Capítulo 12

54 10 1
                                    

Ya ha pasado una semana, diez llamadas perdidas de Manuel se fueron acumulando durante estos días en mi móvil. Hasta se animó a dejar una carta por debajo de la puerta del bar, pero la tiré sin leerla y ahora no dejo de pensar qué diría.

Estoy triste, pero la voy llevando bien, intento estar ocupada, por las noches trabajo, en la mañana duermo y dos veces a la semana voy a las clases de fotografía, también he salido con Blanca y sus amigos a merendar en una ocasión.

Lo extraño no lo voy a negar, es lo primero en lo que pienso al despertar y en lo último que pienso antes de dormir, cada vez que miro el teléfono y lo veo en línea muero por enviarle un mensaje, pero me la aguanto y no lo hago. No dejo de imaginar todo los ¿Y si? Posibles: ¿Y si no hubiera ido a la fiesta? ¿Y si no hubiese salido a patinar esa mañana? Pero es imposible volver el tiempo atrás.

—¿Tienes pensado vender tu vestido?

—Sí. ¿Por qué lo preguntas?

—Porque una amiga tiene un casamiento, le he mostrado la foto de como lucias con el vestido y le ha encantado.

—Buenísimo, el dinero me viene genial para pagar las clases de fotografía.

—Ah y mientras veíamos las fotos, te ha visto su hermano y flipó contigo. Ya sé que es muy pronto para conocer a alguien, pero piénsalo te puede invitar al casamiento de su tía.

—Que ocurrencias tienes Blanca.

—Eso sí, no tendrás vestido para asistir.

—Que haría yo sin ti —Río.

—Hola chicas ¿Qué hacéis? Traje pizza —comenta Ángela asomándose a la habitación.

—Vale, ya acomodo la mesa, muero de hambre —exclama Blanca y sale tras su madre hacia la cocina.

Estoy a punto de seguirlas, pero el sonido de mi teléfono hace que me detenga, es Cristian.

—Hola —lo saludo sorprendida por su llamada.

—Hola ¿Cómo estás? —Al notar que no respondo, porque en realidad ni siquiera yo estoy segura de cómo me siento, se apresura a hablar él de nuevo.

—Solo quería saber como estabas, quedamos todos preocupados por ti.

—¿Manuel te pidió que me llamaras?

—No, no ha sido él, pero ha estado muy mal estos días. Yo no me quiero entrometer pero debes escucharlo.

—Lo pensaré, gracias por preocuparte. Saludos a todos y por supuesto son bienvenidos al bar cuando gusten —le digo intentando ser lo menos seca posible.

—Vale, prepararé una canción. Un beso Eva, cuídate.

Me dejo caer en el suelo, con la espalda apoyada en la pared. Necesito arrancar cuanto antes esta impotencia que crece y lo único que me calma es el dolor. Me siento en el piso y le doy dos cabezazos a la pared uno más fuerte que el otro. Los huesos de la nuca me reclaman por el golpe. Espero que no se haya oído en la cocina el ruido de mis huesos estrellados contra la pared. Al pararme me mareo un poco pero respiro profundo y me dirijo a almorzar.

—¡Mmm, que rica pizza! —enfatiza Blanca con un hilo de queso colgando de su barbilla.

—Si, coman que se enfría —nos apura Angela.

Las palabras de Cristian se clavan en mí como una espina, ese tipo de espina que te olvidas que está ahí pero según como pises la vuelves a sentir.

Después de horas sin movernos de al lado del ventilador, mirando un concurso de canto Blanca se queja de que la heladera está vacía asegurando que en los días de calor tendría que haber helado, frutas y abundante comida salada. Lo dice con su gracia habitual como si fuese una regla irrompible. Por eso terminamos las tres en el supermercado.

Lo nuestro fue realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora