IX: Sos lo único que necesito

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- ¡Perfecto! ¡Descanso de cinco y seguimos!

Lionel suspiró con cansancio, frotándose el cuello, y abandonó el set de fotografía en busca de un lugar para sentarse. Después de mucho deambular entre un mar de cables desperdigados por el piso, banderas blancas y negras para anular la sombra, y varias luces encendidas en su máxima potencia, finalmente encontró un pequeño refugio en un banquito alto junto a la única ventana en todo el lugar. 

El modelo se dejó caer sobre el asiento y miró hacia afuera, encontrándose con más edificios pintados del mismo gris aburrido, con ventanales tan grandes que podía ver perfectamente todo lo que había detrás: sillones caros (algunos hasta forrados con pieles de animales), lámparas con adornos delicados, arañas pendiendo del techo, los últimos modelos de televisores. Todo tan opulento, tan sobrecargado e innecesario, que consiguió revolverle el estómago y devolver su vista hacia el interior. 

No podía negar que el diseño que habían hecho para acompañar las fotos de esa vez le gustaba bastante: un marco de madera de color vino, con apariencia antigua, adornado con margaritas muy pequeñas y colocado contra un fondo blanco inmaculado. Él cargaba un ramo de gipsófilas entre sus brazos, y debía alternar entre sonreírle a la cámara y mirar las flores en su mano con expresión de ensueño. Era una idea bella, bastante más agradable en comparación a las últimas sesiones que le habían tocado, y eso lo estaba ayudando a sobrellevar ese día. 

A Lionel le gustaba modelar, le gustaba tomarse fotos, y, consciente de su atractivo, le gustaba hacer gala de su cuerpo y sus encantos... pero no le gustaba su trabajo. Estaba acostumbrado a una rutina increíblemente vacía: levantarse temprano, ir al set (generalmente en compañía de su padre, quien oficiaba como su representante), hacer la sesión y regresar a su hogar, en donde todo se sentía igual de vacío y solitario, porque sus padres rara vez estaban allí. La única que, al final del día, conseguía hacerlo reír un poco y consolarlo, era Eulalia, la cocinera. Pero esa rutina sin alma había cambiado gracias a una persona. 

Una sonrisa amplia se dibujó en el rostro del modelo y balanceó los pies hacia adelante y atrás, completamente embobado. Desde hacía varios meses que su principal motivo para levantarse de la cama e ir a las sesiones, era lo que venía después: alejarse de su padre, ir a la biblioteca, y recorrer todos sus rincones hasta que lo encontraba. A veces estaba realizando tareas de verdad, otras veces se podía dar cuenta de que estaba claramente fingiendo, pero no le importaba. 

Le importaba mucho más acercarse lentamente y asustarlo, o abrazarlo, o besar su mejilla, y ver cómo su cara se teñía de rojo y oír su vergonzoso saludo de regreso. Le importaba mucho más pasar un par de horas junto a él haciendo lo que sea: tomando mates, limpiando el depósito, sirviéndole de acomodador de libros, atendiendo a algún que otro socio que llegaba temprano... Le importaba estar con él, con su lindo. Con Pablo. 

Desde ese primer encontronazo en la biblioteca, su vida había dado un giro de ciento ochenta grados. Todo lo que antes le parecía estable, lo sacudió y lo tiró por tierra: se había reconocido como un niño mimado, como alguien que usaba su estatus económico para deslumbrar a la gente, alguien demasiado acostumbrado a obtener siempre lo que deseaba. Todo ese lujo que lo rodeaba ahora conseguía molestarlo, y se sentía demasiado superficial. Ahora encontraba elegancia en la simpleza; en un desayuno de mates y Criollitas, en una ventana desde la cual podía ver árboles y no paredes repetidas, en una pequeña gatita trepándose en su pierna y pidiéndole caricias. En una sonrisa tímida coronada por rizos castaños, y en esos mismos labios acercándose para dejarle un beso de despedida en la mejilla. 

Una risa demasiado estridente lo sacó de su ensueño, y giró la cabeza para encontrar a su emisor. A unos pocos metros de distancia, estaba Ángel, su padre, conversando con unos hombres igual de trajeados y elegantes que él. Lionel ni siquiera necesitaba escucharlo para saber que estaban hablando de él, sospecha que le fue inmediatamente confirmada cuando aguzó un poco más el oído. 

Escalera de caracol [Scaimar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora