Rutina rota

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El despertador sonó a la misma hora que todos los días de entre semana

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El despertador sonó a la misma hora que todos los días de entre semana. Lo miré con mala cara, odiaba el número siete, lo odiaba con todo mi ser.

Estiré mi cuerpo mientras me quejaba por aquel cansancio, aunque más bien era por madrugar, llevaba desde el jueves por la noche sin practicar, unos tres días más o menos. Pero es que no quería dormirme en clase, no quería estar quejándome de todo, y eso me pasaba cuando estaba demasiado agotada como para ver las cosas buenas. Debía de hacerme un horario donde me dijera a mí misma cuando debía practicar. Había pensado que tal vez tan solo los findes estaban bien, pero claro, siempre y cuando no hubiera quedado con nadie. Eso no sucedía muy a menudo, así que era fácil de cumplir.

—Buenos días, Sombra. —Acaricié su cabecita mientras me maullaba y ronroneaba—. De nuevo a la rutina.

Se dio la vuelta mostrándome su tripa, no quería que le acariciara, no le gustaba que nadie lo hiciera. Tan solo orejas y cabeza, la tripa era zona prohibida.

Saqué unos pantalones vaqueros blancos del armario, estos tenían un diseño de rasgado o rotura. No es que fueran de mis favoritos, pero no me los había puesto desde que me los compré. Busqué una sudadera y cogí la primera que encontré, de color celeste y sin capucha.

Fui vistiéndome conforme encontraba la ropa, lo último que me faltaban eran los zapatos, y me decanté por unas botas negras. Algo me decía que iba a llover y que por eso debía ponerme las impermeables, jamás había fallado en algo así. Llamémoslo presentimiento, en realidad estaba casi al cien por cien segura de que iba a suceder. Aunque por eso ya dejaba de ser un presentimiento... No lo tenía muy claro. Quizás formaba parte de mi poder, Keyla jamás supo explicármelo. En realidad, tenía muchas preguntas que no me respondió y me prohibió hacerlas a las demás Luar.

Estiré de los cordones de las botas y me las até con fuerza, odiaba cuando se quedaban sueltas, las prefería ajustadas, así el pie no se me saldría ni se me movería.

Me lavé la cara con agua fría, era una ayuda para despertarme; un café hubiera estado mejor, pero no me daba tiempo a tanto. Me peiné, recogiéndome el pelo en una coleta pasándome la mano: el primer hechizo de la mañana... Era algo tan común, que ya no me daba cuenta, estaba acostumbrada a hacerlo siempre y ahora pasarme un cepillo no era lo mío. También perdía tiempo desenredándome los nudos, era algo que no me gastaba muchas energías y que, desde luego, me gustaba más que sufrir con los tirones. Por eso yo no era capaz de vivir sin magia, no podía imaginarme una vida sin ella. No me cabía en la cabeza, ¿cómo los mortales podían tener una vida tan simple?

Me despedí de Sombra, cogí mi mochila y bajé al piso de abajo.

—Buenos días —dije mirando a mis padres.

Mi padre estaba al teléfono, como todas las mañanas; mi madre se preparaba las cosas del trabajo, ni siquiera parecían haberse dado cuenta de que había bajado.

La leyenda de las Luar: Entre los mortales 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora