VII: (A veces) me sirve tenerte acá

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Nota de autor: los sucesos de este capítulo pueden no ser muy fieles a la realidad, pero yo necesitaba crear drama, así que desde el punto de vista literario no me interesa. Salu2. 

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Berenjena despertándolo con sus patitas, creciendo un poco más cada día y aprendiendo los trucos que le enseñaba con paciencia. Lionel llegando para desayunar con él, regalándole caricias o besos furtivos en la mejilla mientras le cebaba mate. Su jefa llamándolo para comunicarle que iba a subirle el sueldo. Atenea contándole que había conseguido un segundo trabajo, que le daba un buen ingreso. Todo marchaba excelente. 

Pero cuando todo parecía estar demasiado bien en su vida, Pablo sentía miedo. 

No era como si fuera un pesimista empedernido. Habiendo vivido tanta porquería, le encantaba tener momentos de tranquilidad, días llenos de alegría, pero los disfrutaba con la intensidad de quien sabe que no duran demasiado. Como si algún dios buscara castigarlo por creerse merecedor de aquello, cada vez que se encontraba sumido en una burbuja de paz, cada vez que se iba a dormir con una sonrisa... algo sucedía. 

Y se había acostumbrado a enfrentar esas caídas solo. 

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Eran apenas las nueve de la mañana de un Martes (el peor día de la semana, en su opinión) cuando su intuición se vio confirmada. 

Pablo estaba parado sobre una silla, batallando para bajar del último piso de un estante un libro de Neruda que le habían pedido, cuando escuchó golpes en la puerta. Su primer pensamiento fue que probablemente sería Lionel queriendo jugarle una broma, por lo que lo dejó estar y esperó a que pasara, pero los golpes y una voz diferente pronunciando un fuerte y claro "señoraaa" le hicieron saber que estaba errado. 

Al abrir, se encontró del otro lado con tres personas: una mujer pelirroja, un hombre rubio y con un enorme bigote (que llevaba una caja de herramientas en la mano), y un morocho con acné y cara de pocos amigos. Los tres vestían un uniforme azul desteñido, intervenido por franjas verde flúor, y cascos blancos, y en todas aquellas prendas podían verse sin problemas parches con el logo de la peor empresa de todo el conurbano: Edesur. 

- Qué tal, buen día- saludó el morocho- Mi nombre es Tomás. ¿Está la señora Clara Alcorta?

- No, ella no vive acá- replicó el cordobés, repasando mentalmente los pagos de las boletas- Yo soy... su sobrino, Pablo. 

- Bien. Mirá, tenemos que avisar antes de cualquier operación, así que te cuento: venimos con una orden de corte de servicio por un pago fuera de término.

Pablo sintió cómo se le cortaba la respiración por unos segundos y parpadeó varias veces, atónito. "Pero si yo pagué... Yo pagué, no me pueden cortar la luz..." 

- Eso no puede ser- negó con rapidez, sujetándose del marco de la puerta- Yo pagué la boleta de este mes. 

- ¿La pagaste en tiempo y forma?- repuso Tomás con sorna. 

- Con... Con dos días de diferencia, ¡pero está abonado! 

- ¿Ves? Ahí está el tema. Se te pasó el vencimiento, por eso es el corte. 

- ¡Pero son dos días nomás! ¡Me atrasé porque no había cobrado todavía! ¿De dónde quieren que saque sesenta pesos a principio de mes? ¡Es mucha plata!

- Las explicaciones monetarias no me las tenés que dar a mí, no me sirven. 

La mirada sobradora del operario le estaba haciendo hervir la sangre en las venas, pero le ganaba la desesperación reptando desde la punta de sus pies hasta su cuello, paralizándolo en su lugar al pensar en todo lo que eso implicaba: horas interminables de trámites, problemas con Clara por no ocuparse de sus responsabilidades, perder su lugar y hasta su trabajo, quedarse una vez más sin nada. 

Escalera de caracol [Scaimar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora