6. Desencuentro

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Permanecieron recostados en la cama sin decir nada por un largo rato. La luz nocturna que se filtraba por las delgadas cortinas apenas si revelaba sus formas entre las sábanas, y aunque ambos estaban extenuados, ninguno parecía interesado en dormir.

A medio camino entre la fascinación y la paz, ambos estaban absortos en sus pensamientos sobre el otro. Una que otra vez, sus miradas se encontraban y una sonrisa escapaba, o una leve caricia, o un palpitar más fuerte que el otro no notaba, pero que ambos sentían.

Álvaro paseó la mirada por la habitación, no había puesto atención a ningún detalle antes de eso, demasiado ocupado en el chico con quien compartía la cama o en su propia cabeza. La decoración no distaba mucho de lo visto en el exterior, pero algo llamó su atención; una prenda grande y anticuada, además de mojada, que estaba tirada en un rincón. Era el saco de aquel hombre.

—Entonces —preguntó en voz baja, de una forma que sonaba tanto divertida como inocente —El tipo de aquel lugar, el de traje gris y cabello pajizo.

—Casi un desconocido —comentó David con una media sonrisa —Se me acercó hace unos días y quedamos en "Salir a tomar algo", me dijo que era maestro, pero es difícil saber cuando te dicen la verdad en esas situaciones —arqueó una ceja en gesto irónico y Álvaro, lejos de protestar por haber sido aludido, tomó la mano de David y la sostuvo con cuidado.

—Al menos para la mayoría sería difícil, supongo —le dedicó una sonrisa, perdiéndose un poco en los ojos vivaces del joven, mientras recordaba lo dicho en la sala sobre ser un buen observador y certero para juzgar. No le cabía la menor duda de que no exageraba en esa afirmación —¿Y por qué aceptaste su saco? —comentó solo por seguir la conversación.

—Sinceramente, no tenía frío, pero insistió cuando salimos, un gesto muy galante, aunque nada inteligente si me lo preguntas.

—¿Un acto de pura amabilidad desinteresada a lo mejor?

—Yo no diría eso. En un bolsillo dejó un papel con su número de teléfono. También escribió "Llámame para seguirnos divirtiendo" —frunció el ceño, como si no pudiera pensar en una frase menos seductora.

—Es de admirarse el intento y no lo culpo —repuso Álvaro con tono irónico —Además, sería cruel no hablarle, al menos para devolverle su saco.

—Ese es justo su juego, y yo no estoy seguro de querer jugar.

—¿Por qué no? No era feo, hasta donde pude ver.

—Fisgón —lo acusó —Aunque sí. Además, era bueno en su labor —al agregar lo último, hizo un gesto algo obsceno con su mano y boca.

Álvaro rio en voz alta y apretó la mano de David.

—Tienes una linda risa.

—Encantadora y contagiosa, según dicen - reconoció el cumplido —Tú te ves muy bien con lentes, perfectos a juego con el cabello despeinado.

—Tenemos a un fetichista —comentó el periodista y ambos rieron esta vez.

Siguieron conversando largo rato sin dejar de mirarse, o extender la mano para tocarse ocasionalmente, o robarse un beso fugaz. Ya entrada la madrugada, terminaron recostados uno sobre el otro, Álvaro con la cabeza recargada en el pecho de David, y aunque no lo dijera, se sentía más cómodo de lo que podía recordar.

Al amanecer, Álvaro despertó solo en la gran cama blanca, lo que era, entre todo lo vivido la noche anterior, algo inusual en su haber. Tenía la costumbre de escabullirse antes de que saliera el sol, si no es que con los primeros rayos de la mañana, mientras su último amante aún descansaba en la cama. No por primera vez, se preguntó cómo sería el despertar para ellos; si se sentirían aliviados de no tener que tratar con su alocada aventura sexual a la mañana siguiente, o si les parecería una especie de traición. En ese momento, decidió no pensar demasiado en eso, era un pasado imposible de cambiar.

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