I El deseo de Noelle

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A través de la ventana empezaban a verse fragmentos de un cielo azul intenso, iluminado por los primeros fulgores del amanecer. Noelle silva estiró los brazos como acostumbraba al levantarse, se restregó sus lindos ojos violetas para despabilarse y, deshaciéndose del calientito abrazo de las cobijas, se dispuso a sacar los pies de la cama. Tanteó la alfombra con los dedos buscando las zapatillas. ¿Dónde estaba la zapatilla derecha? Oh, allí, debajo de la cama. Sus deditos la arrastraron a la luz.

Por espacio de unos segundos se quedó sentada en la cama con la mirada perdida en la hermosa panorámica que se colaba por la ventana. Bostezó feliz; le levantaba el ánimo que aquel sol radiante indicara la proximidad del verano. Entonces, todavía medio dormida, empezó a formarse una idea en su cabeza. La expresó en voz alta antes de meditarlo mejor.

―Quiero besar a Asta.

Se sorprendió de no avergonzarse al admitirlo. Claro, no es que quisiera besar en los labios a aquel chico musculoso, bajito y gritón con el que le encantaba pasar tiempo, solo estaba intrigada por cómo se sentiría dar un beso, porque llevaba ya muchas noches soñando con él. No con Asta, con el beso, por supuesto... por supuesto. Había meditado bastante sobre como expresar sus sentimientos sin darles vuelta, evitarlos o negarlos, y había llegado a la conclusión de que, si de verdad le gustaba Asta, ella debería ser quien se declarara, porque el enano gritón a veces era un poco... ¿Cómo decirlo con gentileza? Despistado. No podía culparlo; el chico estaba tan obsesionado con superar sus límites y convertirse en rey mago que no obedecía a la naturaleza juvenil de enamorarse y dejarse enamorar. Si quería ser correspondida tendría que dar el primer paso. «El verdadero amor exige sacrificios» pensó, dándose ánimos, saltando de la cama.

Tomó una ducha más prolongada de lo normal. Una señorita de la realeza debía oler bien en un día importante. Al cepillarse los dientes no escatimó en la cantidad de pasta de yerbabuena que untó en el cepillo. Un pequeño dilema la asaltó frente al espejo. ¿Qué ropa se pondría? Que Asta no creyera ni por un momento que le importaba verse bien para él. ¿O sí? ¡No! Ya lo había intentado al usar un bikini meses atrás, cuando los toros negros vacacionaron en la playa, y el tonto amante de las nomobatatas apenas había reparado en ella. Tal vez si se vistiera de nomobatata por fin volteara a verla. Decidió irse por lo seguro y sacó del armario su ropa de diario: el vestido morado sin mangas y el suéter blanco de corte largo. Si usaba algo más extravagante o femenino levantaría sospechas entre los toros negros, y lo que menos quería ese día era a Vanessa medio borracha haciéndole preguntas pícaras e incomodas. «Si logro besar a Asta hoy, se lo diré a Vanessa ― pensó―. Después de todo, ella me ha ayudado mucho, y la hará muy feliz saber que fui valiente».

Ya vestida, usó su varita para conjurar un hechizo de agua sencillo con el que creaba vapor para cepillarse el cabello. Un pequeño truco que había descubierto recientemente y que le dejaba su pelo blanco seco, lizo y reluciente. Se hizo sus trenzas frente al espejo y, cuando ya iba en dirección a la puerta, regresó al tocador para sacar un pequeño frasco de cristal rosado del cajón. Dudó en perfumarse con ese frasco, pues sólo lo usaba ocasiones muy especiales. Era el perfume de su madre. Decidió rosearse un poco, ya que un primer beso era irrepetible, importante en los recuerdos de la vida. Sí, por eso, no porque de último momento se imaginó a Asta, cerca, muy cerca de ella, tanto que podía olerla, casi tocarla... mejor oler rico, punto, fin y se acabó.

Con los pasos sobre las escaleras hacía la sala común, se preguntaba si no estaría por cometer una locura. El plan la ponía nerviosa. Demasiado. Odiaba estar enamorada. La obligaba a ser impulsiva. Y lo amaba inexplicablemente al mismo tiempo; le encantaba sentir a su corazón aleteando como gorrión cada vez que veía a Asta. «La mejor forma de hacerlo es en un lugar en el que estemos solos... suponiendo que un beso pueda planearse, claro» ...

Asta x Noelle: El precio del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora