Perdonado

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Esperé a que la camarera nos trajera los cafés que mi tía y yo habíamos pedido

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Esperé a que la camarera nos trajera los cafés que mi tía y yo habíamos pedido. Después de varios días sin hablarnos quedamos el domingo para solucionar las cosas, aunque bueno, ella decía que no había nada que solucionar y que todo estaba bien. Cosa que, obviamente, no me creía. Seguía decepcionada y molesta por mi comportamiento, pero con razón, había hecho cosas que no debía.

Lo estaba intentando, el no practicar a la luz del día, de momento lo estaba consiguiendo, pero es que era complicado. Digamos que sentía que algo me obligaba a hacerlo, pero estaba casi segura de que se trataba de mi mala racha. Al fin y al cabo, lo único que se me daba medio bien era la magia, ¿cómo no iba a practicar si era lo único que me llenaba?

Nos sirvieron los cafés con una bandeja de galletas. Adoraba esa cafetería porque tenían dulces muy curiosos y realmente apetecibles. Keyla y yo nos solíamos reunir en ella casi siempre, nos sentíamos cómodas en ese ambiente. La razón es que quien llevaba el negocio era una Luar, una mujer muy amable y cariñosa, imposible no sentirse como en casa. Liv siempre me trataba como si me conociese desde siempre.

—¿Cómo van las notas? —Movió el sobre de azúcar mientras me miraba.

No podía ver sus ojos, se encontraban tapados por sus gafas de sol, estaba segura de que no quería que viera sus ojeras. Los sábados era el día que más tarde se quedaba de fiesta.

—Bien, la última nota ha sido un sobresaliente. —Imité lo mismo que ella, yo también quería el café endulzado.

Lo rompió por la mitad y lo echó dentro del vaso. Se sacó las gafas, las dejó a un lado de la mesa y cogió la cuchara para removerlo.

No fallaba, tenía unas ojeras pronunciadas en sus ojos. No se molestaba en quitarlas con un hechizo, ella no malgastaba sus energías en tonterías.

—Keyla, yo...

—Cira —me interrumpió inmediatamente—, tus pensamientos parecen que me estén chillando, no te preocupes. No pasa nada.

—Lo sé, pero me siento culpable. No quise arruinar el día y mucho menos que pensases que no te escuchaba.

Una sonrisa apareció en sus labios, ya no estaba enfadada.

—¿Has seguido practicando?

—Sí, pero tan solo de noche —le aseguré haciéndome una cruz en el corazón—. Sé que hice mal, no sé cuántas veces me lo has dicho, y yo he seguido haciéndolo como si nada.

Cogió mi mano y esta vez me mostró una sonrisa empática y cargada de amor.

—Deja de marearme y tómate el café. —Miró este y de nuevo a mí—. No quiero seguir escuchando tus lamentos.

Me reí y le hice caso. Cogí el vaso y le di unos pequeños sorbos, lo iba a necesitar. Yo ya sabía por qué nos habíamos reunido, siempre era por algo importante. Y esa vez era por mis seis mil quinientas setenta lunas, es decir, mis dieciocho años. Es el momento en el cual me presento formalmente a la Luna, le entrego absolutamente todo mi ser y le prometo fidelidad; como si me casase con ella, pues algo así. Keyla me corona delante de ella, no es más que un ritual para hacerle saber que ya tengo la mayoría de edad y que, por tanto, todas mis acciones me llevarán por un camino o por otro. Me repiten las advertencias y las leyes, me dan la tabarra con lo de siempre y empiezan a tratarme como una auténtica Luar adulta.

La leyenda de las Luar: Entre los mortales 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora