EXTRA.

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Era una tarde de invierno. Caminaba tranquilamente al lado del gran árbol que se encontraba en el pueblo, estaba adornado con tantas luces de colores. Era víspera de Navidad. Veía a las familias correr de aquí para allá.

Siempre le pareció algo gracioso ver a la gente apurada. No es que se riese de su desgracia, simplemente le daba risa.

Frotaba sus manos para que así se calentaran. Por mala suerte no traía guantes puestos. Los había dejado olvidados en casa por salir corriendo de ella. Pero no quiso regresar por ellos, aunque se había arrepentido de eso.

Los necesitaba así como la caballa necesita el agua. Sus manos estaban muy congeladas.

A lo lejos pudo ver que se acercaban unos bravucones de la pequeña escuela a la que asistía. Siempre le molestaban.

Al parecer su ida a la librería estaba arruinada.

El grupo de "matones" al verlo quisieron correr hacía él, pero por tanta gente que había no pudieron alcanzarlo.

Haru comenzó a llorar mientras corría. Esos niños un grado mayores que él siempre le hacían travesuras. Gracias a Dios era el ultimo año que estaría soportándolos.

Para su mala suerte sus piernas no reaccionaban más. Quería aumentar su velocidad pero no podía. Ni siquiera sabía en qué dirección estaba corriendo.

Llegó a un pequeño parque, estaba algo solo, pero no porque estuviese abandonado, sino que no era muy frecuentado por la gente, pero aún así pasaba una que otra persona de las que salía de los locales a su alrededor.

Sin dejar de correr resbaló con una piedra y se raspó la rodilla derecha.

Ya nada podía estar peor. Lo único que hizo fue llorar, abrazando sus piernas y escondiendo su rostro entre ellas.

Sólo esperaba que aquellos niños no lo encontraran.

△▽△▽△▽△▽△▽△▽

Se encontraba en la librería frente a un parque por donde casi no pasaba la gente.

Adoraba leer. Siempre le pedía permiso a sus padres para ir a tal lugar, a lo que ellos accedían.

Buscó varios cuentos infantiles. Aunque recientemente había cumplido los 13 años, nada perdía con leer ese tipo de relatos.

Estaba observando los libros de un pequeño estante que estaba junto a la ventana del local. Miró como un niño de unos cuantos centímetros menos que él había resbalado.

Salió de dicho lugar y se acercó a él por enfrente. Le extendió su mano y lo miró.

- Disculpa... - Pronunciaron sus labios a lo que el pelinegro levantó su mirada. Ambos orbes se cruzaron. Los dos pensaban que los ojos ajenos eran hermosos. Parecían brillar.

- Ven, tu ayudaré... - El castaño le ayudó a ponerse de pie. El ojiazul limpiaba sus lagrimas mientras el más alto se ponía en cuclillas.

- ¿q-qué haces? - Mencionó el azabache. El de ojos esmeralda sonrió como respuesta para darle confianza y un "todo estará bien".

Subió con cuidado a su espalda y el de debajo caminó hacia la fuente del parque, la cual se encontraba apagada ya que sólo en las noches se encendía.

Con cuidado dejó al pelinegro sobre la orilla. Vio que de su herida salía un poco de sangre y se preocupó, pero recordó que en la bolsa que tenía su nana, llevaba siempre una mini cajita de primeros auxilios.

Corrió hasta la librería y le avisó a Misaki-san lo ocurrido. Esta sonrió al ver la amabilidad del castaño, el cual en su rostro se notaba que estaba preocupado por aquella persona que acababa de conocer.

La verdad de tu corazón. [AU]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora