8.

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"Yuuji."

Se gira de manera suave y casi ida, hacia quien espera por su atención. Sonríe como respuesta, pero no puede hacer más que una extraña mueca.

Ya son más de tres semanas las que lleva viviendo en casa del albino, y si bien, ese lugar lo hace sentir demasiado bien y protegido, su piel y cada parte de su cuerpo en general no han dejado de sentirse ultrajadas y sucias, a pesar de haber tomado largas duchas, tallándose con fuerza hasta crear heridas.

De alguna manera, su mente no ha dejado de recordarle los últimos acontecimientos vividos con su hermano, y tal vez, nunca pueda olvidarlos por completo. "¿Sí?" Susurra, sin querer hacerlo realmente, pero desde hace varios días no ha podido hablar, pues la voz se atora en su garganta cuando apenas intenta formar una oración.

"Hay algo que debo decirte."

Satoru luce triste, y eso lo hace sentir culpable. Es muy probable que sea debido a su actitud distante y desinteresada, pero no hay otra cosa que pueda hacer, ni siquiera es capaz de fingir felicidad, porque simplemente ya no puede sentirla, por lo menos, hasta ahora.


Aún no se ha atrevido a contarle lo que pasó aquel día en que lo llamó en la madrugada y le pidió que fuera a recogerlo en un parque cercano a su casa, donde lo esperaría con su maleta lista porque había decidido irse a vivir con él. Y si bien las expresiones de Satoru fueron de confusión y desconcierto, le alivia el hecho de que no haya hecho preguntas al respecto ni se haya negado, limitándose a aceptar su decisión.

"¿Qué pasa?" Su corazón duele al no poder consolar al albino, y duele aún más al no poder obtener esa sonrisa o esas palabras traviesas que lo alegraban cuando se sentía decaído o triste.

Los dientes de Satoru se aprietan con fuerza, resaltando su mandíbula, y su mirada cae al piso.

"Oye." Lo vuelve a intentar con suavidad, tomando el valor que creía haber perdido, y acercándose, gateando sobre las sábanas hasta desaparecer la distancia con el cuerpo que reposa sentado al borde del colchón. "¿Qué sucede?"

Nada. No hay alguna palabra que salga de los labios delgados y brillantes que logre tranquilizarlo.

"Satoru." Toma entre sus manos el rostro del mayor, acunándolo y entrelazando sus miradas. "Lo siento." Susurra nuevamente, juntando sus frentes.

No sabe si es correcto disculparse, pero teme haberlo herido con su comportamiento, y para ser sincero, en este momento, sólo desea ser abrazado por él, sentir el calor de su piel envolviéndolo y haciéndolo olvidar de cualquier suceso que lo haya dañado.


El bonito color del cielo en los ojos del mayor no está presente, luciendo más bien, como un mar profundo y embravecido, sombrío y apagado. Y viéndolo a detalle, con escasos centímetros separando sus rostros, no hay sólo tristeza siendo reflejada, si no -y en mucha más medida- miedo, que se escurre hasta llegar a los suyos, provocando un retortijón en su estómago. "¡Ey!" Su voz es más animada esta vez, con la intención de calmar y borrar el incómodo e intenso clima que empieza a formarse.

Las grandes manos se posan sobre las suyas, que continúan sosteniendo el rostro decaído del albino; y no puede evitar extrañarse al notar que se encuentran heladas y temblorosas, no cálidas y seguras a como acostumbran estar.

Las sostiene, retirándolas de sus mejillas, y entrelazándolas sobre las sábanas. No sabe si debe -o no- volver a preguntar, o hablar siquiera. Hasta este punto, la incertidumbre es dolorosa y las expresiones de ambos se tornan más amargas.

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