14.- Testimonio

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Madrugada del 17 de octubre,
Antiguo acceso sur a la Plaza de la Juventud,
Ciudad Puerto.

Poco después de que los policías rodearan a los amigos, apuntándolos con linternas y pistolas, los habían registrado, quitado mochilas, teléfonos e identificaciones, y arrastrado hasta las patrullas más próximas a la salida sur de la Plaza de la Juventud. Un fuerte de vehículos con destellantes balizas detenía a los curiosos que se acercaran desde las calles aledañas, a tanta distancia que se desdibujaban sus facciones.

Los agentes, paseando de un lado a otro, no dejaban de comunicarse con ruidosos radios que transmitían todo tipo de información: Heridos, multitudes asustadas en las otras salidas, sospechosos, contacto con otros departamentos y la central de Utopya.

Una policía entrevistó brevemente a Roan para pedirle antecedentes, y ella fue quien sugirió que no intentara detener a los oficiales que sometían por la fuerza a James para intentar esposarlo, y meterlo en una de las patrullas. El de cabello morado se debatía, pateaba e insultaba como si no estuviera enfrentándose con hombres armados, y aquello puso a su amigo tan de los nervios, que luego fue incapaz de recordar las palabras exactas que terminó diciendo a la entrevistadora para que lo dejaran marchar.

Al final, un hombre de prominente barriga se acercó con un par de documentos en mano, y mientras terminaba de oír unas órdenes por el radio que traía colgando del pecho, le echó una ojeada a Roan.

─Este está limpio. Que suba a la patrulla con el otro.

La mujer condujo a Roan con pequeños empujones hasta sentarlo en el auto, donde una reja de malla los separaba de los asientos delanteros. Uno de estos lugares estaba libre, pero el del chofer lo ocupaba un joven oficial, que parecía escuchar muy nerviosamente las órdenes que se giraban por el radio.

─Roan, no les dijiste nada de ellos, ¿verdad? ─susurró James una vez que se vieron a solas en la parte trasera.

El gaga tenía la mitad del rostro con sangre que había chorreado de un corte en su sien, así como también de una de sus fosas nasales. A Roan se le encogió el corazón al verlo, convencido de que el árbol con el que se había golpeado no era el único responsable de sus lesiones.

─¿De quién hablas?

─Hey, hey, ¿Qué tanto chismorrean ustedes? ─ladró el joven policía, mirándolos por encima del hombro.

─Nada, señor ─se apresuró a responder Ro, espantado.

James, incapaz de usar sus brazos, entrelazó su pie con el de su amigo para forzarlo a que se acercara, y cuando este lo hizo, gesticuló, inaudible "de los otros".

─Oye gaga, quieto con el mocoso si no quieres quedar inmóvil del dolor ─amenazó el sujeto, cuyos ojos brillaban con ira.

El mismo oficial que había dado la orden antes entró a la patrulla, haciendo que todo el vehículo chirriara bajo su peso. Miró a su alterado compañero con interés, como si el motivo de su intranquilidad estuviera totalmente fuera de lugar, y le pidió que se pusieran en marcha rumbo a la comisaría.

Mientras el coche daba la vuelta, paraba para que otros le abrieran paso, y tomaba rumbo por una de las calles laterales al parque, Roan echó una ojeada al lugar que dejaban atrás por primera vez:

La entrada que él creía que había atravesado rodeado por varios policías ya no existía, porque la explosión había mandado lejos las puertas enrejadas, y el pequeño edificio de bloques de piedra que servía como baños, e información, lucía ennegrecido y con sus vidrios quebrados. Evidentemente la explosión no había sido tan fuerte para derrumbar su estructura, pero sí para dejar de la prominente estatua que se erguía antes únicamente el plinto, y un par de piernas sin cuerpo que sostener.

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