Yo sí te quiero, Amaya [COMPLETA✔️]

𝐔𝐍𝐎

𝘠𝘰 𝘴𝘪 𝘵𝘦 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰,
𝘈𝘮𝘢𝘺𝘢

  Levante la mirada hacia la estantería, el libro de geología que necesitaba para mi ensayo estaba en un punto alto para mí.

Deje los demás libros en el suelo y me acerque a la estantería, puse uno de mis pies en el borde de abajo para ganar un poco más de altura he intentar tomarlo.

— No es buena idea.

Pare lo que hacía y mire hacia mi izquierda. Solté las esquinas de los estantes y bajé del borde.

— Disculpe, yo necesito aquel libro de geología.

Sus labios se torcieron un poco.

— No trabajo aquí.

— ¿Y para que me interrumpe? — Murmure de mala manera.

Volví a hacer lo que hacía, intentando tomarlo.

— Porque te puedes... — Y me resbalé. Mis manos se soltaron y caí al suelo. — Hacer daño — termino su frase.

Gemí por el leve dolor que sentí en mi muñeca izquierda al apoyarme en ella.

Como pude me levanté.

— ¿Te hiciste daño?

— Estoy bien — masculle.

— Que buen carácter tienes.

Dejo todos los libros que llevaba en las manos en el piso junto a los míos, y con poco esfuerzo tomo el libro que yo intentaba tomar.

— Aquí tienes — me lo entrego.

Lo mire a los ojos y luego tome el libro, me agache y rápidamente tome los demás que había dejado ahí tirados para ir a registrarlos. Me aleje sin decir alguna palabra.

— ¿¡Esta bien tu mano!?

Escuché a mis espaladas, pero no hice caso y seguí caminando.

Me acerque al escritorio de la bibliotecaria, a la vez que mi teléfono sonaba en llamada.

Solté los libros en el mostrador para poder atender.

— Todos estos — le di mi ID de estudiante y me alejé un poco.

— "Hola mamá."

— "No estaré en casa para cuando llegues, tampoco me esperes despierta, te quiero."

Aleje el auricular de mi oreja y mire la pantalla del teléfono, la llamada se había finalizado.

No era nada nuevo, prácticamente vivía sola, para ella era mucho más importante salir de fiestas y desaparecerse por días a tener que cuidar de mí.

Tome mi ID de regreso y los libros.

Sali de la biblioteca municipal para ir a casa.

Nací y crecí en Asheville, Carolina del Norte, era lo único que conocía de todo este mundo tan inmenso.