Sin energía

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Abrí la taquilla y guardé la mochila de malas maneras, no quería hacer el examen

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Abrí la taquilla y guardé la mochila de malas maneras, no quería hacer el examen. Intentaba pensar en alguna excusa para escabullirme: podía provocarme vómitos, tirar de la alarma de incendios... Pero, aun así, tarde o temprano lo haría y, aunque quisiera, no iba a poder librarme.

Lo bueno es que tenía un as en la manga y eso me iba a ayudar a sacar muy buena nota, tan solo debía de centrarme en lo que pensaba el resto, concretamente los que iban a mi clase.

Me fijé en el chico que tenía una bebida energética en la mano y que sonreía de manera tonta. Era uno de los más deportistas, por no hablar también que era de los más populares.

—Si cambio el agua por bebida energética... —Lo veía realmente concentrado, sus pensamientos eran muy extraños y confusos—. No tendré que beber más agua y así tendré energía infinita.

Sonrió a la nada y asintió con la cabeza como si lo que acababa de pensar tuviera sentido... Tenía que buscar a otro, él no me iba a servir para aprobar, no comprendía cómo conseguía pasar de curso con tanta facilidad.

Busqué por el pasillo, pero no conseguía localizar a nadie. Estarían todos en la biblioteca, concentrados en sacar la mayor nota posible, cosa que a mí no me preocupaba en absoluto.

El timbre sonó, me giré de nuevo a la taquilla y cogí las cosas necesarias para el examen. No nos dejaban llevar nada más que un estuche, hasta el móvil debíamos dejarlo dentro por si nos daba la tentación de mirarlo. Aunque era cierto, estaba casi cien por cien segura de que, si alguien se llevaba el cacharro a clase, la mayoría lo miraría, tirarían de una ayuda fácil.

Cerré la taquilla de golpe y caminé sin prisas a clase, era lo último que quería hacer, pero no tenía más remedio. Debía de prepararme para ser algo el día de mañana, como si eso me sirviese de consuelo.

La gente ya estaba sentada en sitios estratégicos: la mayoría se sentaba cerca del que mejor nota sacaba, si podían mirar su examen o preguntarle, no dudarían ni un solo segundo. Como consecuencia, los últimos sitios libres eran al final de la clase, en los cuales nadie se sentaba porque el señor Monter los tenía más que vigilados. Era más fácil copiar en primera fila que en la última, no tenía sentido, pero era así.

No es que me queje por sentarme detrás, todo lo contrario, era un sitio apartado y sin ojos cercanos. Perfecto para mí.

—Tomad asiento. —El señor Monter acababa de entrar—. En silencio, por favor.

Los murmullos no paraban, todo eran preguntas del examen o repeticiones en voz alta, podía notar la tensión y el nerviosismo de la gente. Por desgracia, ese era mi don más desarrollado, el poder sentir lo que los demás; daba igual el qué, yo podía sentirlo como si lo estuviera viviendo sin que me lo dijeran. Y cuando digo todo es todo.

Tomé asiento y dejé el estuche delante de mí, quería que repartieran ya aquellos folios para poder evadirme de todos, pero a la vez debía de estar concentrada para escuchar lo que rondaba por la cabeza de mis compañeros. No tenía ganas de absolutamente nada y eso se debía al cansancio que arrastraba desde esa mañana. Esperaba que no me afectara demasiado, debía de aprobar el examen como fuera... Aquel chico, el que estaba en el tren, acababa de entrar por la puerta de la clase con un papel en la mano.

La leyenda de las Luar: Entre los mortales 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora