III

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Bajando los escalones de dos a dos, sin mirar apenas a sus pies y corriendo como no recordaba haberlo hecho en años -sólo Dios sabe cómo consiguió alguien como él llegar sano y salvo al final, más aún cuando llegó a tropezarse en el penúltimo escalón-, llegó a la puerta principal, abriéndola de par en par.

­­― ¿Os vais? ― espetó de pronto, con la voz entrecortada por su respiración agitada tras el inusual esfuerzo.

Elizabeta y Gilbert, que estaban ensillando al caballo, se giraron a la par al escuchar esa voz.

―Sí, ya hemos estado demasiado tiempo aquí ―contestó la chica con simpleza, sin ocultar del todo una mueca de poco agrado.

― ¿Demasiado tiempo? ¡Sólo ha sido un día!―confuso, se cerró un poco más la bata sobre su pijama color azul turquí de seda, sin dejar de mirarla― Dije que podíais quedaros cuanto quisierais, no es ninguna molestia. Además, sus heridas aún no han llegado a cicatrizar...

―Yo estoy perfectamente ―fue la seca respuesta de Gilbert a aquello. Los vendajes ensangrentados que le cubrían el brazo de hombro a codo no parecían decir lo mismo. Eliza chascó la lengua, alejándose un momento de su caballo para acercarse a Roderich.

―De ese estúpido suicida de ahí no me fío aún un pelo ―musitó, lo suficientemente bajo para que el susodicho no pudiera escucharle―. Y sé que no está curado del todo, pero, créeme, sé encargarme del resto yo sola, me han enseñado a tratar muchas heridas, esta no será un reto.

―Aún así...

―Aún así ―terminó la frase por él― debemos irnos ya. Yo debo de volver al cuartel, allí es donde tengo todo lo necesario por si, bueno, ocurriera algún accidente que cierta persona aquí predijo. Así que no hay vuelta de hoja.

Se quedó mirándole hasta que él, lentamente, asintió con la cabeza, y entonces se dio la vuelta y terminó de ajustar la silla de montar a su caballo. Una vez que estuvo bien sujeta, ayudó a un gruñón Gilbert a subirse atrás de la silla, y cogió las riendas, moviendo al caballo hasta dar la vuelta. Esperaba que, tras todo aquello, aquel refinado chico se hubiera ido ya, pero seguia ahí, de pie, mirándoles con aquella cara que parecía intentar decir un millar de cosas que jamás tendría el valor de pronunciar, sus manos bailando nerviosas de su ropa a sus gafas a su pelo y a su boca, así que no pudo evitar, tras soltar un largo y sentido suspiro, girarse de nuevo a él con una expresión más calmada y cordial.

―No es como sí, bueno, quisiéramos irnos sin daros las gracias ―dijo despreocupadamente, acariciando el cuello del caballo―. Habéis sido muy amables y os agradecemos de veras que nos hayáis acogido y ayudado.

―No ha sido molestia ―niega con la cabeza―. Es nuestro trabajo, al fin y al cabo. Al menos el de mi madre, yo...

―Oh, sí, agradécele todo por mi parte a tu madre ―pone un pie en el estribo para poder subirse ella al caballo―. Dile de mi parte que siento haberme ido sin decir nada pero, realmente, se me dan muy mal las despedidas.

―Ya, bueno, lo haré, claro ―mira triste al suelo―. Al menos me alegro de poder despedirme yo.

―Ah ―murmuró, un poco confusa por aquello, antes de terminar de subirse. Se acomodó en la silla de montar y le miró, esperando que dijera algo más, pero seguía mirando al suelo, bien sujeto a su bata, sus labios temblando. Gilbert bufó desde detrás, y ella supo exactamente qué, de tan malas maneras, trataba de decirle―. Nosotros, bueno, hemos de irnos ya o perderemos el tren.

―Eso. Gracias por todo y espero que tengáis ambos una larga y próspera vida ―murmura Gilbert casi de mala gana, antes de girarse hacia ella―. Ahora vamos.

Jäger [CANCELADO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora