Capitulo 04

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Aunque tenía que decir que le sucedía lo mismo con la mayoría de los hombres y mujeres que llevaban uniforme azul. Como pasaba tanto tiempo en la comisaría, había llegado a conocerlos bastante bien, pero Zi Shu era uno de sus favoritos.
-Hola, ¿estás ahí?
Cuéntale lo que ha sucedido. Abre la boca.

La vergüenza y el horror de lo ocurrido le oprimían las cuerdas vocales.
-Aquí estoy, Zi Shu. -Se apartó el oscuro cabello de la cara y carraspeó-. No podré ir esta noche.
-Sí, claro. ¿Cuándo has dejado pasar una buena información?-Rió alegremente- Ah, pero tómatelo con calma. El duro lleva el caso.
El Duro era el detective de homicidios Wen Ning, más conocido como el duro simplemente señor.

-En serio, no puedo... ir ahí esta noche.
-¿Estás ocupado con alguien?-La curiosidad hizo que la voz fuera apremiante. Zi Shu estaba felizmente casado, pero el sabía que en la comisaría todos especulaban a su costa.
¿Un hombre con un cuerpazo como el suyo sin nadie? Algo tenía que ocurrir- ¿Y bien? ¿Lo estás?
-Por Dios, no. No.
Hubo un silencio antes de que el sexto sentido de policía de su amigo se pusiera alerta.
-¿Qué sucede?
-Estoy bien. Un poco cansado. Iré a la comisaría mañana.

Presentaría la denuncia entonces. Al día siguiente se sentiría lo suficientemente fuerte para recordar lo que había pasado sin derrumbarse.
-¿Necesitas que vaya a verte?
-No, pero te lo agradezco. Estoy bien, de verdad.-Colgó el auricular.
Quince minutos después se había puesto un par de vaqueros recién lavados y una amplia camisa que ocultaba sus espléndidas curvas. Llamó a un taxi, pero antes de salir hurgó en el armario hasta encontrar su otro bolso. Cogió el spray de pimienta y lo apretó con fuerza en la mano mientras se dirigía a la calle. En el trayecto entre su casa y el lugar donde había estallado la bomba, recuperaría la voz y se lo contaría todo a Zi Shu. Por mucho que detestara la idea de recordar la agresión, no iba a permitir que aquel imbécil siguiera libre haciéndole lo mismo a otra persona. Y aunque nunca lo atrapasen, al menos habría hecho todo lo posible para tratar de capturarlo.

Wangji se materializó en el salón de la casa de Feng Mian. Maldición, ya había olvidado lo bien que vivía el vampiro. Aunque Feng era un guerrero, se comportaba como un aristócrata, y a decir verdad, tenía una cierta lógica. Su vida había empezado como un princeps de alta alcurnia, y todavía conservaba el gusto por el buen vivir. Su mansión del siglo XIX estaba bien cuidada, llena de antigüedades y obras de arte. También era tan segura como la cámara acorazada de un banco.
Pero las paredes amarillo claro del salón hirieron sus ojos. Qué agradable sorpresa, mi señor.

Fritz, el mayordomo, apareció desde el vestíbulo e hizo una profunda reverencia mientras apagaba las luces para aliviar los ojos de Wangji. Como siempre, el viejo macho iba vestido con librea negra. Había estado con Feng Mian alrededor de cien años, y era un doggen, que significaba que podía salir a la luz del día pero envejecía más rápido que los vampiros. Su subespecie había servido a los aristócratas y guerreros durante muchos milenios.

-¿Se quedará con nosotros mucho tiempo, mi señor? Wangji negó con la cabeza. No si podía evitarlo.-Unas horas.
-Su habitación está preparada. Si me necesita, señor, aquí estaré.
Fritz se inclinó de nuevo y caminó hacia atrás para salir de la habitación, cerrando las puertas dobles tras él.
Wangji se dirigió hacia un retrato de más de dos metros de altura del que le habían dicho que había sido un rey francés. Colocó sus manos sobre el lado derecho del pesado marco dorado. El lienzo giró sobre su eje para revelar un oscuro pasillo de piedra iluminado con lámparas de gas.

Al entrar, bajó por unas escaleras hasta las profundidades de la tierra. Al final de los escalones había dos puertas. Una iba a los suntuosos aposentos de Feng Mian, la otra se abrió a lo que Wangji consideraba un sustituto de su hogar. La mayoría de los días dormía en un almacén de Nueva York, en una habitación interior hecha de acero con un sistema de seguridad muy similar al de Fort Knox. Pero él nunca invitaría allí a Mian Mian. Ni a ninguno de los hermanos. Su privacidad era demasiado valiosa.

La hermandad oscuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora