Capítulo 3: Pablo.

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Había llegado el sábado, o sea, el día de la fiesta a la que habían invitado a mi prima Lucía y yo iba como su mascota.

Me pasé dos horas en el baño arreglándome. Lucía solía presumir mucho y yo odiaba sentir que me quedaba muy atrás. Me vestí con un top sin mangas de color naranja y unos vaqueros negros apretados. También me hice un delineado para realzar aún más mis ojos. Pero, en especial esa noche hice un esfuerzo en maquillarme mejor porque no quería que se notara que había estado llorando.

Mi madre había recibido una llamada del jefe de estudios, en la que el docente se preocupaba por mis ausencias por mi supuesta mala salud y tras la clara incertidumbre que mostró ella, juntos descubrieron toda la verdad. O más bien la mentira que había estado utilizando todo ese tiempo para saltarme clases. 

—¡No sabes la cara de vergüenza que se le ha quedado a tu madre por tu culpa cuando ha llamado Don Felipe! ¡La única obligación que tenías era estudiar y elaborarte un futuro! ¡¿Y te dedicas a faltar a clase?! —gritaba mi padre con su voz grave y autoritaria.

No me escucharon cuando les dije que, a pesar de faltar, estaba aprobando todo. Traté de explicarles que lo que estaba estudiando no era lo que me hacía feliz, pero no quisieron entenderme. Me jodió mucho que me regañaran de esa manera cuando claramente jamás me prestaron atención. No tenía control sobre mi propia vida porque mis padres siempre decidieron por mí: estudié lo que ellos querían, tenía que acompañar a Lucía... Nunca les pedí nada, hice siempre lo que me pidieron. Pero en vez de valorar eso se enfocaron más en lo que hice mal.

—A estas alturas ya, después de todo el esfuerzo que hemos hecho por ti ¿y así nos lo agradeces? ¡Eres un fracaso, estás echando a perder tu vida! ¡No mereces nada de lo que te damos! —chillaba enfadada mi madre.

Es cierto que nunca me había faltado nada en casa, pero no porque tuviéramos muchísimo dinero, si no porque mis padres se mataban a trabajar. Eran parte del personal de un hotel, por eso no solían estar mucho por casa.

—Te lo voy a decir claro, Cristina. O estudias o te vas —amenazó mi padre con echarme de casa.

Y sinceramente, estuve pensando en que quizás no sería tan mala idea. No sentía a mis padres como parte de mi familia. Estaba cansada de esa condena que llevaba aguantando toda mi vida, no pensaba malgastar ni un minuto más en ese sitio en el que nunca conseguí sentirme cómoda. Porque esa casa nunca se había sentido como un hogar. Estar allí se sentía como estar en una puta cárcel. Pensaba escaparme tras esa fiesta, irme lejos y no volver.

Para cuando escuché a Lucía llamar al timbre de mi casa ya había metido en un bolso bastante dinero y le había pegado unos cuantos tragos a las botellas de mis padres. Bajé las escaleras rápido y abrí la puerta dispuesta a irnos ya. Salí y me dispuse a cerrar la puerta con llave, pero ella me sacudió un brazo.

—Eh, eh, eh. Cristina, ¿y el alcohol? Ve a cogerlo —me ordenó seria, viendo que lo único que llevaba era el bolso.

—Ah, sí. No queda. Ya nos dejará alguien—le mentí rápidamente, aún sin mirarle.

Terminé de cerrar la casa. Me quedé mirando la puerta e intenté hacerme a la idea de que esa sería la última vez. Me di la vuelta. Mi prima exhibía maquillaje oscuro, un ajustado vestido plateado, unas cadenas y una chaqueta de cuero que le quedaba bastante grande.

—¿Esa chaqueta es nueva? —me interesé, estaba bastante segura de que era de alguna de sus conquistas.

—Ah, la tenía en el armario. Es de Pablo, creo. Aunque cuando me ha visto no me ha dicho nada, no le saques el tema por si acaso —soltó una risa nerviosa—. ¿Y tú por qué vas disfrazada de un cono de tráfico? —preguntó viendo mi top.

—¿Y dónde está él, por cierto? —ignoré su último comentario.

—Está en esa tienda pillándose una botella, pero ya la va a compartir con su amigo —señaló un pequeño local en la esquina de mi calle.

Justo el alto chico de pelo negro rizado salió con una bolsa en la mano y no tardó en acercarse a nosotras. Vestía con una elegante camisa azul marino, que pegaba con sus ojos azules. El chico era conocido por ser el capitán del equipo de baloncesto por el que todas las chicas mojaban bragas. Al apuesto alto nunca le faltaba diversión.

—Hola, guapo ¿me quieres dar un besito? —se giró Lucía y se puso de puntillas para tratar de darle un pico.

Sin éxito se quedó dando saltitos tratando de llegar a la altura de su boca, ridículamente. Yo mientras me quedé a un lado de la parejita tratando de disimular una cara de asco.

—Hola, chicas —saludó Pablo tras agacharse para darle a Lucía lo que quería— ¿Nos vamos ya? ¿Esperamos a alguien más? —preguntó recolocándose el pelo.

—No. Bueno, invité a un amigo, pero ya nos lo encontraremos en la fiesta directamente —le aclaré, pensando en Sergio.

Esos últimos días el rubio de los cojones parecía que no cagaba con lo de que le hubieran invitado a una fiesta.

—Pues venga, nos vamos. Carla está esperando a que llegue ya y se está poniendo histérica —indicó el chico.

—¿Quién es esa furcia? —frunció el ceño mi prima.

—Ehh... mi amiga. Es la dueña de la casa —le contestó Pablo, molesto por ese insulto.

—¡Ah, coño! Es verdad, se me había olvidado —reconoció Lucía.

Estábamos de camino y noté que Pablo me estaba mirando muy fijamente. Me estaba empezando a sentir incómoda, quería que dejase de hacerlo. Aparte, no quería tener problemas con Lucía.

—¿Estás bien, Cristina? —se detuvo el chico y me cogió de ambos lados del rostro—. Tienes mala cara —sus ojos azules se mostraron realmente preocupados, lo que me sorprendió, ya que pensaba que su atención en mí se debía a que quería ligar conmigo.

—Eh... sí —le aparté rápidamente, mintiendo, y deshice el contacto visual.

Quizás se dio cuenta de mis ojos enrojecidos, irritados por el llanto. O de mi mirada perdida, ya que empezaba a ir un poco flying por el alcohol. El caso es que Lucía se puso celosa y aunque su lío ya no estuviera cerca de mí, lo arrebató de mi lado con un tirón en el brazo.

—Es que es así de fea, no te preocupes —soltó dándole dos palmaditas en la mejilla, con una sonrisa falsa.

Qué suerte tenía de no volverla a ver después de esa noche.

Tras otro rato haciendo de sujeta velas llegamos a la gran mansión. Era enorme y moderna. Sin muchos rodeos los tres al fin entramos y nos encontramos con que ya se estaba llenando con bastante gente. Pablo se acercó a los equipos de sonido donde estaba el DJ y se prepararon un cubata para cada uno. No tardamos mucho en escuchar la fuerte música.

Esperé a que la gente estuviera un poco más borracha y me acerqué a la nevera para robar algo. Casi se me había olvidado lo agobiante que podía llegar a ser entreabrir un caminito entre la multitud para llegar a cualquier lado, y cómo una vez que llegabas te llevabas culetazos y codazos de gente que se emociona un poco demasiado bailando. Vi una botella de tequila ya empezada y disimuladamente me eché en un vaso con refresco. Realmente quería olvidarme de todo.

Podría haberme escapado sin más, en lugar de ir a la fiesta, pero quería ver por última vez a Sergio y despedirme de él. Y quizás porque marcharme me asustaba en el fondo. Él era la única razón por la que dudaba irme. Por eso me impacientaba que no hubiera aparecido aún.

𝐋𝐨 𝐦𝐞𝐣𝐨𝐫 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐭𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora