23.- Silencio cómplice

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1 de noviembre
Antiguo mercado del parque, Valle negro,
Ciudad Puerto.

─¿Roan? ─exclamó la voz rasposa del sujeto que estaba sentado sobre el cuerpo del muchacho, justo un momento antes de apartarse.

El aludido retrocedió un poco, jadeante, intentando distinguir la figura de su captor a pesar del trauma visual que la luz de la linterna le había causado. Cuando sus ojos se volvieron a adaptar a la oscuridad, identificó rápidamente el cabello disparatado y los pómulos altos de su maestro.

─Nero...

Ambos se quedaron perplejos, y en el rostro del adulto fue evidente el desconcierto, que luego decantó en un rápido vistazo a su alrededor con expresión de apremio.

─Rudhain ¿Dónde está James?

─No está conmigo...

─¿Qué le hicieron? ¿Hace cuánto se separaron?

─No, maestro. Vine solo ─contestó Roan, cuya voz sonaba congestionada.

─Pero tú estás... herido... ─balbuceó.

Pronto la preocupación dejó paso al alivio en su rostro, que cubrió con ambas manos al dejarse caer sentado en los adoquines. Murmuró para sí mismo algo similar a "están bien", y otras cosas incomprensibles, apartando tras un momento las palmas para mirar a su estudiante a los ojos.

─Lamento haberte tirado... ¿Quién te...? ¿Me dejas que te revise? Te ves terrible, y corrías muy mal hace rato...

El muchacho se señaló el tobillo, e intentó decirle que se lo había doblado al caer, pero las palabras se quedaron acumuladas en su garganta, y cuando el maestro extendió la mano para examinarlo fue incapaz de contener por más tiempo las ansias, y se abalanzó sobre el pecho del adulto para abrazarlo y llorar como no hacía hace años.

Roan estaba tan contento de que lo hubiera encontrado y de que fuera él el intruso que lo había interceptado cuando intentaba volver a casa; que poco le importaba cómo había ocurrido aquello, y si el maestro comenzaría a gritarle o regañarlo por sus imprudentes decisiones. El miedo e incertidumbre que tan duramente lo habían castigado esa noche, y el frío y dolor que antes aquejaba a su cuerpo, parecieron salir a goteo de sus ojos.

Nero se quedó rígido al principio, pero luego de casi un minuto de escuchar los gimoteos del menor, se sintió lo suficientemente conmovido como para desordenarle el cabello en un gesto de afecto.

Cuando Roan volvió a serenarse se apartó del maestro, demasiado avergonzado para mirarlo a la cara, pero éste pareció no importarle en absoluto lo ocurrido, y tras una breve inspección, se puso de pie para buscar en el perímetro algo o a alguien. El chico pudo distinguir en el rostro del otro una expresión casi obsesiva, que inmediatamente mudó cuando volvió a mirarlo.

─Volvamos a la carretera.

─¿Vamos al hospital? ─preguntó Roan con timidez, incorporándose también.

─No ─contestó tras un momento de duda─. No sería bueno para ti después de lo del Gran Festival.

Roan asintió, decidido a obedecer a pies juntillas todo lo que ordenara Nero, aún cuando eso significaría enfrentarse al señor Quinn con el rostro golpeado. Mientras iluminaba el camino delante de ellos con la linterna que Nero le devolvió, cedió momentáneamente a la tentación de escudriñar con la mirada la zona que el maestro antes observaba con insistencia, pero no fue capaz de distinguir nada especialmente llamativo.

Pasaron entre los abandonados edificios identificando en los muros varios dibujos, afiches en distinto grado de desgaste (entre los más nuevos, varios de los que habían caído tras la explosión del Gran Festival), y madrigueras de alimañas nocturnas. A pesar de la tentación que suponía examinar cada uno de esos elementos, únicamente un mural fue el que hizo a Roan detenerse. Esta vez no retrataba una imagen tétrica como la del hombre de la corona de espinas; sino una pintura realista, pero llamativamente exagerada: Un sujeto de complexión fuerte posaba sentado en cuclillas, con la cualidad que varios de sus rasgos habían sido aumentados, como el ancho de la nariz, los gruesos labios, y las enormes manos que sostenían un cigarrillo. Lo que más llamó la atención del muchacho fue el color que habían empleado para la piel, pues dudaba que existiera alguien cuya tes fuera tan morena como la del personaje.

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