Siempre he sabido que el mundo de los sueños era mi lugar, mi hogar, y no solo porque su dominio me fuera asignado desde mi concepción, sino porque realmente me siento libre en su vastedad. Cada sueño que penetro es un nuevo lienzo. Cada personaje, cada trama, cada ilusión que dibujo en la mente de mis asignados, es la prueba de un poder divino que me empuja a superarme día a día, a jugar con sus pequeñas mentes humanas, a hacerles reír, llorar y temblar, sabedores de que no pueden escapar de mi influencia.
Pero ¿quién es esa mujer y cómo consigue modificar a su antojo los sueños que le provoco?
La primera vez que la vi, me pareció tan plana como cualquier otro ser humano. Repleta de banalidades. Por eso me sorprendí cuando empecé a darme cuenta de que podía cambiar las pesadillas que le provocaba. Al principio creí que había sido pura suerte, pero el tiempo me quitó la razón: siempre consigue cambiarlo todo a su antojo. Y eso me molesta. Me molesta, me intriga y me fascina a partes iguales; así que, hace tres días, decidí tomar cartas en el asunto.
Acababa de provocarle un sueño relacionado con la última bronca que se había llevado en el trabajo, y por supuesto, hizo lo que le dio la gana con él. Convirtió su oficina en la orilla de un río, a su jefe en un árbol, y se encaramó sobre él, libro en mano, para sentarse a leer sobre una rama.
Sin poder creer lo que veían mis ojos, decidí materializarme frente a ella y experimenté un hormigueo de satisfacción al notar su expresión turbada, al darse cuenta de que a mí no podía hacerme desaparecer con tanta facilidad.
—Tengo que felicitarte, Elena —declaré, con un amago de sonrisa—. Está claro que cuentas con un poder latente en ti que muy pocos poseen.
—¿Quién eres tú? ¿Qué haces en mi sueño?
—Así que eres consciente de que estás soñando. Cada vez me intrigas más. No sigas —la detuve, anticipándome a sus intenciones—, aunque lo intentes, no conseguirás expulsarme de este lugar. Estos son mis dominios, tú eres la que está en mi mundo, no al revés.
—¿Eres... una especie de ángel?
Solté una sarcástica carcajada, mientras mis ojos diamantinos se llenaban de luz y el árbol sobre el que descansaba, desaparecía bajo sus pies. No me importó que cayera al suelo sobre su trasero, al fin y al cabo, no podía sentir dolor, y el pensar que había conseguido desestabilizarla, me satisfizo en cierto modo. Un justo pago por su insolencia.
—Soy un oniro, aunque puedes llamarme Sander —respondí, acuclillándome frente a ella—, y soy el que formula con amor y cariño esos sueños que tu testaruda cabecita no deja de desmontar —concluí, mirándola a los ojos con curiosidad y llevando mi dedo índice a su frente.
No supe si fue el desafío en su mirada o la electricidad que sentí recorrer mis venas al entrar en contacto con su piel, pero las palabras que surgieron de mi boca después me sorprendieron incluso a mí.
—Hagamos un trato. Durante los próximos tres días, voy a visitarte en sueños. Si consigues hacerme desaparecer, aunque sea una sola vez, te obsequiaré con la capacidad de escoger con qué quieres soñar cada noche antes de dormir. Jamás volveré a inducirte sueño alguno, desapareceré. Pero si no lo consigues, no volverás a tener un sueño lúcido, me llevaré tu don.
Por un segundo, estuve convencido de que no querría saber nada de mi propuesta, al fin y al cabo, nadie la obligaba; pero una vez más, me sorprendió.
—¿Cuándo empezamos?
Su determinación no hizo más que aumentar mi curiosidad hacia ella. Había algo en su expresión, en su aura, en el brillo de sus ojos, que me empujaba a provocarla, así que, con una sonrisa lobuna, desaparecí dejándola sin respuesta.
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De palabras sazonadas y otras animaladas
Aléatoire¿Quién dice que las historias no pueden tener sabor? En esta antología de relatos y microrrelatos, los matices gustativos se convierten en el hilo conductor de un viaje literario diferente, conformado por una selección de historias divididas en cinc...