La puerta se abrió repentinamente, dejando ver a un castaño de mejillas rojas sosteniendo la puerta.
—Llega tarde, Byers. —le informa su maestro con un claro cansancio en su cara.
—Sí, lo lamento mucho Sr. Brown, no volverá a pasar. —Cabizbajo, el castaño se sonrojó aún más.
—Eso mismo dijo el otro día, y el otro, y el otro también, y- ¡oh! Déjame recordar, también dijo eso la anterior semana, y la anterior a esa anterior. Sr. Byers, le pido que se retire de esta clase si no le importa lo suficiente lo que tengo para enseñarle y se vaya directamente a detención. No pienso aguantarme más sus irrespetuosas llegadas a esta honorable institución, debería de estar agradecido que no lo he suspendido. —declaró con imponente voz el maestro.
Justo después del sermón, se escucharon susurros y lo que parecían ser pequeñas risas entre sus compañeros. Avergonzado y humillado frente a sus compañeros de clase, el castaño se retiró con la cara inyectada en sangre y esa horrible sensación hirviendo como una caldera sobre las llamas justo en el fondo de su estómago. Cerró la puerta justo detrás de él, la vergüenza corría por sus venas que transportaban toda la sangre que podían a su rostro que parecía no poder estar más rojo.
Se dispuso a caminar con la mirada en sus zapatos rojos y sus manos aferradas a las mangas de su mochila.
Solo supo donde estaba el aula al que le mandaron ir por su una sola vez que fue y se memorizó el lugar, la cosa es que esa vez era diferente, iba a ver a un compañero. Esta, él era el que habían mandado allí.
Al ver el letrero azul oscuro con letras blancas en lo alto de la puerta de madera, se sintió tan despreciable. Este día no podía ir a peor.
No se atrevía a abrir la puerta, no quería aceptar que esta fue la primera vez que un maestro le había tratado así frente a toda su clase. No había notado el favoritismo que solían tener los maestros hacia él, hasta que conoció al Sr. Brown y su claro desprecio por todos los alumnos.
Cuando se dió cuenta de que aún estaba en la vida real y esto no era un sueño, recordó que estaba ahí por una razón, y por más que le humillara saber que por primera vez un maestro se molestó con el y no lo tratara como si fuese su hijo, tenía que entrar.
Abrió la puerta lentamente, primero notó los lugares vacíos y bastante afectados por el tipo de estudiantes que venían aquí a diario. Luego terminó de abrir la puerta por completo y visualizó a una mujer leyendo una revista con un bonito diseño y colores cálidos, el cuerpo femenino estaba reclinado sobre la silla con sus pies en el escritorio -también deteriorado- dejando a relucir sus tacones azules Prusia que resaltaban de sus piernas decoradas con una capa de calcetines translúcidos oscuros.
—¡Oh! Perdone. —soltó la mujer, acomodándose más formalmente en su silla—. ¿Con qué le puedo ayudar?
—Uh, y-yo —tartamudeó con miedo— M-me han mandado a detención, yo... ¿se supone que solo entre y me siente o tengo que hacer algo?
La mujer parecía estar procesando lo que el chico explicó. Parpadeo una par de veces hasta que por fin comprendió— Ah, eh, claro... solo tienes que sentarte y... perdona la pregunta, pero ¿por qué estás- te han mandado a detención?
—Pues, he llegado tarde, como- por quincuagésima vez —suspiró con vergüenza.
—Bueno, si te han dejado tareas debes de hacerlas, y si no... pues piensas en lo que haz hecho. No creo que sea algo tan grave... ¿te han dicho cuánto tiempo te quedas?
—Uh, no... solo... solo me he ido y no me ha dicho nada...
La mujer asintió con los ojos muy abiertos, mirándole desde detrás del cristal de sus gafas— Muy bien... bueno, ve sentándote y... ¡bueno! Cuando termine la primera hora de clase iré a hablar con ¿tu maestro..?