xxi.

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A Kai’lä se le desencajó la mandíbula. ¿Kiri era hija directa de Eywa y ella... a ella también se le podría considerar como tal? Se dio cuenta de que tenía las orejas agachadas.

—¿Qué? —consiguió decir por fin.

Mireya no respondió a esa pregunta.

—Come.

A Kai se le secó la boca. Sí, debía volver, pero su curiosidad no había sido saciada, en lo más absoluto. Aunque al ver el rostro serio de su madre se acalló a sí misma.

—Come —repitió—, y cuida que la raíz que escojas no toque el suelo. —Luego retrocedió un paso y desapareció, dejando a Kai con más preguntas aún.

Tragó saliva, completamente sola, aunque no sabía si podía considerar a la Gran Madre una compañía, psíquicamente tal vez sí, pero no física.

Cogió una raíz del joven árbol con cuidado, intentando romperla para poder comérsela. Su mente la llevó a pensar cómo sabría una planta nacida directamente del seno de la Gran Madre.

Cuando la tuvo en sus manos, la miró detenidamente. Era igual a las del árbol de las almas de las tierras Omatikaya, su casa.

¿Y si se quedaba allí? ¿Y si pasaba el muro invisible que la separaba de la Tierra de Eywa? ¿Y si dejaba que la raíz tocara el suelo? ¿Moriría definitivamente?

Estaba en casa, con su madre, tal vez incluso podría conocer al primer amor de su padre o a la doctora Grace, siempre había querido conocer a esa mujer, aunque no más que Kiri.

Tal vez incluso podría saber quién era Trudy, la piloto que ayudó a su tío en la guerra, o al antiguo Olo’eyktan Omatikaya, Eytukan.

Levantó la cabeza para mirar al muro invisible que la separaba de la Tierra de Eywa, donde su madre había desaparecido. El bosque seguía y seguía, aparentemente ajeno al gran agujero que parecía solo durar hasta donde empezaba la Tierra de Eywa.

Cogió aire despacio, podría conocer a héroes que murieron en la guerra, que murieron por echar a los humanos de Pandora.

Pero perdería a gente que la amaba.

Dejó caer los hombros, con la raíz todavía en sus manos. Perdería a su padre, a sus primos, nunca podría decirle a Kiri cuánto la amaba, a Lo’ak cuánto le preocupaba a veces.

Ni a Tuk cuánto deseaba poder ser ella quién estuviera ahí cuando domara a su ikran, a Neteyam tampoco podría darle las gracias por intentar tranquilizarla con su sonrisa el día que llegaron al arrecife.

No podría disculparse con sus tíos, con Jake por estar tan a la defensiva siempre que se trataba de Lo’ak o Neteyam o ambos, ni con Neytiri por cargarla con sus sentimientos.

No podría estar más con su padre, no podría volver a abrazarlo.

Miró la raíz otra vez, si se quedaba allí... se arrepentiría durante toda su pobre existencia. Mordió un poco la parte por la que la raíz se unía al tronco del árbol.

Masticó y tragó con fuerza, para ser un árbol nacido del seno de la Gran Madre sabía fatal, peor que algunos de los remedios que Mo’at a veces les preparaba. Que ya era decir.

A punto estuvo de sacar la lengua para mostrar el asco que ya le había cogido a aquella cosa, pero un mareo fuerte le embotó la cabeza, se apoyó con una mano en el suelo.

Miró la raíz, que estaba todavía en su mano libre, estaba perdiendo un líquido que parecía viscoso, violeta, brillaba mientras goteaba hasta tocar el suelo.

Kai’lä intentó mantener los ojos abiertos, pero poco a poco se le iban cerrando. Estaba en el limbo, ni viva ni muerta, vale, pero ¿podían envenenarla allí?

El brazo le falló y cayó al suelo, luego todo se volvió negro.

[𓂃]

La sangre salpicó su cara cuando degolló a aquel humano. Necesitaba encontrar a la perra que había matado a su hija.

No pensaba con claridad, lo único que su cabeza le repetía era «matar». Y eso hacía.

Sintió un arma recargándose y antes de que el avatar pudiera apuntarle bien, ya tenía la garganta destrozada. No era aquella mujer.

Dejó que cayera al suelo con un golpe seco y siguió buscando, sin importarle la cantidad de muertes que se llevara con él. Matar, matar y matar. Eso quería y eso haría.

Ni siquiera había escuchado a Neytiri decirle que no fuera solo, ni a Jake llorar por haber perdido a lo único que le recordaba a su hermana.

Él lloraría por su hija más tarde, cuando hubiera puesto fin a la vida de todos aquellos bastardos asesinos.

Le debía tantas muertes a los humanos... Primero había sido Sylwanin; Eytukan y sus amigos, después; Mireya... ella también tenía cuentas pendientes; y ahora había sido su hija, su única hija, su Kai’lä.

Tensó el arco y se entregó a la muerte antes incluso de soltar la flecha.

[𓂃]

Tsireya abrazaba a su hermano mientras intentaba no hacer mucho ruido mientras lloraba, él simplemente había desconectado, ni siquiera parecía estar en su propio cuerpo.

Había notado que ambos señores Sully se habían ido al barco a ayudar al otro guerrero y a salvar a sus hijas.

Neteyam parecía estar agonizando en silencio por no haber podido proteger a su prima; el chico humano estaba callado, aunque ella notaba como seguía culpándose por no haber podido avisar a Kai antes.

Lo’ak... era un caso perdido, lloraba sobre el pecho de su prima, importándole poco cuán patético podía verse. Su prima... alocada y recta, parecía haber cogido todo de sus padres.

Tsireya se fijó en que la sangre que había caído del pecho y el estómago parecía... retroceder. Levantó las orejas, la sangre retrocedía, de vuelta al cuerpo de su poseedora.

Habría jurado que incluso su abdomen parecía haber empezado a subir y bajar a un ritmo agonizantemente lento.

Lo’ak se estableció con velocidad, mirando la cara de su prima, como si hubiera sentido... que ella respiraba. Neteyam giró la cabeza hacia su hermano menor, mirándolo como si estuviera loco.

—Su sangre... —murmuró Ao’nung, de vuelta en la realidad.

Ambos hermanos giraron la cabeza hacia la sangre que debería empapar toda la roca en la que habían puesto a Kai’lä para dejar que Ky’lah llorara a su hermana espiritual en silencio.

Los cinco adolescentes observaron cómo la sangre subía por los costados y las piernas de Kai hasta meterse en las heridas, sacando ambas balas de un empujón, que cayeron en la roca con un repiqueteo.

Ambas heridas anteriormente sangrantes, comenzaron a cerrarse, entonces pudo apreciarse un poco mejor el suave movimiento del abdomen de ella. Demasiado suave, pensó Ao’nung.

Las heridas se cerraron y Kai dejó de respirar.

—No... —murmuró Ao’nung—, no, no, no... —se acercó a Kai hasta que pudo tocarla. Estaba helada.

Lo’ak vio cómo Ao’nung empezaba a llorar. Sabía que él estaba peor.

—Todo esto... —empezó Tsireya, aunque se interrumpió con un sollozo.

—Para nada —terminó Neteyam, viendo a Spider encogiéndose sobre si mismo.

Ocean Light - Ao'nungDonde viven las historias. Descúbrelo ahora