Truths |03

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Narra Camille

Enero 7 del 2021

Monte-Carlo, Mónaco 🇲🇨

La verdad es que no sabía hasta dónde quería llegar él. Fruncí el ceño, sintiéndome bastante perdida mientras lo miraba, pero él simplemente rió con dulzura.

—¿Especial? ¿A qué te refieres exactamente?

—Aún estoy tratando de averiguarlo. No te conozco muy bien, pero parece que algo te falta... —dijo, esperando que su confesión no sonara demasiado dura.

Me giré para apoyarme en el muro, cruzando los brazos y alzando la vista en busca de la luna, que esa noche parecía esconderse.

—Desde que tengo memoria —respondí con una risa—. Fue mi abuela quien me introdujo en el ballet —añadí, casi forzadamente.

Él abrió levemente los ojos y luego adoptó mí misma postura.

—Entonces, eso es lo que has estado haciendo todo este tiempo... cumpliendo el sueño de alguien más —sus palabras impactaron en mi pecho como un duro golpe. Carraspeé, intentando desviar la mirada—. No te lo tomes a mal, Millie. Es solo que, aunque no somos tan cercanos, da la impresión de que no estás disfrutando de tu vida.

Y tenía razón. Me sentía atrapada, pero jamás lo admitiría en voz alta.

La frustración me abrumaba en ese momento; apreté ligeramente mi mano derecha y solté un suspiro.

—Estás equivocado —le dije, consciente de que mi expresión no era la más amable—. Lo que hago requiere de sacrificios, muchos de los cuales ni te imaginas. Así que, si continúo con esto, es porque realmente lo deseo, Charles.

Me deshice de mi postura defensiva y di unos pasos para irme, pero su voz me detuvo.

—Lo siento —sentí su mano rozar la mía por un instante antes de retirarla—. No quería ofenderte. Solo quería...

—¿Querías qué? —me giré para enfrentarlo, notando la proximidad entre nosotros. Mi respiración se agitó, al igual que la suya. Los lunares en su rostro se volvieron más notorios, y sus ojos escrutaban cada detalle de mi expresión, claramente sorprendido por mi reacción defensiva. Parpadeé varias veces y me pasé las manos por el cabello—. Lo siento, pero tengo que irme.

Sentía que empezaba a ahogarme. No quería desmoronarme frente a todos. Salí de la terraza y me dirigí a la sala para recoger mis cosas y despedirme, pero el único presente era Carlos, quien, al ver mi agitación, se acercó preocupado.

—¿Estás bien, Camille? Te ves pálida —me tocó el brazo suavemente, y yo negué con la cabeza. Pareció entender que quería irme, así que me susurró un "ya vuelvo" y desapareció por unos segundos. Al regresar, tenía las llaves de un auto en su mano—. Vamos

Colocó su mano en mi espalda, guiándome hacia la salida para buscar el auto, un modelo pequeño y negro. Me acomodé en el asiento del copiloto mientras Carlos tomaba el volante, y solté el aire retenido, frunciendo los labios con fuerza.

Las confrontaciones siempre me resultaban difíciles porque, en el fondo, sabía que tenían razón, pero me resistía a mostrarlo. Hablar de emociones nunca fue mi fuerte, una tendencia que se remonta a mi niñez, marcada por la frialdad y el cálculo, forjando mi manera de ser.

Parte de mí anhelaba expresarse, pero otra parte sistemáticamente lo impedía.

Intenté calmar mi respiración, cerré los ojos y busqué distracción en otros pensamientos. De repente, la calidez de una mano envolvió la mía. Al abrir los ojos, me encontré con la mirada comprensiva de Carlos.

—Vas a estar bien —dijo, con una sonrisa tranquilizadora.

—Apenas nos conocemos desde hace unas horas y ya has sido testigo de una crisis mía —admití, sintiéndome avergonzada.

—No te preocupes, todos pasamos por ellas. Y a veces, tener compañía ayuda a distraerse —respondí con una sonrisa. Carlos irradiaba bondad y amabilidad—. ¿Te gustaría ir a algún lugar en particular?

Con entusiasmo en su voz, dudé un momento antes de sugerirle que diéramos un paseo por la ciudad. A esas horas de la noche, las calles estaban vacías, sin tráfico ni gente.

—Cuéntame algo sobre ti, Carlos —propuse, y él me lanzó una rápida mirada antes de enfocarse nuevamente en la carretera.

Se rió y preguntó:

—¿Qué quieres saber?

—No estoy segura, ¿quizás todo?

—¿Todo? Eso sería mucho.

Rodé los ojos.

—Solo quiero asegurarme de que no he cometido un error saliendo a recorrer la ciudad de noche con alguien que acabo de conocer —bromeé, y ambos reímos.

—Estás completamente segura conmigo, Lady drama —aseguró.

Le di un golpecito en el hombro, y él exageró una reacción de dolor.

—Y me llamas dramática.

—Sí, lo eres. Pero en serio, soy de España, como ya sabes, tengo 26 años —me miró, esperando mi sorpresa, y yo solo sonreí—. Sé que no aparento mi edad. Siempre soñé con ser piloto de F1, mis padres viven en España, y tengo un perro.

—¿Es verdad que tus amigos te llaman "Chili"? —intenté decirlo en español, pero mi acento francés lo distorsionó. Se detuvo en un semáforo en rojo y me miró, algo avergonzado.

Me reacomodé y alcé una ceja.

—Es verdad, pero me parece ridículo. Por favor, no me llames así, Camille —suplicó, intentando parecer adorable. Le indiqué que el semáforo había cambiado—. Me inquietan tus silencios.

Lo miré fingiendo inocencia y respondí:

—Tal vez deberían, Chili —dije, disimulando cualquier indicio de broma, y su suspiro me llenó de una satisfacción velada.

—Solo porque seremos amigos, te permitiré que me llames así —declaró repentinamente, y reflexioné sobre sus palabras.

—¿Amigos?

—Exactamente, Lady drama. Amigos.

 Amigos

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𝐌𝐄𝐋𝐎𝐃𝐈𝐄𝐒 𝐎𝐅 𝐒𝐏𝐄𝐄𝐃 |Charles LeclercDonde viven las historias. Descúbrelo ahora