Capítulo 2: Sergio.

133 36 0
                                    

Lucía se dio la vuelta y se pasó la mano por el pelo. Me miró de arriba a abajo y empezó a pasearse por el corto pasillo del baño en el que a los lados estaban las puertas de los váteres.

Me senté en el poyete de la ventana, apoyándome en un lateral de esta y cruzando las piernas. Procedí a entretenerme con un lápiz de dudosa procedencia pasándolo entre mis dedos.

—A ver, prima, te preguntarás por qué te he traído aquí —intentó hacerse la interesante.

—Lucía, no estás en una peli, dilo ya —no pude evitar decir.

—Vaale... —puso los ojos en blanco y se miró las uñas—. Bueno, Cristina, te explico. Este finde me han... Digo, nos han invitado a una fiesta. No sé quién la organiza. Me han dicho que unos chavales de primero, creo. Es en una casa muy grande —fue informando.

—Ah, guay —traté de fingir interés.

Sólo podía pensar en cómo sería otra fiesta más con mi prima chillando para llamar la atención y dejándome sola para lo que ya sabemos que iría hacer con el primero que pillara.

—¿Sabes la Carla...? La chiquilla esta... ehh... En plan, de primero, que es muy guapa. No tanto como yo, obviamente —enfatizó y se volvió a tocar el pelo—. Pero esa que es así morena con ojos claros... Pues va a ser en su casa —se puso frente al espejo del lavabo.

Se explicaba como la mierda.

—Ahora mismo no caigo en quién es —expresé, pero (cómo no) ignoró mi comentario y siguió hablando.

Yo no era popular y mucho menos conocía a la gran mayoría de personas de mi pueblo, a pesar de que era pequeño. Cada vez que Lucía se ponía a cotillear yo le seguía el rollo pero, en realidad, no me enteraba ni de una cuarta parte de lo que me contaba.

—Pues que están invitando a todo el mundo vaya, así que nosotras obvio que tenemos que ir también... —asumió y se dio la vuelta para mirar el reflejo de su culo.

Aunque fuese a mil fiestas con Lucía, la verdad era que aunque estuviera rodeada de gente, me sentía sola. Todos me veían como el perrito faldero de mi prima y estaba realmente harta. Lo único que me quedaba era estar ahí y trataba de ser mínimamente agradable. Pero cualquier intento que hiciera era en vano, porque me vacilaban creyendo que era como Lucía. Por eso, llegó un momento en el que me rendí, me cansé de intentar encajar donde no encajaba.

Como ya dije, mis padres raramente me prestaban atención, algo que me hizo crecer como una persona independiente y nunca necesité de otros. Sabía disfrutar de mi propia compañía, pensaba que eso era algo importante, o al menos eso me había enseñado el tiempo. Bueno, tampoco tenía muchas posibilidades de tener amigos porque aparentaba ser fría y tampoco hablaba mucho, pero sentía que si alguien realmente me conociese de verdad descubriría que en realidad no era así. Sólo hubo una persona con la que llegué a mostrarme tal y como era, pero hacía mucho que nos habíamos convertido en dos extraños.

—Emm... ¿te acuerdas el chaval este con el que me he liado un par de veces...? —indagó y se acercó aún más al espejo para levantarse las pestañas con los dedos.

—¿Cuál de todos? —enarqué una ceja, aburrida.

Era difícil saberlo cuando Lucía compartía babas con tantos. Ella seguro que llevaba la cuenta con lo mucho que le gustaba presumir, pero yo la había perdido hace mucho.

—El de rizos —se río aún concentrada en admirar su apariencia.

—¿Alto o bajo? —seguía sin saber de quién hablaba con esa pobre descripción.

—El muy, muy alto —aclaró—, me ofende la pregunta —por fin giró para mirarme a mí, molesta.

—¿De segundo también? —quería saber si era de nuestra edad.

—No, de primero —dijo entre dientes pareciendo avergonzada—. Cristina, joder, el capitán del equipo de baloncesto, no seas tonta —pegó un saltito enfadada, como si fuese una niña pequeña.

Lucía siempre había preferido los chicos mayores que ella. Pablo, que yo recordara, era el primero que era menor que ella. Aunque claro, esa diferencia no se percibía por la altura del chico.

—Ah, ya. ¿Qué pasa? —me impacienté.

—Que va a ir también. Me ha dicho que vaya. Es el cumpleaños de no sé quién. Pero bueno, me la pela, una fiesta es una fiesta —contó emocionada.

Sólo asentí.

—Tenemos que llevar cada uno su alcohol. Eso se lo cogemos a tu madre y ya está, fácil —soltó de manera bastante descarada.

No sabía por qué me seguía impresionando lo interesada que era. Presioné con rabia la punta del lápiz con el que estaba jugando sobre el pollete de la ventana y la mina reventó.

—¿Eso es todo? —le pregunté forzando la mandíbula.

—Mm... creo que sí. Ah, bueno, se me olvidaba, que como yo estaré ocupada con mi Pablete, que te lleves si quieres a alguien. Quizás a tu amigo... ¿cómo se llamaba? ¿Simón? ¿Santos? ¿Sebas? —intentó recordar.

Me sorprendió que Lucía me dijera que llevase a alguien conmigo. Creo que era la primera vez que lo hacía. Y me resultaba muy extraño.

—Se llama Sergio —le corregí.

—Ese mismo —se puso un mechón de pelo tras la oreja—. Bueno, me voy, primita —se agachó a coger su mochila y se fue volviendo a menear su pelo.

Me bajé de la ventana y también cogí mis cosas, decidida a salir. En la acera frente al instituto, me esperaba sentado Sergio vestido con una sudadera gris. A través de la capucha asomaba su flequillo rizado y dorado muy bien cuidado. Mi amigo estaba con el móvil y con una lata de Monster. Cuando levantó la cabeza y me vio, se podían ver las chapetas que destacaban en su piel clara, al igual que su nariz puntiaguda y labios finos.

—¿Cómo te ha salido el examen? ¿Y qué quería la zorra esa? —se interesó tras ponerse en pie para darme un abrazo.

Era de mi misma altura y delgaducho.

A Sergio y a mí nos gustaba pasar el rato juntos pero hablábamos lo justo y nunca de cosas personales. Aunque si es que nos daba por charlar, nuestro tema de conversación favorito era criticar a Lucía.

—Bastante bien para lo poco que me he mirado el tema —le di una media sonrisa—. Lo de siempre, ya está planeando lo que haremos el sábado. Sólo que, esta vez, me ha dicho que te puedes venir tú —le arrebaté la bebida de la mano y le pegué un sorbo.

A él no le llegué a preguntar por el examen porque daba por hecho que le fue bien, teniendo en cuenta que era un obsesionado con todo el rollo del dinero y "ser su propio jefe", por eso era muy bueno en economía.

—¡¿Yo?! —abrió sus ojos, algo rasgados y de color marrón, como platos y se señaló el pecho—. ¿Pero esa poligonera sabe de mi existencia? —inquirió incrédulo y se apresuró a quitarme la lata antes de que la terminara.

—Para nada eres la única persona a la que me acerco en el instituto —dije con ironía.

Sergio y yo habíamos empezado a juntarnos al empezar el curso en septiembre, por un trabajo que nos tocó hacer. Antes de eso, pensaba que era un niño con billetes sin más, pero me di cuenta de que era muy divertido.

El incordiante rubio me sacó el dedo y me estampó su mano en la cara y yo en defensa jugué a pegarle una torta en la mejilla.

𝐋𝐨 𝐦𝐞𝐣𝐨𝐫 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐭𝐢Donde viven las historias. Descúbrelo ahora