En verdad lo digo en serio: fui afortunado.
Me gradué de la universidad en 2007, justo a tiempo para el colapso
financiero y la Gran Recesión de Estados Unidos. Intenté entrar a trabajar en el peor mercado laboral en más de 80 años.
Casi al mismo tiempo, me enteré de que la persona a la que le rentaba una de las habitaciones de mi departamento no había pagado la renta desde hacía tres meses. Cuando la enfrenté, lloró y luego desapareció, dejándonos a otro compañero y a mí con el adeudo. Adiós ahorros. Me pasé los siguientes seis meses viviendo en el sofá de un amigo, con trabajos raros, uno tras otro, y tratando de mantenerme en el mínimo posible de mis deudas, mientras buscaba un empleo de verdad.
Digo que fui afortunado porque entré al mundo adulto siendo ya un fracaso. Empecé desde el suelo. Ése es, básicamente, el mayor temor de todas las personas en la vida, cuando se enfrentan a un nuevo negocio, a un cambio de carrera o a renunciar a un trabajo detestable, y yo lo experimenté todo recién salido de la universidad. Las cosas sólo podían ir mejor.
Así que sí, fui afortunado. Cuando duermes en un futón maloliente, tienes que contar tus monedas con el fin saber si te alcanzará para comer en McDonalds durante la semana y has mandado 20 solicitudes de trabajo sin que ninguna haya obtenido respuesta, entonces empezar un blog y un estúpido negocio de internet no te suena tan descabellado. Si cada proyecto que inicié fracasaba, si cada entrada de blog que escribía no era leída, simplemente estaría de vuelta a donde había comenzado. Entonces, ¿por qué no tratar?
El fracaso, en sí mismo, es un concepto relativo. Si mi parámetro hubiera sido convertirme en un revolucionario anarco-comunista, entonces mi completo fracaso para hacer dinero entre 2007 y 2008 habría sido un exitazo. Pero si - como le ocurre a mucha gente- mi parámetro hubiera consistido simplemente
en encontrar un primer empleo serio que me permitiera pagar algunas de mis deudas recién salido de la carrera universitaria, habría sido un triste fracasado.
Crecí en una familia rica. El dinero nunca fue un problema; por el contrario, en mi pudiente núcleo familiar los recursos monetarios por lo general se utilizaban para evitar problemas más que para resolverlos. Una vez más, fui afortunado, porque eso me enseñó desde temprana edad que hacer dinero, en sí mismo, representaba una mala idea para mí. Podías poseer mucho capital y ser miserable, así como podrías ser pobre y muy feliz. Por lo tanto, ¿para qué usar el dinero como un medio para medir mi valía personal?
En lugar de ello, mi valor radicaba en algo diferente. Era la libertad, la autonomía. La idea de ser un novel empresario siempre me atrajo porque odiaba que me dijeran qué hacer y prefería hacer las cosas a mi modo. La idea de trabajar en internet me atraía porque lo podía hacer desde cualquier lado y cuando quisiera.
Me formulé una simple pregunta: ¿Preferiría ganar relativamente bien y tener un empleo detestable, o sería mejor jugar al empresario de internet y ser pobre un rato? La respuesta fue inmediata y contundente: la segunda opción. Entonces me pregunté de nuevo: Y si pruebo esto y fracaso en unos años y debo conseguir trabajo de nuevo, ¿en realidad habré perdido algo? La respuesta fue no. En vez de ser un veinteañero sin dinero y sin empleo, sería un tipo de 25 años sin dinero, sin trabajo y sin experiencia. ¿A quién le importaba?
Con este valor, no perseguir mis propios proyectos se convertía en el fracaso, no la falta de dinero, ni dormir en los sofás de amigos y de familiares (lo cual continué haciendo por casi dos años más), ni tener un currículum vacío.
La paradoja del fracaso/éxito
Un día, cuando Pablo Picasso ya era un hombre mayor, sentado a la mesa de un café en España, dibujaba algo en una servilleta usada. Muy despreocupado, se dedicaba a bosquejar lo que le viniera en gana en ese momento, algo así como cuando los adolescentes garabatean partes masculinas en las paredes de los baños, excepto que en este caso se trataba de Picasso, así que sus falos de sanitario eran una genialidad cubista-impresionista plasmada sobre las manchas de café de aquella servilleta.
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El sutil arte de que te importe un carajo
PoetryUn enfoque disruptivo para vivir una buena vida