I: ¿Y este soberano pelotudo quién es?

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MAYO DE 1999

Antes que el sonido de la atiborrada calle, antes que los gritos de la vecina regañando a su hija adolescente en la casa de al lado porque llegaría tarde a la escuela, antes que los bocinazos estridentes que buscaban llamar la atención de los distraídos para que dejaran pasar a la ambulancia, antes que el hombre que recorría el pavimento con su destartalado camión y vociferaba en los parlantes "aproveche la papa blanca a cuatro pesito', señora", inclusive antes que el mismísimo despertador, religiosamente programado para las siete de la mañana...

Antes que todo lo demás, al joven Pablo Aimar -de diecinueve años de edad- lo despertaba su gata, Berenjena, una pequeña bolita negra de tan solo cuatro meses. Aunque odiara despertarse temprano con toda su alma (y más cuando era para soportar gente imbécil) no podía negar que la parte más feliz de su mañana eran aquellas suaves patitas apoyándose sobre su rostro, reclamando por su atención con un ronroneo profundo.

- Hola, mi bebé- la saludó con voz ronca, la primera de la mañana, mientras acariciaba su lomo- ¿Ya hay que despertarse?

"Miauu" pareció contestarle Berenjena, mirándolo seriamente y moviendo apenas los bigotes. Suspirando, el cordobés frotó suavemente aquella rasposa nariz contra la suya y se incorporó en la cama, frotándose la cara con las palmas abiertas y mirando por la pequeña ventana el cielo oscuro, todavía adornado por las estrellas. Un día más, probablemente aburrido, horrible y agotador como todos los otros, pero ya estaba acostumbrado a que la vida fuese un ciclo repetitivo y sin gracia.

Pablo había nacido en Río Cuarto, provincia de Córdoba, pero había abandonado el pueblo hace tiempo para mudarse a Buenos Aires. ¿Las razones? Había de sobra: anhelaba poder valerse por sí mismo y generar un ingreso, quería vivir de lo que más le gustaba hacer, y también, deseaba pasar desapercibido y crear la distancia suficiente para que ningún miembro de su familia volviera a contactarlo jamás.

Por ello, desde los quince años que trabajaba como bibliotecario en la pequeña biblioteca "Mariano Moreno", ubicada en el pasaje Belisario Hueyo al 200, en pleno Avellaneda. Era un edificio tan mínimo y angosto (y tan destartalado a nivel arquitectónico, a pesar de estar construido con los más bellos detalles del art nouveau), que nadie le prestaba atención a menos que realmente quisiera encontrarlo. Pablo siempre pensó que se parecía a la letra ele dada vuelta por la forma en la que el piso de arriba se iba ligeramente hacia el costado, dando una ilusión de caída. La acogedora planta baja era el área de biblioteca y el primer piso, al cual se accedía por medio de una amplia escalera de caracol, era la parte en la que él vivía.

El cordobés deslizó las piernas por el colchón y se estremeció al sentir lo helado que estaba el piso. "Otra vez se apagó este calefactor de mierda, voy a tener que llamar de nuevo" pensó con hastío, mientras levantaba las mantas en búsqueda de sus zapatos. Al meter la mano dentro de una de las medias, descubrió que el agujero que ya llevaba tres remendadas, se había vuelto a abrir. El frío era más imponente, por lo que no le importó y se la colocó de todas formas, arrugando aquella parte percudida y enganchándola debajo del dedo gordo. Sería molesto caminar sintiendo esa montañita todo el día, pero ya estaba desensibilizado.

Pablo estaba acostumbrado a remendarse las medias veinte veces, a usar los zapatos hasta que la planta de su pie rozara con el piso, a morirse de frío porque luchaba constantemente con la inutilidad de los proveedores de gas, a arrastrarse hasta fin de mes con los centavos que quedaban. Sabía de sobra que nunca tendría una casa propia, ni siquiera construida con el fruto de sus máximos esfuerzos, y que jamás podría nombrar ninguna cosa como suya, porque había nacido sin nada, y sin nada moriría. La vida misma lo había curtido para habituarse a vivir con lo justo, al desarraigo, a la miseria.

Escalera de caracol [Scaimar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora