CAPÍTULO 4: Desorientado

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El hambre y la sed que sentía lo hicieron reaccionar poco a poco, aún tenía esa sensación desagradable de las nauseas acompañado de la acidez estomacal por no haber comido en días. El cuerpo le dolía en especial la pierna que se había herido. Bastante mareado intentó pararse pero solo alcanzó a medio sentarse en la cama, aún no tenía suficiente fuerza para moverse con libertad.

Desorientado, intentaba adivinar donde estaba ya que lo último que recordaba era que estaba en un bosque arrastrándose por sobrevivir después de haber sido herido por una trampa de oso.

Gracias a la tenue luz que entraba a través de las cortinas pudo ver que se encontraba en una habitación, había una mesita con una lampara que encendió para poder ver mejor, junto a esta había un gran vaso de agua que se acomodó para poder alcanzarlo.

—¡Agua! —Intentó exclamar pero su garganta estaba tan reseca que apenas pudo emitir un sonido. Sin calcular el peso del vaso de agua lo tomó entre sus manos y sin pena a derramar un poco de líquido sobre su ropa comenzó a beber, le temblaban bastante las manos pero su sed era más urgente de calmar.

Se sentía como una esponja deshidratada que iba tomando forma conforme el agua recorría su garganta, la frescura que sentía y el alivio era indescriptible, se comenzaba a sentir vivo cuando sintió un dolor en su muñeca, al revisar tenía algo puesto con gasa.

—¿Una vía intravenosa? —Se horrorizó un poco —Esto no parece una clínica, pero bueno... y a todo esto ¿Cuánto habré dormido?

Ya un poco mejor se dispuso a levantarse, al parecer todas sus funciones fisiológicas comenzaban a funcionar casi al mismo tiempo, por lo que necesitaba un baño. Con mucho esfuerzo se puso de pie tratando de no apoyar la pierna herida. Observó un poco la habitación, dentro había un escritorio, un closet medio abierto, un perchero adherido a la pared con varias máscaras en forma de cuervo y muchos libros y dibujos desordenados sobre un banquito.

A pesar de la hora el lugar estaba bastante silencioso por lo que decidió buscar un reloj el cual indicaba que eran las doce del medio día; fisgoneando un poco mas la habitación se encontró con una colección de piedritas, y hojas de colores pegadas a una vieja libreta.

Poco a poco salió de la habitación en busca de un baño que para su suerte estaba a la par de la habitación, este era muy bonito y bien ordenado. Había una ducha con bañera para dos personas, un closet enrejado con varias plantitas colgantes y una colección de toallas con bordados de patos debidamente colocadas. Al verse la cara al espejo estaba bastante demacrado y pálido, el pelo lo tenía enredado y tieso, por suerte no lo tenía tan largo que pudo peinarlo un poco.

A pesar de su tamaño la ropa que tenía puesta le quedaba algo grande, pero lo había mantenido calentito.

Ha pesar del profundo silencio de la casa se podía percibir un olor agradable, sin meditar tanto, intentó bajar las escaleras poco a poco, aunque se tardara más de lo debido iría despacio ya que con cada paso sentía como su cuerpo vibraba.

Finalmente pudo bajar y se encontró con una cocina muy bien equipada y llena de comida que su estómago gruñó fuerte y claro. En lo que parecía una gran parilla de concreto[1] habían unas ollas gorgoteando, habían varios ramos de plantas secas colgados en las paredes, junto a una ventana estaban colgadas unas cabezas de ajo. En la mesa del comedor habían ya servidos varios platos con fruta que sin pensarlo tomó cuanto pudo en un platito.

Su robo de uvas fue interrumpido por unos pasos torpes y pesados que venían acompañados de una discusión

—¡Dámelo!

—¡No! es mío —Gritó uno de los niños

—¡No! yo lo encontré —Eran un par de chiquillos que entre sus manos llevaban un sapo que estiraban cada vez que uno de los niños intentaba arrebatárselo al otro.

Los Cuervos del Campo [BL]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora