Etéreo

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      —¿Estás bien, cariño? —escucho la voz de mi madre, que presiona con afecto mi brazo.

      La garganta se me seca y un sudor frío desciende por mis brazos hasta humedecer la punta de mis dedos. 

      —Lo vas a hacer muy bien, estoy segura.

     Sé que tiene razón. He practicado mil veces, estoy más que listo. Y sin embargo, esa vocecilla en mi interior; ese irritante nudo con vida propia que se ha adueñado de la boca de mi estómago me impide disfrutar de la experiencia como sé que merezco.

      ¿Y si no soy lo suficientemente bueno? ¿Y si las plazas están ya asignadas y esto no es más que un paripé? ¿Y si sus prejuicios se anteponen a la razón? 

      —¿Prevenidos? —nos pregunta el coordinador de aspirantes—. Kevin, entras en tres, dos, uno... 

      Con una última gran bocanada de aire, saco mi bastón y me dirijo al escenario. Siento el calor de los focos sobre mi cabeza y escucho algunos murmullos ahogados entre el público. Nada a lo que no esté ya acostumbrado, pero duele ser consciente de que cada vez que entro en una estancia me convierto en el centro de atención. No por mi carisma o por mi simpatía, sino por mi bastón y mis gafas oscuras.

      Con calma, me acerco al gran piano de cola que sé que me espera en medio del escenario y me acomodo en el suave taburete de terciopelo. Mis dedos se posan sobre las frías teclas y siento cada sensación multiplicada por mil. Escucho los latidos enfebrecidos de mi corazón, la sangre golpeando mi yugular, el sonido pesado de mi respiración y, aunque suene extraño, el silencio expectante por parte del público. No sabía que un silencio pudiera resonar tanto.

      Mil pensamientos cruzan mi mente a toda velocidad, recordándome las burlas del pasado, los comentarios despectivos, las agresiones, los chasquidos compasivos, la incomprensión, la lástima, los adjetivos que usaban para describirme. "Ciego", "inválido", "incapaz", "pobre chaval", "qué desgracia, tan joven...". A nadie se le ocurrió que podía ser simplemente Kevin. Que tras el gran cartel de "discapacitado" pintado en mi frente, había un ser humano que lloraba, comía y reía como el que más.

      Pero ya no soy ese niño solitario y asustado. 

      Soy capaz, soy válido, soy inteligente, soy divertido y tengo talento. Y me muero de ganas por mostrar al mundo quién soy y hasta dónde pienso llegar.

      Me coloco mejor sobre el taburete, consciente de la impaciencia que empieza a reverberar en la sala, pero no me importa. Es mi momento, no el suyo. Escucho también la voz inconfundible de mi madre, lanzándome un susurro de ánimo tras la bambalina y sonrío. 

      Y es entonces cuando empieza la magia.

      Con cada tecla que surfeo, las notas vibran entre mis dedos, descubro mi alma y me vuelvo etéreo. Ya no soy Kevin. Soy viento, soy esperanza, soy ilusión, soy fuerza, soy dolor, soy amor. Soy feliz.

      Solo me vuelvo consciente de que he dejado de tocar cuando escucho el estruendo proveniente de las gradas. Me levanto, torpemente, y me inclino en un saludo, todavía aturdido por la emoción del momento; por la fuerza y la calidez de sus aplausos. 

      Tras el escenario, mi madre me recibe con un grito eufórico y, al abrazarme, noto su rostro empapado. Me repite una y otra vez lo orgullosa que está de mí y del camino que he recorrido hasta llegar hasta aquí, y entonces lo comprendo. Ya no me importa el resultado. Puedo presentarme de nuevo dentro de un año o dentro de cinco, pero lo que he experimentado aquí no me lo va a quitar nadie y eso es lo que quiero sentir el resto de mi vida. Orgullo. Libertad.

      ¿Y el camino? El camino se puede recorrer de muchas maneras. Me basta con saber que algún día lo conseguiré.

***

¡Espero que os haya gustado! ❤❤

¡Nos leemos, galletitas!

De palabras sazonadas y otras animaladasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora