Capítulo 70: Villano del año.

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¡Hola, flor! De nuevo otro mensaje antes del cap, porque me he vuelto un poco adicta al toque de color que aportan los corazones ❤. Espero que hayas pasado un fantástico Día del Libro; muchas gracias por tu paciencia esperando por este cap, ¡se me olvidó avisarte de que no subiría el domingo pasado porque... hoy celebramos el cuarto aniversario de la adopción de Sabrae!

Y las que nos quedan... 😉 ¡Disfruta del cap!

Tenía que reconocerlo: me gustaba este chaval. Los tenía bien puestos, viendo cómo se quedaba al lado de Mimi sin importar la hostilidad que manaba de mí, y que me salía demasiado natural como para que no resultara un pelín preocupante.

No me malinterpretes: como buen entusiasta del amor que soy (y en que Sabrae me ha convertido), me alegraba mucho de que Mimi estuviera empezando a descubrir las delicias de lo que es estar enamorado, el querer a alguien y ser correspondido, pero... supongo que en todo amor hay algo irracional contra lo que no puedes combatir, no importa lo que te esfuerces; igual que Sabrae me atraía como una polilla a la luz, imaginarme bajando un escalón en la pirámide de figuras masculinas en la vida de Mimi no era algo que me hiciera particular gracia. Ella era mi niñita y siempre lo sería; me daba lo mismo que hoy justo cumpliera dieciséis años, pues una parte de mí siempre iba a ver ese precioso y perfecto bebé que me había hecho descubrir el amor sin fronteras, sin preocupaciones, y el que había despertado ese instinto de protección del que tanto me enorgullecía de haber pulido, hoy hacía exactamente dieciséis años.

Pero, sí, me gustaba este chaval. La trataba como yo quería que la trataran, y la trataría si no fuera... bueno, mi hermana. Veía bastante de mí en él, en la forma en que se abría hueco entre la gente sujetando firmemente la mano de Mimi, y cómo no la soltaba incluso cuando yo los miraba con una ceja arqueada. Notaba que le ponía nervioso (como para no; después de todo, le sacaba una cabeza y diría que unos veinte kilos de músculo que pulverizarían su cuerpo fibroso), pero, aunque le suponía un esfuerzo en algunos momentos, no se alejaba de Mimi.

Me venía bien alguien valiente a su lado, sobre todo teniendo en cuenta que yo estaría demasiado ocupado cuidando de Sabrae como para preocuparme también por mi hermana.

Aun así... era divertido meterle el miedo en el cuerpo.

Y tampoco es que el chaval fuera gilipollas: había evitado muy hábilmente y en todo momento el quedarse a mi lado durante mucho tiempo, lo cual me indicaba dos cosas: la primera, que mi estrategia de avasallarlo para descubrir su límite (y de paso pasármelo bien) estaba funcionando; y la segunda, que me respetaba lo suficiente como para tenerme miedo. Lo cual, si llevas tanto tiempo fuera del ring, sin ningún contrincante que te haga demostrar lo que vales, es más que de agradecer.

No había bajado la guardia ni un momento; ni cuando nos habíamos despedido de Eleanor, acompañándola hasta casa y dejando un poco de espacio a las chicas para que se abrazaran como procedía (El tenía la agenda bastante apretada, y su efervescente fama nos haría muy complicado pasear por Londres tranquilamente, que era lo que Mimi pretendía hacer con Trey, así que nos reuniríamos con ella más tarde); ni mientras pasábamos por los tornos para bajar al metro, después de que ambos dejáramos pasar a las chicas primero (porque puede que yo sea un sinvergüenza y el Fuckboy Original, pero mi madre ha criado a un caballero –y, vale, así tenía la excusa perfecta para mirarle a Sabrae su espectacular culo-) y yo hiciera un gesto con la mano indicándole que pasara delante de mí, a lo cual obedeció; ni siquiera cuando los dos dejamos un asiento libre en el metro junto a las chicas, por si acaso venía alguna ancianita desvalida o alguna embarazada, y nos agarramos a la misma barra sólo para que él siguiera charlando con Mimi mientras Sabrae los miraba como si ellos dos hubieran inventado el amor. La verdad es que la admiración de mi novia era lo que más celoso me ponía de todo este asunto; yo, no me causa rubor admitirlo, soy un hombre profundamente enamorado de mi mujer que vive con envidia los momentos en los que ella no me está mirando fijamente.

S o l (Sabrae IV)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora