Capítulo 35: Pólvora.

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No pegué ojo en toda la noche que le siguió a esa tarde en la que debería haber encontrado en la voz de Saab el consuelo que necesitaba para lo mierda que estaba siendo el voluntariado. Después de hablar con ella por teléfono y que nuestra llamada se viera interrumpida de esa manera tan grosera por Valeria, que no necesitaba demostrarme de más modos que no sentía ningún tipo de aprecio por mi persona, había regresado al santuario de las mujeres con la cabeza tan en la Luna que Nedjet había terminado por enviarme de vuelta al campamento un par de horas antes.

-Si aparte de calcular puntos de soporte para las vigas maestras y vigilar en qué momento pasa alguna de las mujeres por un sitio en el que pueda vernos o escucharnos también tengo que estar pendiente de que no te caiga un tronco encima y te deje peor de lo que ya estás, casi prefiero que te vuelvas con Valeria-gruñó Nedjet. Yo me lo había quedado mirando sin entender a qué coño se refería. Sí, vale, me había puesto como una fiera con Valeria cuando me colgó el teléfono, aunque entendía que llevaba demasiado tiempo acaparando su oficina y tenía cosas más importantes que hacer que esperar a la puerta a que yo terminara de charlar con mi novia, y sólo por la forma en que le había gritado Valeria me había mandado de una patada en el culo de vuelta al santuario, pero hasta ese momento me había sentido relativamente útil.

Luego Nedjet me había señalado el tablón que había estado clavando a otro con hasta cinco clavos más de los necesarios y me había dado cuenta de que, sí, vale... puede que no estuviera muy fino con mi trabajo, y que lo mejor sería dar un paso atrás, siquiera para que Nedjet pudiera concentrarse en sus cosas, pero eso sólo me había dado más tiempo para retroalimentarme. Ir a la cabaña y quedarme completamente solo no había ayudado tampoco a mi tranquilidad, y para cuando Luca llegó de sus tareas, dispuesto a pegarse una ducha, cenar y meterse en la cama a roncar como una moto, yo ya tenía el cerebro a mil revoluciones por minuto considerando todas las situaciones a las que se debía de estar enfrentando Sabrae por cumplir esas promesas que yo mismo había incumplido durante la llamada.

No podía decirle que me llamara cuando quisiera porque me habían prohibido volver a la sabana por haber ido a verla; eso sólo serviría para que se martirizara todavía más por todo lo que había pasado. Podía decirme todo lo que quisiera sobre lo segura que estaba de la decisión que había tomado y de lo bueno que yo era para ella, en lo mucho que le estaban fallando sus padres al no darle el apoyo que necesitaba cuando más lo necesitaba (algo en lo que, por cierto, estábamos de acuerdo), pero yo había escuchado el dolor en su voz cuando me había confesado que echaba de menos a su madre. A su madre, y no a la persona con la que ahora convivía.

Cualquiera que las conociera sabía que eran inseparables. Sherezade había sido durante mucho tiempo la piedra angular en la vida de Sabrae; por mucho que Scott fuera ese sol que ahora me tocaba a mí, por ser el que iluminaba sus días y le daba el calorcito que necesitaba para que no se le helaran los huesos en el frío del invierno que podía llegar a ser la adolescencia femenina, Sherezade había sido siempre esa guía que marcaba en qué dirección caminar. Yo era perfectamente consciente de que le debía mucho a Sherezade; no sólo por haber encontrado a Sabrae en todo el mundo, haberla querido desde el momento en que posó los ojos en ella y haberla criado como lo había hecho, sino porque la había cultivado como a la más hermosa, audaz y poderosa de todas las flores que podías encontrarte en un jardín botánico especializado en belleza. Si Sabrae era como era, era porque Sherezade la había hecho así, y si yo me había enamorado de ella, y ella de mí, era porque Sherezade había interpretado a la perfección su papel de madre concienciada que no iba a dejar que a su hija se la comieran los miedos que asaltan a todas las niñas cuando pasan a ser chicas. Sabrae era segura de sí misma y de su valía, era sabia y también curiosa, todo porque Sherezade había alimentado desde pequeña ese lado de ella, y había hecho que brillara con una luz con la que no lo hacían ninguna de las chicas con las que yo me había cruzado a lo largo de mi vida.

S o l (Sabrae IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora