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Yeonjun nunca antes había rehuido de un desafío, y no iba a empezar ahora.
Su truco favorito había sido saltar del puente que se extendía sobre el Eagle Valley Gorge y caer en paracaídas sobre el remolque de un tractor en movimiento en la carretera de abajo. La hazaña no había sido fácil. Si podía efectuar esa maniobra, seguramente un día recorriendo las calles de San Francisco con Soobin debería ser pan comido. ¿Cuán difícil podría ser?
Tenía el presentimiento de que estaba a punto de descubrirlo.
Yeonjun miró el callejón lleno de grafitis, ignorando el olor preocupante y observando la puerta de la carnicería a través de la cual su ex había desaparecido hace diez minutos. Soobin había estado en lo cierto. Cuando Yeonjun había preguntado si la prensa los seguiría hoy día, Soobin había dicho que a nadie le importaba cuando hacía sus rondas por aquí.
Después de espiar a un charco sospechoso, Yeonjun se cambió de pierna y entonces pisó algo suave. Levantó su pie, una desagradable plasta de una cosa pegajosa inidentificable se extendía entre sus zapatos deportivos y el pavimento.
Jesús, no se preguntaba por qué los reporteros no se molestaban en entrar aquí.
Soobin salió de la tienda con su camisa estándar y la corbata en su lugar. —¿Puedes cargar esto por mí? —Con una pequeña mochila colgando de su hombro le extendió un saco de papel con una gran mancha de grasa en el fondo.
—¿Qué es esto? —dijo mientras tomaba la bolsa.
—Regularmente la carnicería se lo dona a Fritz y Opal.
Yeonjun abrió el saco y un olor desagradable golpeó su nariz. Hizo una mueca y bajó la mirada a los dos huesos que todavía tenían pegados algunos pedazos de carne, su estómago se sacudió de forma poco placentera.
—Maldición, Bin. Eso es asqueroso. —Cerró la bolsa para ponerle fin al ataque en su nariz—. No pueden ser para tus pacientes.
—Lo son.
La mandíbula de Yeonjun casi cayó. Y luego vislumbró el rápido destello de luz en los ojos grises de Soobin y se dio cuenta de que el chico estaba jugando con él.
Interesante.
Desde que Yeonjun había aparecido esta mañana, Soobin casi parecía… alegre, como si hubiese establecido un plan y anhelara llevarlo a cabo. Más específicamente, un plan con Yeonjun en mente. Lo cual debería preocuparlo, pero la mirada divertida de Soobin era un poco deslumbrante.
—Yeonjun tomó la decisión de seguirle el juego. —Bien —dijo—. Cargaré los huesos.
—Excelente —dijo Soobin—. Sígueme. —Y luego se dio la vuelta y avanzó.