Busca la verdad en ti mismo y ahí te encontraré. Eso fue lo último que Josh me dijo. Lo expresó en tono irónico, tratando de sonar profundo mientras simultáneamente se burlaba de la gente que intenta escucharse del mismo modo. Estaba borracho y drogado. Y era un buen amigo.
El momento más transformador de mi vida ocurrió cuando tenía 19 años. Mi amigo Josh me había llevado a una fiesta a la orilla de un lago justo al norte de Dallas, Texas. En el lugar se hallaban condominios sobre una colina, al pie de ella estaba una alberca, y al término de ésta, un acantilado con vista al cuerpo de agua lacustre. Era un acantilado pequeño, quizá de unos 10 metros, lo suficientemente alto para pensar dos veces saltarlo, y lo suficientemente bajo para que, con la combinación perfecta de alcohol y presión por parte de tus amigos, desistieras en definitiva de la posibilidad de brincarlo.
Poco después de haber llegado a la fiesta, Josh y yo nos sentamos en la orilla de la alberca, bebimos cervezas y platicamos, tal como lo hacen los muchachos jóvenes y ansiosos. Hablábamos sobre el alcohol, las bandas musicales, las chicas y todas las cosas increíbles que había hecho Josh ese verano después de salirse de la escuela de música. Platicábamos sobre tocar juntos en una grupo y mudarnos a Nueva York, un sueño imposible en aquellas épocas.
Éramos apenas unos niños.
-¿Se puede brincar desde ahí? -le pregunté después de un rato, mirando hacia el acantilado sobre el lago.
-Claro -dijo Josh-; la gente lo hace todo el tiempo.
-¿Lo vas a intentar? Se encogió de hombros.
-Quizá. Ya veremos.
Más tarde, Josh y yo nos separamos; yo me distraje con una linda chica asiática a quien le gustaban los videojuegos, lo que a mí, un nerd adolescente,
me parecía como sacarse la lotería. Ella no mostraba gran interés en mí, pero se comportó amistosa y feliz de dejarme hablar, así que hablé. Después de unas cuantas cervezas, me armé de coraje para pedirle que me acompañara a la casa a comer algo. Ella dijo que sí.
Conforme subíamos la colina, nos encontramos a Josh, que iba de bajada. Le pregunté si quería comer algo, pero declinó. También le pregunté dónde podría encontrarlo después. Me sonrió y dijo:
-¡Busca la verdad en ti mismo y ahí te encontraré! Yo asentí y puse una cara seria.
-Okey, te veré allí -repliqué, como si todos supieran exactamente dónde estaba la verdad y cómo conseguirla.
Josh se rio y reanudó su camino colina abajo, hacia el acantilado. Yo sonreí y continué subiendo por la colina hacia la casa.
No recuerdo cuánto tiempo estuve allí dentro, sólo que cuando la chica y yo salimos de nuevo, todo el mundo se había ido y se escuchaban sirenas de ambulancia. La alberca estaba vacía. La gente corría desde el pie de la colina hacia la orilla debajo del acantilado. Otros ya estaban en el agua. Alcancé a ver a varios nadando alrededor. Estaba oscuro y no se veía bien. La música seguía tocando, pero nadie la escuchaba ya.
Aún sin entender lo que sucedía, me apresuré a la orilla, comiendo mi sándwich, con la curiosidad de saber qué era lo que todo mundo miraba. A la mitad del camino, la chica bonita me dijo:
-Creo que ha ocurrido algo terrible.
Cuando llegué al final de la colina, le pregunté a alguien por Josh. Nadie me miró ni me prestó atención. Todos veían fijamente hacia el agua. Pregunté de nuevo y una niña empezó a llorar de manera incontrolable.
En ese momento que comprendí lo que pasaba.
Encontrar el cuerpo de Josh en el fondo del lago les llevó tres horas a los buzos. La autopsia revelaría después que sus piernas se habían acalambrado debido a la deshidratación por el alcohol, así como por el impacto del salto desde el acantilado. Estaba totalmente oscuro cuando brincó, así que era negro sobre negro. Nadie pudo ver de dónde provenían sus gritos de ayuda, sólo dónde salpicaba el agua, sólo los sonidos. Tiempo después, sus padres me dijeron que Josh era un pésimo nadador. Yo no tenía idea.
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El sutil arte de que te importe un carajo
PoetryUn enfoque disruptivo para vivir una buena vida