Capítulo 6

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Entro a bañarme sin dejar de pensar en él. Recuerdo su mirada atenta ante cada cosa que le contaba, su risa contagiosa y cada roce que tuvimos la noche anterior y eso hace que se me erice la piel. Pero una voz en mi interior arruina ese recuerdo y no para de susurrarme, que esta relación no va a llegar muy lejos. Intento no escucharla, aunque es una voz muy difícil de callar.

Tengo que disfrutar del presente sin hacerme tanto la cabeza de lo que pueda llegar a pasar, me repito para tranquilizarme. Y salgo de la ducha a toda prisa dejando mis pensamientos atrás.

Me pongo un vestido negro con un estampado de flores rojas pequeñas y unas ojotas altas en color negro. Me ato el pelo en una coleta alta, algunas mechas negras se salen de la coleta pero las dejo, hace demasiado calor, es imposible llevar tanto pelo suelto y no terminar toda sudada.

Media hora después estoy subiendo al auto de Manuel, no sé mucho de modelos de autos pero esté se ve muy lujoso.

—¿Qué es eso que traes ahí? —me pregunta señalando el equipo de mate.

—Ya lo veras —respondo y le guiño un ojo.

Me limito a mirar por la ventanilla sin saber hacia dónde vamos. A pesar de mi insistencia Manu no quiso decírmelo para no arruinar la sorpresa. Unos minutos después aparcamos frente al Jardín Botánico. ¿Cómo sé que es el jardín botánico? Por el inmenso cartel que no deja lugar para las sorpresas.

Las rejas dejan al descubierto un aspecto salvaje y selvático. Un chico corre a abrirnos el portón, debe tener unos 18 o 19 años y se lo nota un tanto nervioso.

—Hola Manuel —lo saluda con un apretón de manos.

—Hola Francisco, ella es Eva.

—Hola Eva —saluda con media sonrisa—. Pasad rápido, en una hora y media regreso para abrir el lugar al público. Disfrutáis del paseo.

—Gracias, te debo una.

«Esos deben ser los beneficios de ser famoso, saber que tienes las puertas abiertas vayas donde vayas»

El lugar está plagado de caminos que permiten que nos desplacemos entre las plantas dejando el color verde intenso atrás y abriéndonos paso entre la transición de colores de la rosaleda. Estoy encantada con el lugar, voy contemplando todo, leyendo cada cartel que indica los tipos de rosas e inhalando su dulce aroma. Con el rabillo del ojo puedo notar que Manuel no deja de mirarme.

Le doy la espalda para observar un objeto que se robó toda mi atención, él se acerca por detrás y me rodea la cintura, tenerlo tan cerca me descoloca, su cuerpo emana un calor que parece quemarme por dentro.

—Es un hotel de insectos. —Señala.

Lo observo detenidamente, tiene varios recovecos en donde habitan distintos tipos de insectos sobre todo abejas.

—Sirven para atraer insectos que sean beneficiosos para los cultivos -me aclara al ver mi cara de desconcierto.

Me giro sobre mis pies para seguir caminando, él se adelanta y sus ojos se clavan en los míos, luego baja la mirada hacia mi boca y creo que va a besarme, estoy segura de que lo hará, mi respiración se detiene, me inclino un poco hacia adelante, pero no me besa, me acomoda detrás de la oreja un mechón rebelde que se había salido de la coleta y solo con ese mínimo acercamiento logra que me tiemblen las piernas. Y que me sienta ridícula por haberme puesto en posición de quien espera un beso.

¡Qué vergüenza! ¿Lo habrá notado?

Caminamos entre las glorietas hasta llegar a la parte central, donde se encuentra un pequeño estanque de aspecto idílico con plantas flotantes.

Lo nuestro fue realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora