Reencarnación (I)

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*Quisiera agradecer a @Nora11794 por la idea que me dio para este one shot, uno que adapté para el prompt de reencanación de la semana EreMika, sentí que con este iba bastante bien. Me pareció que había quedado un poco largo, por lo que he decido dividirlo en dos partes.

**Para la parte I y II les recomiendo escuchar la canción Carry Me de Eurille, la cuál también fue parte de mi fuente de inspiración para algunas parte de esta historia.

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DÍA 5


Durante muchos años la isla de Paradis fue una de las más prosperas y ricas en todo el continente; sin embargo, el infortunio llegó a la misma junto con uno seres de colosal tamaño cuya única intención era acabar con la humanidad, obligándolos a permanecer escondidos en búnkeres subterráneos durante muchos años, tantos que incluso con la población mermada hasta el día de hoy, varios de ellos habían quedado en completo abandono.

Había una alta concentración de búnkeres en las ciudades más importantes cómo Trost o Stohess, el resto se reducían a un puñado solamente, como la de Shiganshina, en dónde actualmente existían menos de una docena, pero la más importante era la número 104, la más grande de todas. Cada ciudad tenía un jefe principal que se encargaba de dirigir estos mismo con el fin de salvaguardar el orden y la paz, así como asegurarse de que los recursos lograran alcanzar para todos.

Era por ello por lo que la natalidad hacía muchos años había sido de un solo hijo por familia; sin embargo, hacía casi una década que aquello había cambiado.

—Kenai, deja eso, debemos volver ya al búnker—comentó una joven pelinegra mientras terminaba de guardar tubérculos y verduras en una cesta de una pequeña huerta perteneciente a su padres, pero que luego de que ellos muriesen precisamente durante su jornada laboral en los campos de cultivo hacía varios años ya, es que ella se hizo cargo de aquello y también de su hermano menor—. Si nos tardamos más, ellos podrían aparecer.

El pequeño, también de cabellos oscuros, se crispó al oírla mencionar a aquellas criaturas colosales que no había visto aún, pero vivían atormentándolo en sus pesadillas.

—Sí, hermana.

Mikasa le tendió la mano y él, luego de acomodarse su pequeña cesta en la espalda, se la tomó y rápidamente se dirigieron hacia el búnker en dónde vivían.

Sólo las personas de alto rango podían permitirse un búnker personal para su familia, mientras que los demás debían vivir cómo pudiesen en el búnker 104, uno que contaba con habitaciones lo suficientemente grandes para una familia promedio de un hijo, con dos ya se dificultaba un poco, pero aun así se las arreglaban.

—¿Otra vez te llevaste al niño? —le reclamó la misma señora regordeta que vivía justo al lado de ella, siempre tan fastidiosa—. Tal vez tú te puedas defender bastante bien, pero él no.

Mikasa dejó la cesta en el suelo y la encaró.

—Le agradezco su preocupación, señora Hans, pero soy lo suficientemente fuerte como para encargarme de cualquier cosa—dicho eso, se encaminó dentro de la pequeña habitación que compartía con Kenai, su hermano de siete años.

—Ahora que nuevamente estamos juntos, no permitiré que nadie te aleje de mí, se lo prometí a nuestros padres—le dijo colocándose a su altura y mirándolo a los ojos, unos grises muy parecidos a los suyos.

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