Todo había ocurrido demasiado rápido, se decía a sí misma, una y otra y otra vez, mientras hacía todo lo posible por mantener los pies de plomo en aquella situación que, debía admitir, se le había ido de las manos desde el mismo momento en que empezó. Excusarse en algo tan banal como la suerte no sería profesional en absoluto. No. Debía admitirlo, era su culpa. No debía haber errado aquella segunda flecha, ese era un error que a esas alturas simplemente no podía tolerar, un verdadero error de principiante (que más sentido hubiera tenido de haberlo cometido Gilbert, que no ella). Pero, sea como fuere, lo que realmente le estaba repiqueteando en el cerebro no era en concreto aquella errada flecha. Porque lo cierto era que el verdadero error había ocurrido aún antes de eso, y aquel sí que fue imperdonable, como cazadora curtida que se consideraba.
Soltó un bufido a la nada, raspándose con las uñas la carne de la palma de la mano con nervosismo, antes de girar la cabeza a echar un vistazo. Ahora que la gente se había congregado alrededor las antorchas daban luz a la escena, haciéndola aún más desagradable de lo que en un principio le resultó. La hierba estaba teñida de un carmesí oscuro, que iba goteando, haciendo un característico sonido, de entre los huecos que dejaban sus dedos. Tenía ya la mano totalmente ensangrentada; la otra estaba apretada en un férreo puño que temblaba ligeramente del dolor retenido en sus adentros, sobre la tierra, sujetando aún su arma. A pesar de todo, Hermann se negaba en rotundo a recibir ayuda. Como si aquel ataque no hubiera sido nada, como si tener mitad de la cara desgarrada, en carne viva, no fuera algo de lo que preocuparse o toda aquella pérdida de sangre no estuviera poniendo en peligro su vida. Sólo estaba ahí, arrodillado en el suelo, gruñendo y apretando sus dedos contra la cara, apartando con un demasiado abrupto codazo a todo aquel que osara acercarse a mirar de cerca. Se agradeció la intercesión de Albrecht, que había llegado como una exhalación a ver qué ocurría y ahora actuaba como mediador entre su huraño hermano y la cordura.
-Hermann, por Dios, deja que te miren eso -le sujetó fuerte por el hombro y le trató de apartar la mano de la cara, a pesar de la reticencia del mayor.
-No es nada -insistió en ello de nuevo, aunque esta vez lo dijera menos convencido.
- ¡Sí que lo es! -espetó el otro, apartando finalmente la mano con brusquedad. Sin dejar de asirla con fuerza, cogió con la otra un paño de cocina que llevaba atado en el cinto, que acabó por estamparle en la herida para que se limpiara la sangre - Idiota, ¿cómo piensas hacer algo en este estado? ¡Estás sangrando como un cerdo recién sacrificado!
Él soltó un gruñido, pero no se atrevió a contradecir tal obviedad. Albrecht cogió de un manotazo el bote de desinfectante que le tendía el tembloroso supuesto médico que había tratado de socorrerle en primera instancia y vertió un poco en el paño, antes de volver a posarlo, esta vez con algo más de delicadeza, sobre la cara, provocando un siseo en el herido. Elizabeta aprovechó aquel momento para quitarle también al médico de las manos una larga tira de algodón blanco. La iban necesita para vendarle.
-Tiene una pinta horrible -murmuró mientras le limpiaba la herida con toda la suavidad que era capaz de aunar, dejando la piel con aquel tono amarillento y ese fuerte olor de yodo tan característico, sin dejar de mirarle con el ceño fruncido con una mezcla de exasperación, preocupación, dolor compartido y algo de miedo-. Tu ojo...
-No puedo ver -contestó el otro, negando levemente con la cabeza. Su hermano chascó la lengua, sin desistir en su tarea aún.
-Da gracias por seguir vivo, Hermann -soltó Elizabeta, tendiendo un extremo del vendaje al hermano del pelo corto-. Ese ataque podía haberte costado más que sólo un ojo.
El aludido abrió la boca para dar una respuesta, de seguras de malas maneras, pero la voz de Albrecht se antepuso a la suya, con autoridad.
-Dios no nos ha abandonado aún y debemos estarle eternamente agradecidos -asió la tira y comenzó a vendar la mitad sanguinolenta del rostro de su hermano-. Hemos cumplido con sus designios y ya hemos pagado por nuestros pecados perdiendo a nuestro pequeño hermano. Si eso no es suficiente para Él, entonces -rasgó el sobrante con los dientes y ató los extremos- que al menos nos acoja en su gloria.
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Jäger [CANCELADO]
FanfictionEl cazador de monstruos Gilbert "Jäger" Beilschmidt tiene tan sólo un propósito en la vida: cumplir su venganza matando a Braginsky, el líder del Clan de Vampiros del Este que está aterrorizando toda Europa. Su camino a la venganza, sin embargo, dis...