A través del espejo.

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Era una luz cegadora, me cansaba y no toleraba tenerla encima de mí sofocandome, obligandome a fingir algo que no era, algo que me mataba lentamente sin darme cuenta.

Y es que, después de todo, la luz es vida, es felicidad, todo lo que el mundo llama bueno en esta existencia.

El tiempo pasaba, a veces lento, a veces con una velocidad asombrosa. Y sin darme cuenta esa luz sofocante se volvió parte de mi vida.

Era una luz avasalladora que lentamente desmembraba una parte importante de mi ser, que rompía y escondía en lo más profundo de mi alma.

Con el paso del tiempo lo había olvidado, me miraba al espejo y podía sentir que ese reflejo no era yo realmente, mi reflejo mostraba un cuerpo vigoroso, lleno de ímpetu. Pero si ponías atención, ese cuerpo era solo un caparazón vacío, un ser apagado que solo existía porque eso era lo correcto.

Era tan cansado tratar todo el tiempo con esa condena, con ese vacío que no sabía de dónde provenía, pero ahí estaba, como un recordatorio constante de que debía haber más entre los recuerdos y pesadillas, pesadillas de lo que un día había sido.

Se me miraba feliz, pero no lo estaba, aunque eso no lo sabia, me había convencido de que cumplir con los estándares correctos que el mundo me pedía me iban a traer esa paz que tanto deseaba. Una felicidad como recompensa de mi buen comportamiento. Pero no era así, porque esa luz solo me apagaba y agonizaba mi ser lentamente, sin que me hubiera dado cuenta. Y fue así que me perdí.

No sabía que lo buscaba, ni si quiera recordaba haberlo perdido, pero lo supe en cuanto lo ví, en lo más profundo de mis pensamientos.

Era una sala llena de luz, una luz mucho más brillante que la de costumbre. Cegadora, creo que por eso todo era mucho más claro. Comencé a caminar, atraído por aquel brillo. No era un brillo cualquiera, este brillo surgía irónicamente de una mancha oscura en el centro de aquel salón.

Una mano luminosa se materializó en mi brazo, tratando de detenerme, podía escuchar sus palabras pidiendo que me alejara, que ya era feliz y no necesitaba de nada más. La escuchaba decirme que era bueno, que esa mancha era un ente maligno que solo quería distraerme de mi meta, afirmaba que esa mancha solo me traería miseria y dolor. Pero que no me preocupara, que muy pronto, esa diminuta negrura desaparecería por completo, y así sería un ser de bien, pleno y feliz.

Pero me preocupe por esa mancha. Seguí a la luz muchas veces, pero mis propios pasos me llevan cada vez con más frecuencia a ese negro ser. Y cada vez era más difícil abandonarle para seguir a la insoportable luz. Era tan agobiante y mi preocupación por esa penumbra se hacía más intensa.

Entonces, volví a encontrarlo, era aún más pequeño de cómo lo recordaba. Me arme de valor e ignore la voz y los esfuerzos monumentales del ente luminoso que luchaba por arrastrarme lejos de ese punto oscuro alojado en medio de la nada, en medio de la claridad.

Avance luchando contra la mano firme que me pedía a gritos que no me acercara más. Y fue cuando comencé a acercarme que lo ví, cada vez más cerca, cada vez tomando más forma. Se encontraba encorvado, de cunclillas soportando su cabeza entre sus manos. No sabía quién era, ni lo que hacía ahí, pero me resulta familiar y muy acogedor.

La luz comenzó a tomar forma de mis seres queridos, no soportaba tanta presión y comencé a dar zancadas más grandes, la sombra cada vez estaba más cerca. Y lo ví, un espejo misterioso, no veía mi reflejo, sino que veía aquel ente oscuro. El ser levanto la cabeza con brusquedad, con una mirada penetrante, llena de caos, de ganas de verlo arder todo. Era mi propio rostro sonriéndome molesto.

Estaba lleno de enojo, se levantó lentamente y se acercó al marco del espejo donde yo me encontraba con el corazón palpitando fuertemente, tan fuerte como tenía tiempo que no palpitaba, y fue ahí donde me ví, dónde me reconocí a través del espejo.

Aquel hombre me sonrió de manera fría, pero que para mí era cálida y todo mi perfecto mundo de luz y felicidad se derrumbaba a mi alrededor. Asustado y decidido, con el corazón saliendo de mi pecho acerque mi mano al espejo, esperando el tacto frío del vidrio. Sin embargo mis dedos cruzaron aquel frío y diluido reflejo.

Sonreí, podía escapar y adentrarme en ese mundo oscuro, en esa mancha que habitaba en mis entrañas y que había olvidado por tanto tiempo.

Atravesé el espejo y mi mundo como lo conocía terminó de romperse, podía sentir el dolor, un dolor asfixiante, pero eso estaba bien. Porque me sentí en paz, me sentí libre.

Abracé fuertemente a aquel ser oscuro y nos hicimos uno. Él era yo y yo era él. El caos apareció en mi mundo luminoso y yo empecé a resurgir creando un mundo nuevo. Siendo como siempre debí ser, porque la luz es mi calvario, mientras que la oscuridad es mi brillo.

Empecé a sentir finalmente lo que las personas de luz llamaban felicidad. Una oscura felicidad que no pienso volver a abandonar, porque este soy yo. El amo de mi propia destrucción.

Porque mi caos es mi libertad, porque mi oscuridad y mi destrucción son mi paz creadora de luz. Una luz peculiar, fría como ella sola, sombría, pero la más acogedora y destructiva. Este soy yo conociéndome en el espejo, este soy yo, el creador destructor de mundos.

Alegrías y otras pasiones.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora