3-El Trámite

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Alvar entró en su despacho, el número 42 del último piso, poco después de las 9 de la mañana, cerró la puerta y se sentó a degustar un café. Uno de los guardias le había dado un recorrido especial por todo el edificio. Cada rincón guardaba un secreto, cada despacho un misterio; la majestuosidad se manifestaba en cada nanómetro cúbico. Las aulas, los laboratorios, las oficinas, y los demás claustros, como la biblioteca o la sala de conferencias, eran imponentes; pero lo más impresionante del edificio era, sin lugar a dudas, el colisionador de hadrones. Ciertamente una maravilla tecnológica, que en su momento fue cuestionada, porque se decía que podía causar terribles accidentes, teoría totalmente apócrifa. En fin, los miles de kilómetros que recorrían los tubos del acelerador lo convertían en el más grande jamás fabricado. Ese hermoso y costoso (cuarenta mil doscientos millones de euros) aparato había contribuido en los más importantes descubrimientos de los últimos siglos.

Un golpe en la puerta lo sacó de su abstracción para devolverlo a la realidad. Desde su asiento indicó al sujeto que entrara, que no estaba cerrado con llave. La puerta se abrió, dejando entrar a una agradable mujer, de unos 40 años, de contextura delgada y pequeña.

-Buenos días, señor Haurarniemi. Mi nombre es Annukka Kriivarnen, y seré su secretaria. El señor Beretik quiere saber a qué hora pasará por su oficina, y el jefe de la cátedra de Física Cuántica quiere que pase a dar una charla con sus alumnos antes de las 16 hrs. Por ahora, eso es todo. Si me necesita estaré en mi escritorio.- y salió tan rápidamente como había entrado.

Alvar se sintió agobiado. No hacía ni siquiera 3 horas que llevaba trabajando, y ya deseaba quitarse de encima todo el peso laboral y estar descansando en su confortable hogar. Pero no podía. Tenía todo el día por adelante, comenzando por los trámites burocráticos, las charlas con los alumnos, que realmente eran insoportables; y todo este trabajo le iba a impedir cumplir con el cometido que se había planteado al ingresar allí: resolver de una vez por todas la ecuación de Xerolt.

El tiempo se pasó volando, y ya eran las 10:30 de la mañana cuando Alvar salió de su oficina, en dirección al despacho del Dr. Beretik, que se ubicaba en el piso 13. Los elevadores se habían descompuesto, y los teletransportadores no habían sido habilitados aún, así que se vio obligado a utilizar las escaleras, para bajar los 29 pisos que lo separaban de su destino. Lo peor de todo es que la escalera había sido diseñada con la forma de una cinta de Moebius, lo que hacía de las equivocaciones y las vueltas en círculos errores muy frecuentes.

Pasadas las once de la mañana, Alvar arribó finalmente a la oficina de Beretik. Estaba agotado por su odisea en la escalera, así que apenas tuvo fuerzas de hacerse anunciar con la secretaria del doctor. Ésta lo hizo pasar de inmediato, y le ofreció un vaso de agua para que se recuperara, mientras esperaba al doctor Beretik, quien se encontraba dando una clase. Unos minutos después, el doctor Magne Beretik entraba por la puerta principal, y tendió la mano amistosamente a Alvar. Éste se sorprendió con el aspecto del doctor, que era diametralmente opuesta a la de Anssili. Beretik era corpulento, pelado, de altura mediana, con unos antiguos lentes de pasta, negros, mirándolo fijamente. A diferencia del doctor Anssili, que era más viejo de lo que aparentaba, Beretik era más joven de lo que su apariencia anciana simulaba, y nadie adivinaba sus 60 años.

-Veo que se ha enfrentado al terrible enemigo de todos los miembros del CERN, la escalera de Moebius.

-Sí, esa escalera es terriblemente agotadora. Es increíble que vivamos en el siglo XXXI y aun tengamos que utilizarlas cuando los modernos ascensores se descomponen igual que los antiguos.

-Es la maldición del hombre. Nada tiene una solución perfecta. Todo se arregla a medias.

Alvar y el doctor Beretik tomaron asiento. Más que sentarse, Beretik desplomó su mórbida humanidad sobre el destartalado sillón de cuero mullido. La silla de Alvar parecía un sillón masajeador por su temblequeo.

-Bien, señor Haurarniemi. Es su primer día, no?- dijo Beretik mientras se servía una exuberante cantidad de té en una pequeña taza, hasta casi rebalsar.

-Sí, señor. Recientemente terminé mis estudios y...

-Doctor Haurarniemi- lo interrumpió Beretik -no quiero su autobiografía. Resúmame en poquísimas palabras que lo trajo a este lugar, entrégueme los papeles que debo firmar, y váyase.

La dureza del trato paralizó a Alvar. Rápidamente habló de sus investigaciones con la ecuación de Xerolt y el número N, y luego cedió los documentos a Beretik, quien los firmó y selló con una velocidad insuperable.

Alvar se levantó, saludó a Beretik, y se fue rápidamente. No le agradaba mucho ese hombre, e iba a hacer lo posible para mantenerse alejado. Se cruzó con Inkeri y le entregó el folio con los documentos autorizados por Beretik para que se los entregara a Anssili, y se preparó para enfrentar nuevamente la temida escalera de Moebius.

Bajó hasta el quinto piso, donde se encontraban las aulas de Física Cuántica, y se dispuso a perder un par de sus valiosas horas. Pronto descubriría que esa charla cambiaría, no solo el rumbo de toda la humanidad, sino también de su vida.

Multiverso 4,2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora