II Una cita improvisada

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  Con las prisas apurando su salida, Yami les puso sus mantos de orden por encima de la cabeza, y de un manotazo los agarró de las ropas y los alzó, lanzándolos por la puerta como si fueran pelotas de béisbol.

―Superen sus límites, y no se atrevan a volver sin un tesoro ― les gritó mientras se alejaban.

Aterrizaron a quinientos metros de la base. Asta, acostumbrado a ser proyectado por el capitán, aterrizó de pie. Noelle, víctima de su inexperiencia, cayó de bruces contra el césped, y rodó y rodó hasta que Asta la detuvo con la punta de la bota. Luego le extendió una mano para ayudarla a levantarse. Ella la tomó y, para su sorpresa, se encontró fingiendo estar dolorida. Mentir por motivo de prolongar el contacto de sus manos era un precio que estaba dispuesta a pagar.

―Qué remedio ―dijo, poniéndose en pie ―. No debería tratarme así; soy de la realeza.

―Al principio a mí también me molestaba, pero ahora sé que es su forma de demostrar cariño.

― ¿Crees que su papá lo lanzaba así de chiquito? ―. Preguntó, con acento juguetón. Asta rompió en risas.

―Tal vez aterrizaba con la cara y por eso está tan feo― agregó él.

Eso hizo reír a Noelle. A ninguno de los dos se les daba la comedia, sobre todo a ella ya que Asta ganaba puntos por ser un chiste andante, sin embargo, la fascinaba el hecho de que el muchacho siempre se reía genuinamente de sus chistes malos.

―Noelle...

― ¿Sí?

― ¿Estás bien, no te hiciste daño?

― No, ya estoy bien, ¿por qué?

― Es que sigues tomándome de la mano.

¡Tréboles! Noelle apartó su mano de un tirón y se sacudió el polvo de la ropa en un intento de hacer como que si nada.

―Perdón, no es que quisiera tomarte de la mano o algo así, es sólo que se me olvidó. ¡No te hagas ideas ridículas!

Él también apartó la mirada, sacudiéndose el cabello con la mano enguantada.

―No te preocupes, No me molesta que me tomes de la mano...

―Concentrémonos en la misión ―sentenció ella.

El grimorio azul de tres hojas salió de su funda, levitando sobre el piso. Al batir de su varita empezó a brillar. Todos los grimorios levitaban y brillaban al conjurar un hechizo, pero no todos atendían a la orden de una varita mágica. Eso era algo que a Noelle la hacía sentir orgullosa, aunque los demás ni lo notaran. Lo que los demás sí notaban, y vaya que lo hacían, era su armadura mágica de Valquiria, que en ese momento comenzó a formarse sobre ella. Muy pocos caballeros mágicos podían invocar una armadura, no solo en la actualidad, sino en la historia.

Animado por la transformación de su compañera, Asta extrajo a Danma de su grimorio y saltó encima de ella, quedando por un momento flotando sobre el suelo.

―Veamos quién llega primero, Noelle. El que pierda paga el desayuno ―la retó y en un instante surcaba el cielo montado en su espada.

― ¡Espera, Bakasta! ―se apresuró a alcanzarlo―. ¡Yo no leí las coordenadas!

El paseo fue bastante placentero. Noelle disfrutó de los paisajes y de la compañía de Asta, quien se desplazaba a su lado. Durante parte del trayecto recordó con nostalgia las veces que viajaron abrazados (voluntariamente a fuerza), sobre la escoba de Magna, cuando ninguno de los dos era lo suficientemente hábil para montar o manejar una escoba. También le gustó recordar la sensación de las manos de Asta aferradas a sus muslos en aquella ocasión cuando no le quedó más remedio que llevarlo cargado así; necesitaban rescatar a Nero y no había tiempo para ruborizarse o pensar mal. No se arrepentía de haberlo hecho.

Asta x Noelle: El precio del primer besoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora