Todo está teñido de blanco en este lugar, el olor a desinfectante me produce picor en la nariz. El uniforme blanco que visto y los gritos que provienen del ala continua me recuerdan a cada segundo en dónde estoy.
El miedo a volverme loca de verdad me hace tiritar. La enfermera que me entregó el uniforme me dijo que contaban con una gran biblioteca y eso me dio esperanza, quizás a través de los libros pueda aferrarme a la realidad hasta que me saquen de aquí.
El cuarto es compartido, no está mal en comparación a la jaula en la que estuve los últimos días. Solo lo rellenan las dos camas y una bacha pequeña junto a unos estantes desolados. Me gustaría pintarlo de un color más vivo, pero no creo que esté aquí lo suficiente como para preocuparme por ello. Mañana me realizarán algunas pruebas psicológicas y en cuanto vean que no hay nada malo conmigo me dejaran en libertad. Estoy segura de eso.
Las demás internas están en el patio, mientras yo me acomodo en el pequeño cuarto. Miro la cama junto a la mía y me pregunto quién será la persona que duerme en ella, ¿Qué tan loca estará?
Me estiro sobre la cama, este fin de semana podré tener visitas. No creo que Blanca o Ángela sean tan caraduras en venir a verme. Pero a esta altura toda mi familia debe estar enterada de mi situación. ¿Qué pensarán de lo que esa gente me hizo?
La misma enfermera que me entregó el uniforme ahora se asoma a la puerta para acompañarme al comedor en donde las demás pacientes están cenando.
Las risas, voces y ruidos de cubiertos me alteran un poco. Me estiro el puño de la camiseta y me muerdo el interior de la mejilla.
—Debes buscar una de esas bandejas y llevársela a las chicas, ellas te servirán la cena —me aclara la enfermera señalando con la cabeza a tres mujeres detrás de una especie de mostrador.
Camino hacia allí tan nerviosa que no veo hacia los costados, todo mi alrededor se torna borroso, y solo me enfoco en llegar a ese mostrador. Se genera un silencio incómodo y puedo distinguir algunos susurros
«Esa es la nueva» «Es la que mató al actor».
Las ignoro. Las señoras que me sirven la comida me dan la bienvenida y se muestran simpáticas conmigo lo que me da un poco de tranquilidad. Además su buena energía contrarresta lo mal que se ve la comida.
Me siento sola en un rincón, esto me recuerda a las típicas películas en donde los llamados «perdedores» de la universidad comen aislados de los demás. Mi panza ruge de hambre pero solo como el trozo de pan, la sopa parece vomito. Ni un perro comería esto. Mi corazón se estruja, que será de Otul si no me sacan rápido de aquí. «Tengo que conseguir urgente un nuevo abogado» —pienso mientras muevo con la cuchara la sopa espesa de un lado a otro.
Ya en la habitación veo entrar a mi compañera, entra y pasa de mí como si no me viera, y sin decir ni una sola palabra se acuesta en su cama dándome la espalda.
—Hola, soy Eva —la saludo guardándome mi orgullo.
No me responde, ni siquiera se gira. No es que me interese mucho hacer amigas aquí, pero quería hablarle para poder tantear qué tan loca está, y no pasar toda la noche despierta, con miedo de que me ahogue con la almohada.
Las luces se apagan y le pido a Dios que me cuide. No tengo reloj pero se nota que es temprano ni siquiera deben ser las ocho de la noche.
Esta cama es más cómoda que la de la comisaría, aunque tiene unos abrojos en los laterales que deben ser para sujetar a los pacientes más agresivos, dos de ellos para las manos, dos para las piernas y uno largo para el pecho.
Doy un respingo en la cama cuando oigo gritos desgarradores a lo lejos, quiero salir de aquí para ver qué es lo que está pasando pero la puerta de la habitación está cerrada con cerrojo desde afuera.
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Lo nuestro fue real
General FictionEva, una joven que se muda a Madrid en busca de un nuevo comienzo, se ve envuelta en una vorágine de emociones al enamorarse de un famoso actor. Sin embargo, su felicidad se desvanece cuando, tras su separación, el actor aparece muerto y la policía...