Narra CamilleEnero 15 del 2021
Montecarlo, Mónaco 🇲🇨
Varios días habían transcurrido desde mi último encuentro con mis amigos. Su preocupación fue palpable tras mi breve desaparición, a la cual resté importancia explicando que solo necesitaba descansar, sin dejar de mencionar que Carlos me había acompañado a casa.
Una creciente ansiedad comenzó a hacerse presente en mí mientras me dirigía a la casa de mi abuela, ubicada en la Avenida Princesse Grace. Esta se encontraba relativamente cerca de mi hogar y de la academia. Al entrar en la zona, era evidente el discreto lujo que todo lo envolvía, un reflejo de opulencia tradicional y reservada. Mi abuela se enamoró aquí, a los 23 años, de mi abuelo Frederic, un hombre de gran atractivo en su época, perteneciente a una distinguida familia monegasca propietaria de una reconocida joyería en el país. Según relataba, su amor fue inmediato, culminando en matrimonio y la llegada de dos hijos: mi padre, Bastian, y mi tío Lorenzo, quien lamentablemente falleció a causa de una grave enfermedad. Mi tío Enzo siempre tuvo un lugar especial en mi corazón; fue, junto a mi padre, uno de los pocos que me brindó cariño y me protegió de una existencia monótona, permitiéndome vivir una infancia feliz, de la cual guardo recuerdos cálidos y entrañables. Lo extrañaba mucho.
Con un suspiro, intenté calmar mis nervios mientras me acercaba a la imponente reja negra adornada con flores de tonos cálidos. Al presionar el timbre, escuché el sonido característico y, poco después, la voz de Pamela, la ama de llaves de mi abuela y quien fuera mi niñera y amiga durante años. Su tono amable siempre me reconfortaba.
—¿Quién es? —preguntó con cortesía.
—Soy yo, Camille —respondí entre risas, rememorando las clases de francés que intercambiábamos por lecciones de cocina, habilidad que, definitivamente, nunca dominé.
La reja se abrió tras su respuesta, y una brisa suave me acarició el rostro mientras ascendía los escalones hacia la puerta, que se abrió para revelar a Pamela, una mujer de estatura modesta, pecas y cabello oscuro.
—¡Pamela! —exclamé con alegría, abrazándola con fuerza. Ella correspondió el gesto, acariciando mi cabello y luego mi rostro con una mirada llena de ternura.
—Mi querida niña —dijo, mostrándose orgullosa de mi progreso con el idioma. Mi expresión se iluminó con emoción y le sonreí ampliamente.
—Realmente has avanzado mucho —bromeé, insinuando que ya era casi una francesa. Sin embargo, pareció no captar mi comentario, y su semblante se tornó serio.
—No abuses, Camille —fruncí el ceño—. Parece que tienes comida en la boca y no te entiendo —confesó con bastante indignación, lo que provocó que una carcajada saliera de mí. Ella me imitó, pero fuimos interrumpidas por un carraspeo. Busqué al dueño de aquel sonido y me encontré con unos arrugados ojos azules observándome con dulzura. Su cabello canoso estaba peinado hacia un lado, vestía un suéter Polo blanco, un pantalón caqui y, por supuesto, sus mocasines no podían faltar. Era mi abuelo. Sin pensarlo dos veces, caminó hasta mí y me abrazó delicadamente; olía a menta mezclada con tabaco, y cada parte de su ser emanaba amor. De cierta manera, era el lado suave que le faltaba a mi abuela Suzette.
—Aceptaré en voz alta que te extrañé... —le susurré, porque sí, ellos habían estado de viaje y apenas ayer habían regresado. Él soltó una risita debido a mi confesión, ya que normalmente no soy así con todas las personas, solo con las especiales soy capaz de abrirles mi corazón.
—Me gustaría escuchar eso más seguido, ma petite fleur —dijo él.
"Mi pequeña flor" era el apodo que él me había puesto el día que nací porque, según sus palabras, era tan rosada y tierna que le recordé a una petunia. Aunque era una comparación peculiar, lo amaba.
Lo miré con dulzura y luego hablé.
—¿Y la abuela? —pregunté, observando alrededor.
—Está en el jardín esperándote —respondió el anciano, señalando las puertas de cristal que conducían a la zona verde de la casa—. Aprovecha que está de buen humor.
Alcé una ceja y me reí por su comentario.
—Bien..., deséame suerte.
Al acercarme a las puertas, vi todo el jardín lleno de rosas. Mi abuela estaba admirándolas y tocándolas levemente con la punta de sus dedos. Mi relación con ella era muy cambiante: era buena y amable conmigo cuando me iba perfectamente en el ballet; de lo contrario, solo recibía indiferencia y dureza, y ciertas palabras como "debes esforzarte más" o "eres pésima".
¿Que si eso me lastimaba? Claro que sí, pero, de cierta manera, ya me había acostumbrado a sus hirientes palabras cuando no estaba satisfecha con algo.
Entré y dejé mis cosas en la mesa que se encontraba allí, caminé hasta el rosal y carraspeé. Ella se giró y su rostro, que normalmente era serio, cambió a uno contento y orgulloso. Tomó mi brazo derecho mientras lo apretaba suavemente, supongo que era una clase de muestra de felicidad debido al éxito que se aproximaba en mi carrera.
Suspiré aliviada.
—¿Qué tal el viaje por Grecia? —pregunté.
—Espectacular, querida. La comida es deliciosa, aunque la gente... es poco educada y sucia, definitivamente no lo soporté —hizo una mueca de fastidio, lo que me produjo incomodidad. Siempre ha tenido esa manía de hablar de las personas de manera despectiva y cruel. Lo odiaba—. Pero lo importante aquí es que Tamara me llamó para contarme las buenas noticias —de repente, su cara perdió cualquier signo de dulzura y amabilidad y se transformó en una expresión seria y retadora. Luego tomó mi mano y la apretó—. No lo arruines, Camille.
El cambio en su actitud llegó a intimidarme tanto que tragué grueso, asintiendo mientras mantenía la mirada fija en el pasto. Me preguntaba por qué creería que iba a arruinarlo, habiendo yo me esforzado y sacrificado tanto. ¿Acaso no era suficiente lo que hacía? Se formó un nudo en mi garganta y perdí las ganas de hablar. Me dolía profundamente que la persona a la que más amaba dudara de mí.
Con un gesto deliberado, dirigió su mano hacia mi mentón, levantándolo para mirarme como si estuviera frente a la visión más ridícula que jamás había visto, lo cual me hizo sentir burlada y ofendida.
—No seas patética y no te comportes como una débil. Tú elegiste este camino y debes afrontarlo —dijo con una brusquedad cortante.
Mis ojos reflejaban todo lo que sentía en ese momento.
La impotencia y la frustración empezaban a dominarme. Retiré su mano de mi mentón con determinación, mostrándole que ya me había cansado. Ella alzó una ceja, sorprendida por mi acción, y esperó a que dijera algo. Guardé silencio unos segundos antes de tomar aire, preparándome para lo que iba a decir a continuación.
—Estoy en esto porque te aprecio, abuela, pero no te voy a permitir que me trates así —su expresión se volvió incrédula al escucharme—. Así que, si esperas lo mejor de mí, necesito tu apoyo en este camino, no que te conviertas en un obstáculo más.
Tomé mis cosas y me dirigí hacia la salida, dejando a Suzette sin palabras.
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𝐌𝐄𝐋𝐎𝐃𝐈𝐄𝐒 𝐎𝐅 𝐒𝐏𝐄𝐄𝐃 |Charles Leclerc
Fanfiction༄ SAGA SPEEDING HEARTS ༄ Libro III Charles Leclerc Fanfiction »»----- ★ -----«« Mi vida se resumía en una palabra. Ballet. Todo giraba entorno a ella. Había dejado de disfrutar, de conocer y de experimentar, por los límites que tenía. Límites...