A pesar de haber dormido en la cama de Alec y haber compartido las sábanas con un Whitelaw que me abrazó por la cintura y trató de tranquilizarme en la medida de lo posible esa noche, la verdad es que no disfruté del sueño profundo y reparador que siempre encontraba en la habitación de Alec. El santuario en el que se convertían sus sábanas cada vez que caía la noche y el sol se tomaba su muy merecido descanso había pasado de ser ese refugio en el que yo podía sentirme segura a unas ruinas sin techo que ni siquiera me cobijaban de la lluvia.
No dejé de preguntarme durante toda la mañana, mientras remoloneaba en la cama, fingiendo que no tenía una casa a la que irme, una familia esperándome y una conversación pendiente que mantener, cómo iba a hacer para sobrevivir a esos tres meses que me quedaban hasta que llegara la Navidad y volviera a ver a Alec si ya ni siquiera me sentía segura en su habitación. Esos demonios que no le habían dejado tranquilo hasta que yo no le hice mirar en dirección a la luz, mucho más abundante que las sombras en su interior, en lugar de a sus tinieblas, ahora se habían instalado en mi cabeza y no me dejaban ni siquiera dar pasos decididos en dirección a mi casa.
Quién iba a decirle a mi yo de hacía tan solo unas horas que aborrecería el momento en el que tuviera una nueva carta de Alec en mis manos, porque significaría tener que tomar la decisión más trascendental a que me hubiera enfrentado yo sola.
Quién iba a decirle a mi yo de hacía unas semanas que no correría a mi casa nada más supiera que había llegado una nueva carta de Alec que me hiciera ver que mi novio no era un producto de mi imaginación, sino alguien de carne y hueso y cuyos sentimientos trascendían las fronteras que los seres humanos habíamos dibujado para repartirnos injustamente la tierra, como si tuviéramos derecho a ella.
Quién iba a decirle a mi yo de hacía unos meses que me detendría varias veces en medio de la calle y que haría el camino más largo posible todo con tal de no cruzar el umbral de la puerta de mi casa aun cuando allí me esperaban los pedacitos que me conectaban a Alec.
Y quién iba a decirle a mi yo de hacía un año que cruzaría las mínimas palabras con mi madre por culpa de... damas y caballeros... Alec Whitelaw.
Como decían Little Mix en Grown: vaya, es gracioso cómo cambian las tornas.
Ya era la cuarta vez que me pasaba un desvío en dirección a mi casa simplemente porque me temblaban demasiado las piernas como para mantenerme estoica si me encontraba con mamá. No sabía cómo haría para decirle que no estaba de humor para hablar de lo de Alec ahora, que probablemente nunca lo estuviera y que sería mejor que lo dejáramos estar (lo cual no quería decir, nada más y nada menos, que o me pedía perdón y se retractaba o lo tendría muy jodido para que volviera a confiar en ella; e incluso entonces no estaba del todo segura de si volveríamos al mismo punto en el que habíamos caído en picado). No me gustaba la sensación de odio que sentía dentro de mí al pensar en mamá, pero es que ya ni siquiera pensaba en ella como "mamá", sino como "mi madre" o, directamente, "Sherezade Malik". En mi subconsciente había una gran diferencia entre unas y otras; mamá jamás me habría dicho algo como lo que me había dicho respecto a Alec y a mí, y menos aún sabiendo lo duro que era para mí estar yo aquí, y él, allí; mi madre me habría reprendido, porque lo que le había dicho estaba muy feo, no tenía excusa y era totalmente impropio de mí, pero tampoco me habría hecho sentir el miedo que ahora sentía al saber que había dejado de apoyarnos a Al y a mí...
Sherezade Malik, en cambio, era absolutamente despiadada. No se había ganado la reputación que se había ganado en el país por nada. No era miembro honorífico de las asociaciones pro derechos de la mujer y en defensa del medio ambiente por nada. No había sido la mujer más joven de la historia en recibir las ofertas más cuantiosas de los despachos de abogados punteros del país por nada. No había liderado cambios legislativos en Inglaterra por nada. No era la cara visible de los casos más mediáticos y complicados ante el Tribunal Supremo por nada. Su nombre no era una consigna más en las marchas feministas por nada. No la habían barajado para participar en la carrera judicial por nada. No asesoraba a políticos en cumbres internacionales por nada. No sólo era una mujer triunfando en un mundo de hombres: era una mujer racializada triunfando en un mundo de hombres blancos. Aun así, estaba en la cima. Todo porque era la más fuerte, la más lista, la que trabajaba más duro, la mejor. El tiburón más sanguinario cuando se lo proponía. Destrozaba a sus adversarios y no les dejaba oportunidad de recuperarse.
ESTÁS LEYENDO
S o l (Sabrae IV)
RomanceDespués de que un accidente de moto casi los separe para siempre, Sabrae y Alec no tienen miedo a correr. De hecho, quieren volar. Concretamente, 6.156,42 kilómetros. Que es la distancia que hay del campamento donde Alec está haciendo voluntariado...