Epilogo

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UN AÑO DESPUES

JUNGKOOK

Me despierta Seokjin empujándome el hombro. Abro un ojo y reviso la hora. 4:30 am. Gimo por la hora y el llanto que me llega a los oídos. ¿Por qué tiene que despertarse tan jodidamente temprano todos los días?

—Es tu turno —Seokjin gruñe, su voz amortiguada por su almohada donde su cara está aplastada contra ella.

—Sí, sí —resoplo y pateo las mantas enredadas alrededor de mis piernas—. ¿De quién fue la idea?

—Fue una decisión mutua. Es solo un bebé, eventualmente dejará de levantarse tan temprano cuando crezca.

Hago un ruido agravado cuando me levanto de la cama y me pongo unos pantalones cortos de gimnasia. Salgo de nuestra habitación y recorro el pasillo, mis ojos apenas abiertos. Abro la puerta y el llanto se convierte en un gemido. Enciendo la luz y gruño por el brillo. Froto el sueño de mis ojos y dejo que se adapten, y luego miro hacia abajo al pequeño apestoso que hace todo ese ruido y me despierta tan jodidamente temprano. Apoyando mis puños en mis caderas, le frunzo el ceño exageradamente. —¿Cuál es su problema, señor?

El gimoteo se intensifica.

—Está bien, está bien, relájate.

Seokjin y yo hemos estado casados por cerca de seis meses y sentimos que era el momento de agregar un miembro a nuestra familia. Después de mucha deliberación e investigación, nos dimos cuenta de lo que queríamos hacer. Dimos la bienvenida a Bam a nuestra familia hace una semana por adopción. Es la cosita más linda que he visto nunca, y desde el momento en que lo sostuve, supe que estaba enamorado.

Otra cosa que Seokjin y yo hicimos poco después de casarnos fue mudarnos a una casa. Una casa con una suite de suegros. Está pegado a un lado de la casa como un garaje, y hay una entrada desde nuestra casa, pero también tienen su propia puerta delantera y trasera. Mi padre finalmente vendió su consultorio dental, y se mudaron aquí y entraron a la suite de los suegros justo después de que nos acomodamos y nos mudamos a la casa. Es realmente bueno tenerlos tan cerca y poder verlos más a menudo.

En cuclillas, abro la caja que contiene a Bam, nuestro cachorro dóberman de 8 semanas. Inmediatamente trata de trepar hacia mí, su pequeño trasero se menea furiosamente. Lo levanto mientras me pongo de pie y él se retuerce en mi pecho para poder restregar mi barbilla con besos de cachorro. Le hago arrullos de charla de bebé sin sentido mientras le acaricio su cabecita y lo llevo escaleras abajo para dejarlo salir para que pueda orinar.

Abriendo la puerta trasera, lo bajo después de salir. Sale corriendo a su lugar habitual, a la derecha de la puerta junto a la cerca. Tiemblo cuando el aire frío golpea la piel desnuda de mi torso y mis brazos, haciendo que se me pongan los pelos de punta. Debe haber sólo 5 grados afuera ahora mismo. Es octubre y las temperaturas están bajando, especialmente por la noche. Bam termina su negocio y comienza a correr alrededor del patio olfateando parches al azar de césped y plantas y los muebles del patio.

—¡Vamos hombre! ¡Me estoy congelando aquí! —llamo a Bam, quien estoy seguro de que entiende exactamente lo que estoy diciendo. Cooorrecto.

Aplaudo para llamar su atención y lo llamo por su nombre, al que todavía no siempre responde, y trato de que vuelva conmigo, para no tener que perseguirlo. Rápidamente me doy cuenta de que me está ignorando por completo, por lo que me dirijo hacia él, con los pies descalzos convirtiéndose en témpanos de hielo por el suelo frío. En cuanto me acerco lo suficiente para agarrarlo, él se va. Me paso los siguientes cinco minutos tratando de atrapar al pequeño cabrón. Termina cansado, y yo puedo recogerlo después de que él se tumba en la hierba.

Salvando una vida #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora