XII: El diablo viste de traje

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⚠️En este capítulo hay escenas con cierto nivel de violencia física y homofobia. Si estos temas son delicados para vos, te recomiendo no seguir con la lectura, yo solo cumplo con el deber de avisar. 

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Pablo rascó la gasa de su codo izquierdo con impaciencia, recibiendo un profundo "miauuu" de regaño de parte de Berenjena, mirándolo muy seria desde el escritorio. 

- Es que me pica, negrita, no puedo- le explicó a la gata, haciendo un puchero- Igual démosle las gracias a Lio, porque sino ni me hubiera curado... 

Decir su nombre automáticamente le provocó una sonrisa boba. Su novio (cada vez que lo pensaba, sentía que podría desmayarse de la alegría) había desinfectado con mimo los raspones en sus codos y rodillas, colocado gasas encima de cada uno de ellos, y lo había abrazado con fuerza mientras dormían, repitiéndole al oído que lo quería hasta hundirse en la inconsciencia. Aquello había sido casi suficiente para que el cordobés se sintiera bien por completo y olvidara lo sucedido en aquella casa. 

Casi. 

La mirada maldita del padre de Lionel lo persiguió hasta en sus sueños, mejor dicho, en una horrible pesadilla en la que, sentado en un enorme trono de oro, se reía de él y apretaba en su mano una pesada cadena plateada, enganchada al cuello del modelo. Siempre que quería avanzar hacia él, el alambre de púas que hacía de collar se le clavaba en la piel, haciéndolo gritar de dolor y de desesperación. Y Pablo, envuelto en mil cadenas con eslabones que formaban la frase "pobre de mierda", no podía avanzar debido al peso. Los ojos de burla de Ángel parecían estar hechos de fuego, deseoso por seguir humillándolo, por hundirlo del todo. 

Un escalofrío sacudió la espalda del bibliotecario al recordar la escena, y Berenjena olfateó su rostro, dándole unos leves lengüetazos para consolarlo. 

- Solo son sueños feos, ¿verdad?- sonrió Pablo, acariciando el lomo de su gata- Nomás sueños feos... 

Sin sonar demasiado convencido, se levantó de la silla y se arrodilló junto al escritorio, frente a una enorme caja de libros nuevos que habían llegado en días anteriores. No había encontrado un momento para ordenarlos como debía, tanto por el sorpresivo aluvión de socios que invadieron la biblioteca, como por (debía reconocerlo) el tiempo que Lionel y él pasaron juntos. Las manos del cordobés acariciaron una versión limitada de "Los ojos del perro siberiano", recordando el día de su primer beso, su confesión desenfrenada, y la conversación en torno a aquel libro, sin saber siquiera lo que decían. Una sonrisa dulce se dibujó en su rostro, añorando su presencia como nunca. 

La puerta de entrada se abrió con suavidad. El reloj en el escritorio marcaba las nueve y media, por lo que evidentemente debía ser él. No había conseguido esconderse a tiempo, por lo que Pablo decidió pretender que no lo había oído, internándose casi por completo en la caja de libros mientras esperaba que sus grandes manos abrazaran su cintura, o que sus labios buscaran los suyos. Pero ese contacto se estaba tardando demasiado... 

- Clara Alcorta no tiene sobrinos.

Aquella voz se sintió como un disparo inesperado en el centro del pecho, uno que destruyó el piano amoroso que sonaba en su cabeza y lo reemplazó con el sonido de mil violines desafinados. Con el corazón desbocado, el bibliotecario se giró muy lentamente, encontrándose con Ángel, de pie a sus espaldas y mirándolo desde arriba con una sonrisa relajada.. Llevaba un traje menos elegante que el que tenía puesto en la cena: este era de un azul oscuro, con una corbata rayada. 

- Para empezar, su único hijo ni siquiera vive en Buenos Aires- explicó el hombre, pretendiendo inocencia e inclinándose ligeramente hacia abajo- Y es muy curioso que tengas un apellido distinto, ¿no creés, Pablo Aimar?

Escalera de caracol [Scaimar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora