5. Después De La Tormenta

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Empapado de pies a cabeza, el viaje en tren resultó poco placentero. Temblaba, del mismo modo que muchos de los que viajaban en aquel vagón, incluyendo a David, de pie a su lado. Al llegar a la estación indicada, pocas personas bajaron junto con ellos.

En aquella parte de la ciudad la lluvia era más ligera, así que caminaron sin demasiada prisa, de igual manera, atrapar algunas gotas adicionales no habría marcado ninguna diferencia considerando su estado actual. La ciudad a su alrededor parecía lanzar luz nocturna desde una infinidad de fuentes, las ventanas, los faros de los automóviles, las lámparas callejeras, todas ellas replicadas en el asfalto empapado. Por un momento se permitió disfrutar aquella imagen. David lo notó y una media sonrisa se dibujó en su empapado rostro.

—¿Disfrutas la vista? —se aventuró a decir el joven, bajando el ritmo de sus pasos para, a su vez, mirar con mayor atención.

—Es una vista bastante buena —respondió, pero en lugar de seguir mirando el paisaje, llevó sus ojos a mirar la ropa empapada sobre el cuerpo del chico.

David lo miró, sin dejar de divertirse por el comentario, pero con una suspicacia felina que ya no se molestaba en disimular.

—Sobre "esa" vista... —dijo dedicándole una mirada de cuerpo entero a su interlocutor en respuesta al anterior coqueteo —El sentimiento es mutuo. Pero... —dedicó un gesto un tanto dramático con la mano para abarcar el entorno —Me refería a la vista de la ciudad.

Sin dejar de sonreír, quitó la mirada del chico y volvió a admirar el entorno. Al mirar con más detalle, notó que la lluvia desdibujaba las partes más alejadas del paisaje, pero también sacudía en un rítmico vals las hojas de los arbustos, los árboles y las flores. El agua acumulada en el suelo asfaltado hacía pequeños riachuelos, que entre reflejos parecían arrastrar parte del resplandor nocturno de la ciudad con ellos.

—Está bien, creo —murmuró sin demasiado entusiasmo, a pesar de sentirse extrañamente conmovido.

Mirando aquello, notó que, a lo largo de su viaje, pocas veces prestó verdadera atención al entorno. Buscar un amante cálido, un techo para pasar la noche, la cacería, era su única motivación. Ahora, después de años de viajar e incontables lugares visitados, se descubría a sí mismo del todo ignorante y apático sobre el mundo que lo había rodeado por tanto tiempo. Al menos hasta ese momento.

—Sabes —dejó escapar David mientras volvía a acelerar el paso —Para darse cuenta de algunas cosas, lo mismo que para encontrar la belleza de ciertos lugares, hace falta estar de verdad en ellos —repuso arqueando una ceja en un gesto cínico que parecía ser completamente natural en él.

Otra vez, arrugó el entrecejo en una expresión que era más desconcierto que molestia. ¿Quién era ese tipo?, ¿Por qué podía ver con tanta facilidad a través de él?, o acaso, ¿Siempre fue así de transparente, solo que nadie miró con suficiente atención?

—Hey, sal de tu cabeza —comentó ya un par de pazos por delante de él —Ya estamos cerca.

Al doblar la esquina, llegaron a un edificio bajo que parecía a medio engullir por altos y frondosos árboles a su alrededor. Subieron varios pisos, hasta que David se detuvo frente a una puerta lisa de color rojo brillante.

Nada más entrar, el chico encendió la luz, pero más pareciera que hubiera encendido la habitación entera. Había lámparas en cada rincón, las paredes eran de un blanco níveo, los muebles cafés en toda clase de tonalidades, salvo por alguno que otro detalle llamativo en la decoración; algún tono que desviaba la mirada solo para comprobar lo armónico de todo lo demás. En los muros se desperdigaban fotografías de todos tamaños, en blanco y negro, de edificios, personas y acontecimientos que resultaban desconocidos para él.

SIN HOGARDonde viven las historias. Descúbrelo ahora