xv.

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La nativa del bosque se había pasado toda la tarde hablando y jugando con la tulkum, Ky’lah. Ambas se habían llevado muy bien a pesar de las diferencias entre sus hábitats.

Kai’lä por fin había logrado encontrar a quién la había estado observando, la Tsahìk Metkayina. No le molestaba que la vigilara, pero en su mirada había algo más profundo, extraño para ella viniendo de la Tsahìk.

Recordó la maravillosa tarde que había pasado con la joven tulkum antes de entrar en la tienda en la que viviían el jefe Metkayina y su familia.

Solo se encontró al Olo’eyktan y a su esposa allí, ni rastro de sus hijos.

Tonowari le pidió a Kai’lä que se sentara, y ella obedeció, repasó todas y cada una de las cosas que había hecho y se preguntó varias veces si había algo malo dentro de sus acciones.

El jefe se sentó delante de ella, serio pero no amenazador, y habló:

—Una tulkum te ha elegido. —Kai’lä tragó saliva sonoramente y agachó la cabeza.

Se sentía extrañamente aplastada por una autoridad, aunque eso solo le pasaba con su padre, o con su madre cuando le hablaba tan raro cuando se conectaba al árbol de las almas.

—Yo... señor, disculpe, no sabía que eso podría... insultarlos —se disculpó incluso sin saber exactamente el por qué.

—¿Insultarnos? —preguntó dejando ver la extrañeza en su voz, calmando ligeramente a la nativa del bosque—. Oh, en absoluto, chica, ¿creías que alguien te iba a decir algo por que una tulkum te haya elegido? Por Eywa. —Soltó una pequeña risa al final, calmando del todo a la Rongola y dejándola respirar tranquila de nuevo.

—Sí lo pensaba, al ser un... alienígena —se insultó a sí misma deliberadamente mientras levantaba la vista hacia los Metkayina— creí que podrían sentirse insultados por que una tulkum me hubiera hablado.

—No, querida, que un tulkum te elija es el mayor honor que puede existir, pocos hay que no tengan un hermano espiritual, e incluso siendo del bosque has sido elegida por uno de ellos —negó Ronal entrando en la conversación.

—Sí, señora. —Asintió volviendo a bajar su cabeza.

—Puedes irte —permitió Tonowari con una ligera sonrisa.

Kai’lä no lo dudó mucho antes de levantarse, despedirse y largarse de allí casi corriendo. Le daba igual haberla cagado al insultarse a sí misma. Se lanzó al agua después de llamar a su skimwing y se alejó hacia mar adentro.

No sabía lo que iba a hacer, así que se decidió a jugar un poco, como una niña. Sonrió al pensar eso, pocas veces lo hacía, una vez no estaba mal.

Nay’ley parecía saber que era lo que iba a hacer así que ella misma se lanzó al agua para bucear, sin darle casi tiempo a su jinete de coger aire.

Ambas llegaron al fondo marino y Kai se decidió a probar algo. Deshizo el vínculo con su skimwing y se agarró una piedra haciendo fuerza para lanzarse a por la siguiente.

Era como saltar entre ramas, solo que ahí no tenía que tener tanto cuidado para no pisar mal y caerse, o de hacer tanta fuerza para saltar de una rama a otra más lejana.

Terminó impulsándose hacia arriba cuando le faltó el aire, llegando a la superficie antes de lo que esperaba, no se había dado cuenta de la presión que había en el fondo hasta ese momento.

Nay’ley apareció debajo de ella, haciéndola sentarse sobre su lomo y tirándola al agua cuando se agarró un poco bien al skimwing.

—¡Eso es trampa! —le recriminó con una amplia sonrisa.

La skimwing no parecía haberse ni inmutado por lo que su jinete le había dicho, sino que siguió dando vueltas alrededor de la Rongola, casi mareándola.

Nay’ley volvió a acercarse a Kai, quién aprovechó para hacer el vínculo con ella otra vez. Quería intentar algo, aunque no sabía si daría resultado, luego recordó que un ilu podía soportar el peso de los jóvenes Metkayina, más pesados que ella —en ambos sentidos de la palabra.

Se subió a la montura de la skimwing y le ordenó, a través del vínculo, que bajara al fondo para después saltar sobre el nivel del agua. Aunque antes divisó tres figuras detrás de una roca que no se había dado ni cuenta de que estaba ahí. Nativos del océano, y ella los conocía.

Ambas, nativa del bosque y skimwing, bucearon hasta el fondo marino y volvieron a subir, saltando varios metros sobre el nivel del agua. Cosa que provocó que Kai gritara de emoción, ella era tan ligera en comparación a los Metkayina que Nay’ley podía soportar su peso sin problemas.

Cuando volvió al agua con un sonoro chapoteo, Ao’nung, quién estaba allí con dos de sus amigos, señaló el anterior sitio en el que había estado Kai con una cara que literalmente decía: «Te lo dije».

La nativa del bosque apareció delante de ellos tres sobre su skimwing, asustándolos a todos.

—¿Encontráis la diversión el vigilar a la gente o qué? —preguntó con sarcasmo.

—Ellos me retaron —explicó el hijo del jefe quitándose el problema de encima, los otros dos lo miraron con odio fingido.

Kai miró hacia los tres nativos del océano, uno por uno, mirando de último a Ao’nung, quién se puso nervioso de forma completamente inconsciente.

Todos se quedaron en silencio un momento, nadie se atrevía a hablar con ella, solo Ao’nung, y él les había echado el muerto encima. Aunque no se habían dado el tiempo de conocerla, seguían teniéndole miedo.

—¿Una carrera hasta la orilla? —soltó Kai’lä de repente, casi olvidando la razón por la cual había asaltado a esos tres solo para asustarlos un poco.

Los chicos se miraron entre ellos, cómplices todos. Kai notó eso y casi se preparó para empezar a nadar o bucear hacia la aldea del clan del arrecife.

—Aceptamos —dijo uno de los chicos.

—Bien, pues, corred —dijo lanzándose al agua y casi escuchando el grito del otro chico que la llamaba «Traidora».

[𓂃]

Kai’lä casi tuvo que esperar medio minuto hasta que los otros chicos llegaron a la arena de la playa.

—Gano yo.

—Porque tú vas con un skimwing —se quejó uno.

Ella soltó una pequeña risa que rápidamente se le contagió a los otros tres. La Rongola se fijó sin quererlo en el codo del hijo del jefe, en la pulsera que ella le había dado esa misma noche.

Pensó en una excusa rápida pero creíble para largarse de allí y evitar cualquier tipo de situación incómoda. Tal vez Ao’nung no había dicho quién le había dado la pulsera y sinceramente creía que así estaba perfecto.

Escuchó algo parecido a un «Te toca hablar con ella», pero no sabía exactamente quién lo había dicho, así que siguió caminando, no directa a su tienda, pues aún quedaba día, sino que iba sin rumbo fijo.

—Eh —le habló Ao’nung a su lado—, ¿por qué te fuiste?

—Pues... —ella volvió a planteárselo, y no supo que responder—, no lo sé.

—Mi madre me ha preguntado quién me dio la pulsera —dijo cambiando de tema.

—Dime que no le has dicho que fui yo —pidió rezándole a Eywa.

—No, pensé que tal vez querías ser la primera en felicitarme o que no querías que nadie supierta que tú me regalaste esto —caviló en voz alta, ella había querido ambas cosas—, así que le dije que me la había encontrado como si alguien la hubiera dejado ahí para mí.

—Gracias —agradeció soltando un suspiro de alivio— por no decirle que fui yo.

—Aunque creo que Tsireya sospecha que fuiste tú.

—Mierda —susurró.

Ocean Light - Ao'nungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora