Trató de acomodarse en el asiento, era bastante cómodo, pero después de varias horas de trayecto, no cambiar de posición, comenzó a cobrarle factura. El clima artificial del autobús mantenía el aire fresco y agradable, ajeno al árido páramo por el que cruzaban. A izquierda y derecha de la carretera se abría una laguna tajada a la mitad por el negro asfalto, seca desde hacía años, según escuchó decir a su compañera de asiento.
El paisaje resultaba monótono, en la tierra no había árboles o arbustos, ni un alma alrededor, nada salvo suelo llano y estéril en kilómetros hasta perderse el horizonte, en las faldas de montes lejanos. El cielo, de un intenso color celeste, permanecía desnudo de nubes y aves por igual, nada salvo el astro rey intentando incansablemente carcomer las cabezas de quienes, desafiantes ante su poder, transitaban bajo su calcinante resplandor estelar.
La mujer sentada a su lado, ya entrada en años, miraba una película con audífonos en una pantalla solo para ella, a imagen y semejanza de otros pasajeros, exceptuando a quienes dormitaban o a los aún más escasos conversadores.
Suspiró. Por un momento pensó en tomar la lectura de su más reciente adquisición, pero dio una hojeada en la estación de autobuses, la prosa le había parecido innecesariamente pretenciosa y vacua, además de que el argumento no llamó su atención. Aquel libro estaba lejos de ser lo que esperaba y, decepcionado, lo arrojó a la maleta con el resto de sus pertenencias.
Decidido a leer, sin embargo. Tomó por enésima vez un austero volumen sobre un médico aventurero quien, por azares del destino, se hacía a la mar y terminaba varado en tierras extraordinarias de hombres diminutos, gigantes, científicos, e incluso animales menos salvajes que él. Era uno de sus libros favoritos, los viajes de aquel hombre, llenos de fantásticos descubrimientos, parecían apaciguar sus dudas respecto a la propia existencia como un trotamundos, sin un puerto seguro al cual volver.
De algún modo, en la lectura, lograba reafirmar su vida actual y quizás, aunque de un modo algo pobre, a sosegar el dolor que su vida anterior le provocaba, esa vida en la que a toda costa evitaba pensar, pero que siempre se encontraba ahí presente, justo tras la ventana.
Aquella vida de viajero, su interminable travesía, comenzó un par de años atrás, después de una ceremonia fúnebre. Antes de eso había tenido una vida por demás común. Creció solo con su madre, como tantos otros, y en aquella bina familiar forjó un mundo de certidumbre, de fortaleza, un lugar seguro donde siempre fue amado. La mujer que lo engendró, defendió y tantas veces incluso atormentó, siempre había sido su hogar.
Los años transcurrieron para ambos, madre e hijo crecieron, superando dificultades, pero teniendo siempre lo necesario y compartiendo una vida que, a falta de una palabra más poética, era feliz... O lo fue hasta que, de manera súbita, el amor llegó para cambiarlo todo. El amor de su madre por un hombre.
Prendada a él como estaba, no le quedó más remedio que aceptarlo en su vida. El hombre era agradable y de buen trato, amable y bromista, haciendo que su madre riera como jamás la había visto en su vida, por lo que al final dejó de poner objeciones y permitió que su familia creciera, no sin cierto temor o nerviosismo, pues jamás compartió antes ese vínculo especial con nadie y el hombre no estaba solo, tenía sus propios hijos.
Así, sin apenas darse cuenta, se convirtió en el hijo mayor de una gran familia. Sus medios hermanos, adolescentes tímidos, aunque gentiles, tenían su propio vínculo, casi un idioma personal a base de anécdotas pasadas, referencias a películas y chistes de los que él no formaba parte. Su madre, por otra parte, disfrutaba las mieles del matrimonio, de tener un compañero genuino en quien apoyarse, con quien compartir, a quien amar. No quería admitirlo, pero ahora, más rodeado de gente que nunca en su vida, se sentía solo. Algunas veces pensó en protestar, extrañaba los días en que su madre y él estaban solos contra el mundo, pero habría sido egoísta. Además, muy en el fondo sabía que, a pesar de haber ayudado cuanto podía desde niño, la persona más solitaria, la que más había tenido que trabajar, la que más había tenido que perder durante esos años, era ella. Ahora estaba feliz, no podía quitarle eso.
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SIN HOGAR
RomansaCuando las cenizas de tu vida anterior no tienen nada para ofrecerte, sin lazos que te aten a ninguna persona o a ningún lugar, no queda sino vagar en busca de lo que otros llaman hogar. Ha viajado durante tanto tiempo, contado tantas historias, co...