¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Siéntete libre de llamarme Jesús.
Soobin hizo un gran esfuerzo por dejar de mirar boquiabierto a Yeonjun. En serio ¿Cómo podía bromear en un momento como este?
—Cristo Yeonjun —dijo Soobin.
La sonrisa de Yeonjun se hizo enorme. —Ese nombre funcionará también.
Después de varios segundos aturdido, Soobin soltó una risa incrédula. Él estudió los juveniles hoyuelos de Yeonjun, y a pesar de todo se le escapó una sonrisa. Pero de pronto la idea de reír murió porque se dio cuenta que Yeonjun había estado muerto.
Él había muerto.
La completa verdad, golpeó finalmente a Soobin con la fuerza de diez desfibriladores, veinte más bien, evitando cualquier posibilidad de una frecuencia cardíaca normal. Soobin se giró para ver, muy por debajo de él, el centro de San Francisco. Tuvo que esforzarse en respirar para relajar sus músculos.
Tras todos estos años alejados, y a pesar de todo lo que había pasado, se dio cuenta que no podía imaginar un mundo en el que Yeonjun no existiera. Toda esa energía vital extinguida para siempre. Ver en una revista la foto de Yeonjun con una esposa sonriente sin duda había sido doloroso. Pero Soobin no había reconocido hasta ahora cuanto había confiado en el simple hecho de que Yeonjun estaría ahí, en alguna parte. Vivo y feliz.
Y Dios, Soobin no quería pensar en lo que eso significaba.
Desafortunadamente, antes de que pudiera alcanzar algo parecido a un estado frío y sereno, Yeonjun apoyó los codos en la pequeña mesa, trayendo el olor cítrico y su rostro aún más cerca. Y también estuvieron más cerca, la sonrisa sexy como el infierno y los fascinantes ojos color avellana. La proximidad mató los intentos de Soobin para recomponerse y tuvo que sentarse recto para evitar empezar a alterarse.
—¿Sabes que era lo primero que quise hacer cuando me reanimaron? — preguntó Yeonjun.
Su voz sonó ruda y sus palabras picaron al salir. —¿Qué?
—Encontrarte y hacerte entender por qué me fui. Para pedirte que aceptaras mis disculpas —dijo—. Y este parece un buen momento ¿No crees? Porque —su sonrisa creció de par en par, mientras usaba un tono despreocupado—, la próxima vez que muera, probablemente sea para siempre.
Soobin abrió la boca intentando decir algo, cuando un maletín se desplomó sobre la mesa, tensando sus músculos.
—Choi Yeonjun —dijo Yeji mientras se sentaba.
Mierda.
Soobin apretó los párpados, intentando recobrar el control de los pensamientos caóticos de muerte, deserción, perdón y absolución. Cuando eso no funcionó, miró a Yeji, la encantadora mujer con piel color caramelo y ojos sombreados de color chocolate oscuro.