Prólogo

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Mi vida siempre ha sido simple.

Quizás demasiado.

Eso se debe a que cada segundo de ella ha sido planeado antes de que yo siquiera viese la luz del sol por primera vez.

El gobernante sucesor de Samaria debe ser perfecto, y no existe la perfección sin la planificación ni el análisis de todas las posibles variables de cómo él mismo puede arruinar tantos años de trabajo en un chasquido.

Muchos creerán que estoy bromeando, pero verás, esa es otra prohibición de la corona. Las bromas le quitan seriedad a mi imagen según los lamebo... ¡Ejem! Quiero decir, según los asesores reales. También lo es comer todo lo que no se pueda llevar a la boca con cubiertos, hacer alguna actividad que requiera salir del castillo, o socializar con los plebeyos.

Claro que esto último tiene mucho sentido. Un rey gobernante de un pueblo que no conoce es muy capaz de tomar las mejores decisiones en cuanto a él respecta, ¿no?

Como sea. Según mi abuelo, esa no debe ser la mayor de mis preocupaciones en este momento. Sólo lo es lograr portar la corona sobre mi cabello y ser fiel a lo que nuestro lema indica: "La corona antes que la sangre".

Es un poco anticuado si me lo preguntas. De ninguna manera podría anteponer mi posición de rey a mi familia, pero como todo aristócrata, debo jurar que lo seguiré al pie de la letra. Para ser honesto, se sintió como si fuera más una omertá que un simple lema real. Además, se ha probado a lo largo de la historia de nuestro reino que ese lema sólo trae desgracias: la última fue la muerte de todos nuestros soldados, incluidos los altos mandos, en una guerra en la que no ganó ninguno de los lados. Justo después entró Sannie a la milicia junto a algunos más, y poco a poco, fue trayendo a sus conocidos hasta formar el gran ejército que hoy tenemos.

Pero no todo es miel sobre hojuelas. Cuando te conté que soy un príncipe, estoy un noventa y nueve por ciento seguro de que pensaste que mi vida está resuelta desde que nací y que carezco de problemas.

Bueno, siento decepcionarte, pero eso está muy lejos de la realidad.

Mi vida no es mía, no poseo ningún poder de decisión en mis propios temas personales ㅡcomo por ejemplo qué cepillo de dientes usar. ¡No bromeo!ㅡ, de qué color pintarme el cabello ㅡporque la gran herencia paterna me dejó con canas desde los dieciochoㅡ, o qué actividades practico para ser el rey culto que el pueblo desea tener.

Tengo clases de ajedrez, música, administración, moda, etiqueta, modales y la lista sigue hasta el infinito.

Estudiar muchas de estas cosas realmente no me molesta, sólo me aburre. La única clase que me emociona es la de defensa personal, y sólo porque la imparte la mano derecha de mi abuelo, el general al mando de las tropas reales, que está más bueno que las hamburguesas con tomate y doble queso que salimos a comer juntos cuando apruebo sus exámenes.

Aunque, cabe añadir, es muy difícil aprobar cuando ese par de tríceps del tamaño de un balón de playa se flexionan constantemente frente a mis ojos, con ese color canela dorado tan bonito que parece brillar el doble entre el sudor y la luz natural del sol en el gimnasio, y con esa sonrisa blanca de hoyuelos que transforma sus ojos en dos lunas.

Podría también enlistar las otras cualidades físicas que el General Jung San tiene para admirar, pero eso no le haría justicia alguna. Sannie no es el tipo de militar que todos creen que es al primer segundo en el que lo miran, ni un cuerpo tonificado con el que babear ㅡ¡Aunque sea un gran añadido!ㅡ. Lo cierto es que tiene un gran carisma, sentido del humor, mucho respeto, una paciencia abismal para enseñar y además es muy servicial.

Por ello, mi abuelo decidió pedirle que me diera clases privadas después de que algunos desertores del reino vecino me secuestraran a los cinco años, con el fin de obtener el dinero suficiente para salir de deudas.

O al menos eso es lo que me contaron, porque al parecer fue un hecho tan traumático que mi memoria decidió borrarlo para no sufrir.

Se supone que mis sesiones de entrenamiento acabarán en cuanto me case, pero con mucha fortuna ㅡY un poco de picardíaㅡ eso aún no ha sucedido.

¡Es que mis pretendientes van de mal en peor!

He tenido desde viejas panzonas con tres o cuatro divorcios en su prontuario, hasta niñas que deberían estar jugando animal crossing con sus compañeros de clase. Las únicas medio decentes que conocí fueron dos: a una la arrolló un auto, y la otra se ofendió muchísimo porque su guardia terminó en el hospital después de que Sannie le rompiera la nariz cuando trató de tocarme el trasero sin previo aviso durante la segunda cita.

No sé qué fue lo que más satisfacción me dio ese día, si ver a ese idiota irse con la cola entre las patas, o descubrir que Sannie era lo suficiente caballero como para comprender el significado de la palabra "consentimiento".

Y así ha continuado mi gran fortuna desde que cumplí los dieciocho: llega una nueva solicitud de cortejo, tengo una cita super aburrida con una desconocida que Sannie supervisa por órdenes del rey, finjo que me interesa de lo que habla, me despido con la sonrisa más falsa que mis labios se permiten y luego vuelvo al castillo mientras Sannie y yo nos reímos de ellas y sus no tan increíbles técnicas de ligue.

Jongho cree que debería alejarme un poco de San, pues eso es lo que me está impidiendo intentar realmente conocer mejor a otra persona. Y aunque es verdad que yo también lo he pensado, no puedo hacerlo. Ni tampoco quiero. No cuando tener su compañía es lo único que me da la fuerza suficiente para afrontar todo esto. Él es el único que logra distraerme de mi horrible realidad, pues la idea de que pronto tendré que ser rey, líder, esposo y padre de familia me aterra tanto que no soy capaz de dormir por las noches. Un copioso plato de responsabilidades es lo que me espera para el banquete del día de mi boda en lugar de pastel, y no sé que voy a hacer si no tengo a nadie de confianza a mi lado cuando eso suceda.

Seré sólo yo, una esposa que no quiero tener, hijos a los que aún no estoy preparado para criar, y un pueblo que me exigirá que haga lo mejor para su supervivencia o sino mi cabeza será la primera que rodará por la escalinata de la plaza central.

Y sé que no podré con todo. Sé que no seré capaz. Por eso tengo mucho, mucho miedo.

Sannie, te necesito.

Abrázame, por favor.

The Prince and his General - SansangDonde viven las historias. Descúbrelo ahora