ni nada parecido, ese no era su sector ni de lejos. Pero cuando la situación lo requería, era capaz de seducir al prójimo con palabras excesivamente ornamentadas.

El dueño de una prestigiosa galería se encontraba revisando algunos de sus más recientes trabajos, los cuales se encontraban expuestos en las sucias paredes blancas. Este iba anotando en una pequeña libreta según iba mirando los desnudos hechos a carboncillo. Finalmente, se volteó y asintió revisando sus propios apuntes.

-Brillante, excepcional. Sin duda tiene usted un magnífico talento.

El platino dejó escapar un bostezo para nada discreto. Honestamente, odiaba que gente aleatoria valorara su "talento".

-Muy bien, entonces estaré encantado de tener su nueva colección expuesta en mi galería.

-Entiendo. ¿Busca algo en específico?

El hombre hojeó su libreta por unos minutos, murmurando de forma incomprensiva.

-Le deposito total confianza y libertad, joven. Si quiere un consejo, trate de... uhm, "salir de su zona de confort". Pero no se preocupe, sé que aunque quisiera, usted sería incapaz de hacer algo antiestético.

Alhaitham frunció el ceño, ciertamente desconcertado y molesto por haber recibido unas instrucciones tan abiertas.

Una vez se hubo quedado solo (no sin antes tener que escuchar como aquel desconocido lo siguiera halagando sin descanso), se acercó a las paredes y observó detenidamente sus dibujos.

Los folios eran remarcablemente grandes, y en ellos habían dibujadas figuras de mujeres. Mujeres desnudas, con diferentes figuras, alturas. Algunas estaban de pie, con los brazos y la piel firme estirada. Otras estaban tumbadas, sentadas. Había retratado muslos, cinturas, bustos. Cada dibujo era perfecto, de eso no tenía duda alguna. Los cuerpos eran realistas. Había dibujado con perfección cada acumulación de carne en donde lo requería, cada estría que había logrado avistar, cada arruga que embellecía al cuerpo frente a él.
Sin embargo a medida que revisaba sus dibujos, tanto los que había hecho hacía relativamente poco como los que había hecho años atrás, notó que todos tenían algo en común.

En cada uno de ellos habían cinturas afeminadas, pechos de hermosas formas.

En todos sus años como dibujante, jamás había retratado a un hombre.

Y no es que le resultara desagradable, ni nada parecido. Simplemente nunca se le había ocurrido.

Apartó algunos folios y materiales de la gran mesa de madera que tenía contra la pared y se apoyó en esta, sacando el teléfono de su bolsillo. Totalmente inexpresivo, marcó un número y esperó pacientemente a ser atendido.

Los largos pitidos que le indicaban que se mantuviera a la espera finalmente cesaron, y una voz femenina respondió desde el aparato.

-¿... Haitham? ¿Eres tú?

-Reunámonos en el café de siempre. Necesito tu ayuda.

Antes de que la joven pudiera confirmarle nada, él alejó el teléfono de su oído y colgó.

* * *

-Discúlpa el retraso Haitham, el tráfico estaba imposible...

Charcoal Traces (HaiKaveh)~ Short StoryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora